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“Gaudete et Exsultate”: La vida de los pobres es tan importante como la de los no nacidos

POPE FRANCIS,BABY
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Jorge Martínez Lucena - publicado el 12/04/18
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Acoger a los inmigrantes no es “kit opcional” de la fe cristiana, advierte el Papa Francisco

La última exhortación apostólica es un llamamiento eminentemente positivo a la santidad en la más urgente actualidad. Empieza diciendo:  Alegraos y regocijaos (Mt 5,12), dice Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa. (…) Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada.” (1) No es un texto teórico, sino que su intención es despertar a la Iglesia en su contexto actual.

Con ese fin, aborda sin tapujos varios malentendidos que viven los católicos hoy a la hora de afrontar los retos que la actualidad cultural, social y política nos plantea. Francisco subraya  que la santidad va por un camino distinto y propio (11) que cada uno debe ir descubriendo en el ejercicio del discernimiento (170). Sin embargo, no se muestra en absoluto dubitativo a la hora de dar indicaciones precisas y prácticas al respecto de lo que él considera urgencias.

Algunas de las sugerencias que hace son las siguientes:

1. Volver a la caridad como lo esencial del evangelio: “Jesús abre una brecha que permite distinguir dos rostros, el del Padre y el del hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos más. Nos entrega dos rostros, o mejor, uno solo, el de Dios que se refleja en muchos. Porque en cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios (61).

2. Para ser realmente feliz hay que acoger el sufrimiento del prójimo: “El mundo nos propone lo contrario: el entretenimiento, el disfrute, la distracción, la diversión, y nos dice que eso es lo que hace buena la vida. (…) Se gastan muchas energías por escapar de las circunstancias donde se hace presente el sufrimiento, creyendo que es posible disimular la realidad, donde nunca, nunca, puede faltar la cruz.” (75) La persona que abraza la realidad en toda su complejidad: “es consolada, pero con el consuelo de Jesús y no con el del mundo.” (76)

3. Si queremos amar a Cristo, él está en los pobres y los sufrientes: “ser santos no significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis” (96). “En el capítulo 25 del evangelio de Mateo (vv. 31-46), Jesús (…) declara felices a los misericordiosos.” (95) “En este llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse.” (96) Y más adelante concreta: “Jesús nos primerea en el corazón de aquel hermano, en su carne herida, en su vida oprimida, en su alma oscurecida. Él ya está allí.” (135)

4. No es lícito relativizar la importancia de la misericordia con los necesitados: “Ante la contundencia de estos pedidos de Jesús es mi deber rogar a los cristianos que los acepten y reciban con sincera apertura, (…) sin comentario, sin elucubraciones y excusas que les quiten fuerza. El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas, porque la misericordia es «el corazón palpitante del Evangelio»” (97).

5. No basta con dar limosna sino que hay que luchar por una sociedad más justa: “Aunque aliviar a una sola persona ya justificaría todos nuestros esfuerzos, eso no nos basta. Los Obispos de Canadá lo expresaron claramente (…): Para que las generaciones posteriores también fueran liberadas, claramente el objetivo debía ser la restauración de sistemas sociales y económicos justos para que ya no pudiera haber exclusión” (99).

Y más adelante: “No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente.” (101)

6. La vida de los necesitados es tan importante como la de los no-nacidos: “La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte[84]” (101).

7. Acoger a los inmigrantes no es un kit opcional de la fe: Algunos católicos afirman que es un tema secundario al lado de los temas “serios” de la bioética. Que diga algo así un político preocupado por sus éxitos se puede comprender; pero no un cristiano, a quien solo le cabe la actitud de ponerse en los zapatos de ese hermano que arriesga su vida para dar un futuro a sus hijos. ¿Podemos reconocer que es precisamente eso lo que nos reclama Jesucristo cuando nos dice que a él mismo lo recibimos en cada forastero (cf. Mt 25,35)? San Benito lo había asumido sin vueltas y, aunque eso pudiera complicar la vida de los monjes, estableció que a todos los huéspedes que se presentaran en el monasterio se los acogiera como a Cristo, expresándolo aun con gestos de adoración, y que a los pobres y peregrinos se los tratara con el máximo cuidado y solicitud” (102).

Y, más adelante: “Algo semejante plantea el Antiguo Testamento cuando dice: No maltratarás ni oprimirás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto (Ex 22,20). Si un emigrante reside con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis. El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como el indígena: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto (Lv 19,33-34). Por lo tanto, no se trata de un invento de un Papa o de un delirio pasajero.” (103).

8. Para dar gloria a Dios hay que entregarse a las obras de misericordia y vivir una cierta austeridad: “Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia.”

Como decía “santa Teresa de Calcuta: Sí, tengo muchas debilidades humanas, muchas miserias humanas. […] Pero él baja y nos usa, a usted y a mí, para ser su amor y su compasión en el mundo, a pesar de nuestros pecados, a pesar de nuestras miserias y defectos. Él depende de nosotros para amar al mundo y demostrarle lo mucho que lo ama. Si nos ocupamos demasiado de nosotros mismos, no nos quedará tiempo para los demás” (107).

Y aclara: “Será difícil que nos ocupemos y dediquemos energías a dar una mano a los que están mal si no cultivamos una cierta austeridad, si no luchamos contra esa fiebre que nos impone la sociedad de consumo para vendernos cosas, y que termina convirtiéndonos en pobres insatisfechos que quieren tenerlo todo y probarlo todo” (108).

9. Huyamos de la propia zona de confort y busquemos a Dios en las periferias: Afirma: “(…) a veces me pregunto si, por el aire irrespirable de nuestra autorreferencialidad, Jesús no estará ya dentro de nosotros golpeando para que lo dejemos salir. En el Evangelio vemos cómo Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios (Lc 8,1)” (136). “Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras. Nos lleva allí donde está la humanidad más herida y donde los seres humanos, por debajo de la apariencia de la superficialidad y el conformismo, siguen buscando la respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. (…) Por eso, si nos atrevemos a llegar a las periferias, allí lo encontraremos, él ya estará allí. (…)” (135).

Así, Gaudete et exsultate es una llamada a salir de la banalidad del mal en que nos sumergimos si nos entregamos a la desesperanza cotidiana o nos refugiamos en fosilizados palacios de cristal que son reducciones de la fe. Como Francisco nos dice: “Desafiemos la costumbre, abramos bien los ojos y los oídos, y sobre todo el corazón, para dejarnos descolocar por lo que sucede a nuestro alrededor y por el grito de la Palabra viva y eficaz del Resucitado.” (137)

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