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Quien no ora está perdido

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5 - Llegar a misa algunos minutos antes y pasar ese tiempo en silencio.

P. Paulo Ricardo - publicado el 18/04/18

Los grandes maestros de la vida espiritual están de acuerdo en proclamar la eficacia santificadora, verdaderamente extraordinaria, de la oración. Sin ella, es imposible llegar a la sanidad

San Buenaventura. — “Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias de esta vida , seas hombre de oración. Si quieres alcanzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del enemigo, seas hombre de oración. Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y apetitos, seas hombre de oración. Si quieres conocer las astucias de Satanás y defenderte de sus engaños, seas hombre de oración. Si quieres vivir con alegría , y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y del trabajo seas hombre de oración.

Si quieres sacudir de tu ánima las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuidados, seas hombre de oración. Si la quieres sustentar con la gracia de la devoción, y traerla siempre llena de buenos pensamientos y deseos , seas hombre de oración Si quieres fortalecer y confirmar tu corazón en el camino de Dios, seas hombre de oración. 

Finalmente , si quieres desarraigar de tu ánima todos los vicios y plantar en su lugar las virtudes, seas hombre de oración; porque en ella se recibe la unción y gracia del Espíritu Santo , la cual enseña todas las cosas. Y además de esto, si quieres subir a la altura de la contemplación y gozar de los dulces abrazos del Esposo, ejercítate en la oración: porque este es el camino por donde sube el alma a la contemplación y gusto de las cosas celestiales”. [1]

San Pedro de Alcántara. – Al citar a otro autor, escribe:

“Por medio de la oración mental, el alma se purifica de sus pecados, se alimenta en la caridad, se confirma en la fe y se fortalece en la esperanza; la mente se expande, los afectos se intensifican, el corazón se purifica, la verdad se revela; la tentación se vence, la tristeza se disipa, las facultades se renuevan, las fuerzas caídas se vitalizan; la tibieza cesa, el escombro de los vicios desaparece. De la oración mental brota, como vivo resplandor, el anhelo del cielo, que el alma percibe cuando llena del fuego del amor divino. Sublime es la excelencia de la oración mental; grandes son sus privilegios; en la oración mental se manifiestan los secretos divinos y el oído de Dios está atento.” [2]

Santa Teresa. – Para la gran maestra de la vida espiritual, la oración lo es todo. No hay otro ejercicio en el que insista tanto, en todos sus escritos, y al que conceda tanta importancia santificadora como a la oración. Nos parece inútil citar textos: basta abrir al azar cualquiera de sus libros. Según ella, el alma que no hace oración está perdida; jamás llegará a la santidad. De la misma manera pensaba san Juan de la Cruz, tan identificado con la insigne reformadora del Carmelo.

El alma que no ora está perdida; jamás llegará a la santidad.

Pero ¿de qué tratamos nosotros en la oración? ¿Cuál es el asunto de nuestra conversación? En ella, Teótimo, no se habla sino de Dios; porque ¿de qué más puede hablar y entretenerse el amor sino del amado? Por eso, la oración y la teología mística son una misma cosa. Se llama teología porque, así como la teología especulativa tiene a Dios por objeto, también la ideología mística no habla sino de Dios, pero con tres diferencias:

1 – Ésta trata de Dios en cuanto Dios, y ésta habla de Dios en cuanto sumamente amable; es decir, considera la divinidad de la Suma Bondad, y ésta la Bondad de Divinidad.

2 – La especulativa trata de Dios con los hombres y entre los hombres; la teología mística habla de Dios, con Dios y en Dios.

3 – La especulativa tiende al conocimiento de Dios, y la mística al amor, de modo que aquella vuelve a sus alumnos sabios, doctos y teólogos; mientras que ésta los vuelve ardientes, aficionados y amantes de Dios”. [3]


Los textos podrían multiplicarse con abundancia, pero no es necesario. Todas las escuelas de espiritualidad cristiana están de acuerdo en proclamar la necesidad absoluta de la oración y su extraordinaria eficacia santificadora.

A medida que el alma intensifica su vida de oración, se acerca más a Dios, en cuya perfecta unión consiste la santidad. La oración es la fragua del amor, donde se enciende la caridad y se ilumina y abrasa el alma con sus llamas, que son luz y vida al mismo tiempo. Si la santidad es amor, unión con Dios, el camino más corto y rápido para que la alcancemos es la continua y ardiente vida de oración.

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