Santa Isabel de la Trinidad tuvo que rechazar muchas ofertas de matrimonio en su juventud, ya que prefería perseguir su único deseo en la vida: ser monja carmelita.
Sentía un deseo cada vez mayor de unirse a la Santísima Trinidad y consideraba la vida religiosa como el medio por el que Dios quería consolidar esa unión.
Sentía la presencia de Dios en todo lo que hacía, lo cual hacía que hasta la más simple de las tareas fuera un privilegio:
"Debemos ser conscientes de cómo Dios está en nosotros de la manera más íntima y hacerlo todo con Su compañía. Entonces, la vida nunca es banal. Ni siquiera en las tareas ordinarias, porque no vives por esas cosas, sino que vas más allá de ellas".
Su espiritualidad es similar a la de santa Teresa de Lisieux, una excepcional monja carmelita que murió en tiempos de Isabel y cuya autobiografía Isabel pudo leer.
Muchos la conocen como la "mística de Dijon", no por ninguna visión extraordinaria, sino por la riqueza de su vida interior.
Aquí, varias fotografías que revelan la belleza de una joven santa que se enamoró profundamente de la Santísima Trinidad.
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