Toda clase de piruetas para engañar la insuficiencia de alimentos y bebidas hicieron posible atender a una treintena de personas en su reunión anual. Casi misión imposible en esta Venezuela. El ingrediente fundamental fue el secreto…
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Si la capital se encuentra en el estado de precariedad que conocemos, la provincia venezolana está aún peor. Sin embargo, las amas de casa de las ingenian, cada vez con mayor creatividad y entrega, para que sus familias subsistan. En el caso de las damas de Atlethae Christi, fue una verdadera proeza aceptar el reto de organizar y llevar a cabo con éxito el Encuentro de Preceptores de Fraternidades del movimiento.
“Para nosotros fue un ejemplo –relata María Elena Febres Cordero, integrante de la directiva nacional- llegar a Punta de Mata en el estado Monagas. El papel de la Iglesia allí es fundamental, está trabajando todas sus pastorales en esa agobiada zona, con una gran riqueza. Mantienen activas todas las áreas, educativa, ambiental, juvenil, familia, todo lo cual ha hecho que una gran mayoría de la población permanezca incorporada al trabajo eclesial”.
Ello les ha permitido abrir espacios para asistir a los más necesitados, a las comunidades con menos recursos. Todo ello responde a un plan de trabajo trazado por la diócesis de Maturín (la capital del estado Monagas) que conduce Mons Pérez Lavado para formar, como lo era al comienzo de toda nuestra historia, las pequeñas comunidades cristianas. El Padre Mauro es un sacerdote sumamente activo y ya lleva 63 comunidades formadas a lo largo de toda la región de Punta de Mata.
“Nosotros pudimos visitar varias de ellas –continúa María Elena- El Buen Pastor, San Onofre y la Guadalupana, tres modelos de comunidades cristianas las cuales trabajan en diversos ministerios para apoyar a sus pueblos, apoyarse entre ellas y fortalecer el trabajo de la Iglesia. En otras palabras, han entendido que la Iglesia es Comunión, están claros en que la Iglesia somos todos”.
Todos los bautizados somos y estamos. Es una línea que está nítidamente dibujada en los documentos del Concilio Plenario Nacional, realizado en Venezuela años atrás. En lo que se refiere a Atlethae Christi, su carisma está reverdeciendo de manera impresionante en el Oriente del país: Caicara de Maturín, Areo, Viento Fresco y San Félix Cantalicio, en Punta de Mata. En todo ese territorio hay laicos trabajando con la Iglesia de manera comprometida y eficiente. Los sacerdotes Mauro Martínez y José Felipe Montoya son los animadores de esta experiencia, sacerdotes diocesanos que viven el carisma de los Atletas de Cristo.
“Una vez allá –sigue María Elena- nos dieron lecciones de dignidad, de fe, de una Iglesia activa, de una Iglesia en salida”. Tienen la iglesia hermosísima, todo arreglado con sencillez pero con gran gusto, con la dignidad que merece el Santísimo. El arreglo del Corpus Christi fue absolutamente maravilloso. Cada quien aporta algo y colaboran con su párroco porque la iglesia es de todos”.
Se les instruyó, con ocasión del evento de Preceptores, que no incurrieran en gastos innecesarios, que entre todos se compartieran las cargas, sobre todo pensando en la grave escasez de alimentos, que como familia todos se ayudarían, cada quien con lo que pudiera. “No obstante nos dieron un ejemplo de cómo en un momento de crisis es posible dar ejemplo de dignidad, de respeto, de generosidad y desprendimiento, de ser espléndidos en medio de la necesidad”.
Sorprendidos, cada participante recibió un regalo: cactus miniatura que crecen como parte de la vegetación de la zona, plantados en vasitos de latón que las señoras pintaron hermosamente con el símbolo de los Atletas de Cristo. Hay cientos de especies de cactus por lo cual no les representó gasto alguno. Las laticas eran desechos que ellas rescataron. Ocurrió en pleno Día Mundial del Ambiente y por ello el simbolismo de ese regalo fue aún más fuerte.
La familia de los “Atletas de Cristo” nació un 24 de diciembre hace 18 años. Somos familia de la Natividad, Epifanía del Señor, por lo que su espiritualidad se inspira en el nacimiento de Jesús. No daban crédito a sus ojos cuando reciben otro regalo: pesebres confeccionados en base a reciclaje de varios materiales. “Por ejemplo, describe María Elena- una especie de conchita que servía de base a las figuras del nacimiento provenía de algún producto de la naturaleza que nunca supimos qué era”. Hubo profusión de pedacitos de tallos ya caídos por resecos –no destrozan nada- los cuales decoraron con pintura, que ya tenían y con escarcha, que ya tenían guardada de alguna Navidad pasada. La Natividad y la Epifanía estaban armadas a base de cartón y papel reciclados.
