Un hombre cambió la carreta en la que vendía agua helada en las calles de Cartagena, Colombia, por un cargamento de libros.Con apenas quinto de primaria y el deseo de escribir sobre la NBA ―la exigente liga estadounidense de basquetbol― Martín Roberto Murillo Gómez llegó un día a la Fundación Gabriel García Márquez para participar en un curso dirigido a mejorar la lectura y propiciar el acercamiento de gente común y corriente a la literatura. Sin embargo, al terminar los estudios sintió que no le bastaba con saber algo acerca de libros, autores y géneros, sino que debía ir más allá de sus gustos personales.
«Me ganaba la vida caminando todo el día, al rayo de sol, en el Centro Histórico. Estaba condenado a ser vendedor de la calle, pero mi anhelo era ser un hombre útil a la sociedad desde otra perspectiva. Quería entablar diálogos en lo político y social y deseaba tener conocimientos de historia y eso solo lo ofrecía la lectura. Por eso pensé en mi ‘Carreta literaria’», revela entre carcajadas este descendiente de africanos que nació en el Chocó, en el litoral Pacífico, una de las regiones más pobres de Colombia.
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Martín recuerda que su empresa de promover la lectura gratuita «por puro placer y no por obligación», cobró vida en 2007 cuando en Cartagena de Indias se celebró el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, un evento inolvidable en el que Gabo afirmó ―como si se dijera a él― que «hay una cantidad enorme de personas dispuestas a leer historias en lengua castellana».
Sin importarle el qué dirán, Murillo Gómez buscó a personalidades de la ciudad para compartirles su sueño de manera elemental: «convertir una carreta típica del Caribe en un vehículo repleto de libros, disponibles para personas de todas las condiciones y sin pagar un solo peso».
Su gestión dio resultados y más pronto que tarde algunos empresarios financiaron la primera carreta y a su biblioteca de 120 libros le agregaron creaciones de Vargas Llosa, Fuentes, Mistral, Onetti, Sábato, Rulfo, Hemingway, Cortázar, Borges y, por supuesto, García Márquez.
Muy pronto la imagen de la Carreta literaria de colores chillones, una pila de viejas y nuevas novelas, cuentos, crónicas y biografías y su carismático promotor, se dio a conocer en las históricas plazoletas y calles cartageneras. Con el paso de los meses, cientos de turistas la empezaron a referenciar como una simple postal, pero once años después de sus primeros pasos, la inspiración del ‘Negro Martín’ se transformó en otro icono de una urbe repleta de símbolos culturales.
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El nombre del proyecto, además de estar relacionado con el primer medio de transporte creado por el hombre, también es un homenaje al término ‘carretillero’, un coloquialismo alusivo a la costumbre muy colombiana de hablar sobre temas trascendentales o no. «Además ―dijo Murillo Gómez a Aleteia― la carreta ha contribuido al desarrollo de Cartagena desde los tiempos de la Colonia y en la actualidad sirve para que los vendedores ambulantes salgan a las calles a buscar su pan de cada día».
La carreta no se detiene
Después de prestarles libros a los lectores desprevenidos que siempre los devolvían, la Carreta abandonó la zona histórica para llegar a la periferia, escuelas alejadas, colegios de barrios y pueblos polvorientos, muy lejos de Cartagena, la capital del departamento de Bolívar.
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Ya no se trata del esfuerzo solitario de un hombre que golpeaba puertas para que gente influyente creyera en un proyecto, sino de un programa educativo que promueve el gusto pleno de saborear un relato, un concepto muy diferente al de la lectura como obligación académica.
En este sentido, Martín ―gerente, conferencista, bibliotecario y mensajero de su Fundación― impulsa procesos de promoción lectora que pretenden inculcar entre los nuevos lectores su amor por los libros. Entre otras actividades promueve talleres de lectura en voz alta para niños de jardines infantiles, sesiones narrativas con adolescentes y universitarios, tertulias entre personajes públicos y estudiantes y lecturas para padres de familia y profesores.
Sus colecciones también llegan a hospitales, cárceles y residencias para adultos mayores en los que su consigna no ha cambiado: «Leer libremente para poder asimilar muchas cosas que suceden en el entorno».
El menú ambulante que ahora tiene más de 3.000 libros es muy amplio y abarca desde los clásicos universales y del boom latinoamericano, hasta la saga de Harry Potter y las biografías de influyentes personajes del mundo contemporáneo como Steve Jobs, Bill Gates y Stephen Hawking.
Esta pequeña gran biblioteca montada sobre tres ruedas no tiene límites. Ese es el argumento que tiene Martín Roberto Murillo Gómez para decir que «siempre está abierta para todos los estratos sociales porque la lectura no tiene religión, color ni ideología política y siempre ―como una buena mamá― va a estar junto a nosotros, sin abandonarnos».