Un diagnóstico temprano de trastorno de procesamiento sensorial puede ayudar sustancialmente a los niños
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Cuando mi hermana era niña, no podía soportar ensuciarse las manos. Y no me refiero a que prefería tenerlas limpias y que se las limpiaba tan pronto como podía después de jugar en la tierra; me refiero a que literalmente llevaba calcetines en las manos cuando jugaba en el parque de arena.
Con el tiempo se ha convertido en algo con lo que la familia bromea y todos mis hijos conocen las historias de la tita Micah jugando en la arena con calcetines en las manos. Siempre lo aceptamos simplemente como una peculiaridad extraña, como mi debilidad desconcertante por las sardinas. Sin embargo, resulta que “rarezas” como esa a veces pueden ser una manifestación de trastorno de procesamiento sensorial, una enfermedad poco conocida y frecuentemente mal diagnosticada que, según informa la web de salud HealthyWay, podría afectar hasta a un 5% de la población.
“Los niños altamente sensibles tienen aversiones debilitantes a la luz, el ruido, la presión…”, explica Michelle Collis, patóloga del habla de Carolina del Norte. “Las etiquetas y las costuras pueden causar una ligera presión y roce, las luces pueden ser demasiado brillantes y el pequeño zumbido de una luz fluorescente [puede parecer] tan ruidoso que la persona no puede funcionar”.
Eso se debe a que una persona altamente sensible, como un niño diagnosticado con trastorno de procesamiento sensorial, no puede desconectarse de los estímulos, y procesarlo literalmente todo al mismo tiempo puede ser absolutamente abrumador.
A mi segundo hijo más pequeño, Lincoln, nunca le han gustado los ruidos fuertes. Al menos, eso es lo que siempre he pensado. Sin embargo, a lo largo de los años he empezado a darme cuenta de que no son los ruidos fuertes en sí, sino los ruidos fuertes inesperados o que interfieren con su concentración.
Algunos ruidos siempre le han molestado. De bebé, el molinillo de café le despertaba de un sueño profundo y le arrancaba un ataque de llanto del que podía tardar una hora en calmarse. Aprendimos a amortiguar el ruido cubriendo el molinillo con toallas, llevando a Lincoln a la habitación más alejada de la casa o incluso sacándolo fuera hasta que el café estuviera molido.
A medida que fue creciendo, el molinillo parecía tener el mismo efecto. Se cubría los oídos y gritaba: “¡Me duele, Mamá! ¡Me duele!”, hasta que yo lo apagaba. Siempre supuse que simplemente era más sensible al ruido y lo dejé pasar.
Pero no es sensible necesariamente al ruido. Actualmente le encantan las bandas sonoras de Hamilton y de El gran showman, y suele bailar su música en la cocina y pedirme que la ponga “¡más alto, más alto!”.
Sin embargo, cuando está trabajando en sus deberes o coloreando y pongo esa misma música, incluso a un volumen bajo, con frecuencia se desespera. “Mamá, ¡la música me duele!”, gime mientras se cubre los oídos y entorna los ojos hasta que la apago. Claramente, no es un problema de volumen, es un problema de procesamiento. Se abruma cuando hay demasiados estímulos en el entorno.
Pero que nadie se preocupe, no voy a hacerle a mi hijo un diagnóstico casero de pacotilla de trastorno de procesamiento sensorial; eso lo dejaré en manos de profesionales. Sin embargo, doy gracias por ser capaz de hacer estas conexiones y ver que lo que podía parecer una sensibilidad al ruido es probable que sea una sensibilidad a ser sobrestimulado. Son cosas diferentes, y ayudar a mi hijo exige que entienda y distinga la diferencia y esté atenta para garantizar que sus profesores y médicos entienden la diferencia también.
Ser proactivo en lo relativo a problemas sensoriales y sensitivos es esencial, porque puede ayudar a proteger a los niños de un mal diagnóstico o de no recibir ninguna ayuda. El trastorno de procesamiento sensorial es distinto de desórdenes como el autismo o el TOC, por ejemplo. Los niños con TPS pueden beneficiarse enormemente de la terapia ocupacional, y cuanto antes empiecen, mejor.