Esa creatividad y resolución es lo que somos los venezolanos, esforzados y resueltos, lo cual la crisis no ha hecho sino prosperar.
La pregunta lógica, ¿cómo hicieron para dar de comer a tanta gente por varios días? María Elena explica: “Pues nos dieron de comer a todos. Sólo usaron productos de la región y otros imperecederos que fueron adquiriendo y almacenando a lo largo de todo un año, cada vez que podían comprarlos. Desde el Consejo de Gobierno de los Atletas de Cristo les enviamos alguna ayuda. Pero ellos lo hicieron todo con su ingenio y esfuerzo”.
Había entre 25 y 30 personas, entre los de la población anfitriona y quienes llegaban de la región central y de Los Andes. También había sacerdotes de las Casas de Oración de los Atletas de Cristo. Mucha gente para estos tiempos. Pero eso no amilanó a las mujeres que se dieron a la tarea de preparar menús simples pero muy bien condimentados, con especias de la zona que crecen silvestres.
“Si había café nos daban café; si no, unas infusiones deliciosas preparadas a base de hojas de la naturaleza. Fue una experiencia de trabajo para nosotros pero también un testimonio de lo que vive la Iglesia en el interior del país”.
Las verduras del lugar sirvieron de base para ingeniosas recetas: pan de yuca, a falta de harina de trigo. María Elena lo saboreó perpleja: “Sencillamente exquisito, en mi vida lo había probado tan bueno”. “Si tenemos queso, le ponemos, pero con mantequilla y hasta solo se disfruta”, decía una de las damas responsables de la cocina. “Como hoy tenía un poquito de queso, se lo puse porque eran ustedes, con todo mi amor”, decía esta cristiana de la comunidad de San Onofre. Y ese es el secreto: el amor con que se hacen las cosas en medio de grandes dificultades.
El té de San Onofre es famoso en el lugar. Se hace a base de malojillo y limón, “pero, acota María Elena, nosotros estamos seguros de que hay una receta escondida que no nos quisieron dar. Sabía demasiado bien!”. Es la mano del lugareño y el gusto con que se prepara.
Estamos en época de mango. En Venezuela se encuentra por doquier. Llueven de las matas en plena calle y la gente los consume pues son muy alimenticios. “En unos potecitos reciclados nos obsequiaron jalea de mango pintada en tres colores, amarillo, verde y rojo. Y ya cuando nos parecía que nos habían dado demasiado, aparecieron unas bolitas de plátano, las más ricas que he comido en mi vida! –destaca María Elena- también casabe, otro producto de la zona al igual que berenjena con una porción muy moderada de pollo porque está escaso, sumamente caro y éramos muchos. Pero estaba tan fenomenalmente adobado que nadie quería dejar ni un rastro en el plato”.
No usaron plástico. No hay y, si hubiera, sería muy costoso así que siguieron la línea del papa Francisco. Se empleó loza y para las bebidas, reciclaron envases de vidrio de mayonesa y mermeladas convertidos en vasos hermosamente decorados por ellas. Allí se tomaba desde el café hasta los jugos y caratos(*) de mango, de limón y de lulo –esta última una especie de níspero, típica de la zona, con cierto sabor a parchita-. Cada día servían un jugo diferente de frutas del lugar. Se las arreglaban para lavar con poco detergente y poca agua. Pero estas señoras lograron que todo se viera impecable.
“Al final, no teníamos palabras ni manera para agradecer –confiesa María Elena-. Si bien ellos decían sentirse honrados con nuestra presencia, nosotros nos despedimos con una sensación de plenitud, de haber recibido tanto, de haber celebrado la fe y la vida en medio de tantas carencias y tanta desesperanza, de haber compartido en comunidad y de haber experimentado la alegría cristiana de una Iglesia en salida pesar de la incertidumbre y los temores por la circunstancia que estamos viviendo en Venezuela”.
El secreto, ciertamente, fue el amor.
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(*1) Bebida refrescante hecha con arroz o maíz molido o con el jugo de alguna fruta tropical
(*2) Fruta de la Pasión, exótica y de sabor agridulce