María Callas: documentando el mito 

María Callas fue a la vez un mito y una persona. Desde los 13 años, cuando empezó a cantar, hasta los 53, cuando murió de una insuficiencia cardíaca, estuvo oscilando entre María -la niña indefensa norteamericana de origen griego que mendigaba el amor-, y Callas –la diva bellísima e inalcanzable que cantaba ópera como nadie lo había conseguido hasta el momento.

Maria by Callas (2017), documental dirigido por el debutante Tom Volf, se entromete en esta esquizofrenia íntima que habita el corazón de toda gran celebrity. En sus interiores albergan una irresoluble paradoja. Su fandom los considera semidivinos, y eso les gusta y procuran darle al fan lo que este quiere.

Sin embargo, ellos se conocen, saben que son a la vez mucho más y mucho menos de lo que creen aquellos que los aúpan a los altares con su mirada. Los héroes del espectáculo buscan una felicidad que la fama y el dinero no es capaz de dar. Y, sin embargo, determinan su vida por el camino del estrellato, la popularidad y los dólares.

Los cementerios están repletos de cadáveres jóvenes que quedaron atrapados en estas bipolaridades engendradas en esa hoguera de juventud que es el mundo de la música. Cada generación tiene sus víctimas. Los hay jovencitos. El club de los veintisiete: Janis Joplin. Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Amy Winehouse, Brian Jones o Kurt Kobain. Aunque también los hay que llegan un año tarde, como lo ha hecho recientemente el DJ Avicii.

Algunos resisten más en sus tronos, quizás por su fortaleza y genialidad, como Michael Jackson, el rey del pop (50 años), o los hace apenas un par de años desaparecidos: Prince, el rey del funk (57 años) y George Michael (53 años). Vemos que si no consiguen estabilizar sus vidas privadas, el mismo triunfo los arrastra lejos de sí mismos, hasta una isla –muchas veces paradisíaca y llena de lujos- en la que descubren que han renunciado a su propia felicidad por seguir con el paripé. Han bailado demasiado tiempo al son del “The show must go on”, de los Queen.

Este documental resulta sumamente magnético, en gran parte debido a la continua presencia en pantalla tanto del rostro como de la voz de María Callas. Ella se nos revela hierática y misteriosa en diversas grabaciones correspondientes entrevistas televisivas, reportajes periodísticos o registros de sus interpretaciones en el bel canto y en Medea (1969), de Passolini.

El montaje es ágil. Abunda el primer plano que invita al espectador a un continuo viaje hacia el interior de esta mujer antes que cantante, que sufrió de burn-out antes de que se supiese qué demonios era eso y que tuvo que retirarse largas temporadas de los escenarios por depresiones aliñadas con la explotación, la traición, el mal de amores y mucha soledad.

Como Grace Kelly, con la que se carteaba, o Lady Di, pertenecían a esa aristocracia de portada de la prensa rosa que se basa en una alcurnia hecha de millones e imagen. Las cámaras y su veredicto, cada vez más cruel, como el tiempo, la sumieron en una inconmensurable nostalgia, en la que su corazón debía superar demasiadas objeciones para seguir latiendo.

El largometraje nos introduce mínimamente en la existencia de María Callas y, sobre todo, en su relación amistosa y amorosa con el naviero Aristóteles Onassis, que prefirió casarse con Jackie Kennedy antes que con ella. Aunque se echa en falta una mayor profundización periodística a la hora de retratar a su primer marido, Giovanni Battista Meneghini, que queda retratado como un mero explotador de la cantante.