La Virgen pintada en una roca, su hallazgo por una sordomuda y su construcción en un precipicio, los tres grandes milagros de una de las basílicas más bellas del mundo
Es muy poco lo que se sabe sobre el origen de la pintura de la Virgen del Rosario hallada en Las Lajas en 1754, cerca de la frontera entre Colombia y Ecuador. La principal hipótesis refiere que su autor podría ser Pedro Bedón, un fraile ecuatoriano muy conocido por innumerables pinturas religiosas que corresponden al estilo de la famosa Escuela quiteña.
Aunque en el cuadro aparecen las iniciales “P. B” ―las cuales sugerirían que él lo pintó hacia 1600 durante una travesía por la región― algunos historiadores sostienen que esa autoría es poco probable ya que el artista falleció en 1621 y la obra se descubrió intacta, 133 años después de su muerte, un período muy extenso durante el cual nadie dio cuenta de ella.
Luis Carlos Gavilanes, párroco de la basílica de Las Lajas, coincide con quienes descartan la autoría de fray Pedro. Su apreciación es muy sencilla: “Durante todo ese período ―entre los siglos XVII y XVIII― la imagen estuvo al sol y al agua, en un ambiente húmedo, al borde de un abismo y un río.
Por tanto, estaríamos ante un hecho extraordinario como sería el de la conservación intacta de una obra artística, sin que se le hubiera cuidado o adelantado algún proceso de restauración que en ese entonces no se acostumbraba”.
Para el padre Gavilanes no hay duda de que el primer milagro fue el origen sobrenatural del cuadro pintado dentro de un hueco pedregoso de 3.20 por 2.03 metros y en el que la Virgen María y el Niño Jesús ―con rasgos indígenas característicos de la Escuela quiteña― visten vivos colores azules, rojos, dorados y amarillos. A su lado, de rodillas y en oración, aparecen san Francisco de Asís y santo Domingo, dos personajes que según los cronistas locales representan a los misioneros franciscanos y dominicos que emprendieron las primeras evangelizaciones en Ecuador y Colombia.
El hallazgo de la pintura, que en realidad mide 1.80 por 1.20 metros, es otro de los muchos relatos compartidos con emoción por la gente de Ipiales, el pueblo al sur de Colombia donde queda la basílica.
En todas las narraciones se dice que la indígena María Mueses de Quiñones y su pequeña hija Rosa, fueron sorprendidas por una violenta tempestad que las obligó a refugiarse en una cueva del cañón del río Guáitara, una zona escarpada y tenebrosa de la cual se decía que era refugio del demonio.
“Fue en ese momento en el que la señora pedía protección divina, cuando la niña, sordomuda de nacimiento, inesperadamente señaló una roca deslumbrante y le gritó a su madre: ‘Mamita, mamita, la mestiza me llama'”, contó a Aleteia el padre Gavilanes quien no vacila en señalar que esa sanación física fue el segundo milagro de la Virgen de Las Lajas.
Desde aquel 15 de septiembre de 1754 la devoción se extendió especialmente entre indígenas y campesinos que con oraciones, romerías y vigilias se encargaron de cuidar una imagen a la que cariñosamente llamaron la Mestiza. En pocos años ese fervor se propagó a casi todas las regiones colombianas y ecuatorianas y llegó a otros países latinoamericanos.
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El tercer prodigio
La admirable basílica neogótica que parece colgada del borde de un precipicio de casi cien metros, no tiene más de 70 años de construida y está en el mismo lugar donde María y Rosa hallaron la pintura.
En ese sitio primero se levantó una modesta capilla de paja y madera que dos décadas después fue remplazada por una iglesia de calicanto en la que difícilmente cabía un centenar de fieles pero que estuvo en pie durante más de cien años. A mediados del siglo XIX se erigió un nuevo templo que también resultó insuficiente para albergar a miles de peregrinos que deseaban conocer la portentosa imagen, pagar favores o pedir algún milagro.
La reciente religiosidad impulsó en 1895 al obispo de Pasto, san Ezequiel Moreno Díaz, a proponer la construcción de una basílica monumental, más espaciosa y con novedades como la adaptación de la roca en donde está la imagen, en un ábside, es decir, en la concavidad posterior del templo.
Los arquitectos del proyecto no solo captaron la idea del prelado español ―canonizado en 1992― sino que integraron la estructura de calicanto, hierro, ladrillo y concreto con el entorno natural del Nudo de los Pastos, la vasta región de Nariño donde se divide la cordillera de los Andes.
En opinión del párroco Gavilanes, este tercer milagro fue una de las razones para que la audaz obra de arte construida por campesinos de la región, fuera catalogada en 2017 por el diario británico The Telegraph como una de las 23 iglesias más bellas del mundo.
El flujo de turistas y peregrinos ha crecido ostensiblemente. De acuerdo con estadísticas de la Diócesis de Ipiales, el número de visitantes pasó en los últimos años de 700.000, a más de un millón de visitantes. Aunque la mayoría son colombianos y ecuatorianos, ha crecido el flujo de turistas provenientes de Corea, Japón, China, Alemania, Francia y Estados Unidos.
A los simpáticos habitantes de la región les agrada la visita de los extranjeros, ya sea por la fe o atraídos por el portento arquitectónico. En realidad a ellos lo que les interesa es que su Mestiza siga siendo una devoción compartida por dos naciones.