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Una técnica para enseñar a los niños a regular sus emociones

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Calah Alexander - publicado el 29/03/18

Gritar hace que los niños escondan sus emociones en lugar de intentar resolverlas

Cuando mi cuarto hijo entraba en los terribles dos años, decidí cambiar totalmente mi forma de educar.

Parcialmente, me inspiré en mi propio y reciente episodio con la depresión posparto, que me dejó con muy poca capacidad para regular mis emociones, y también me inspiré en parte en mi amiga, que enseñaba a su hija (también de 2 años) a lidiar con la frustración pisando con su pie contra el suelo.

Al ver a mi amiga enseñando activamente a su niña a gestionar y regular una emoción difícil, me di cuenta de que yo misma nunca había aprendido a hacer eso y, sin duda, no le había enseñado a mis hijos a hacerlo. Así que decidí intentarlo.

Lincoln, mi hijo de 2 años, no tenía tantos problemas con la frustración como con la decepción. Si tenía que compartir un juguete o salir del parque, se ponía inevitablemente a gemir de forma histérica y, en ese momento, mi reacción por defecto era amenazar, castigar o ignorar. Así que decidí hacer todo lo contrario.

La próxima vez que empezó con su lamento, me arrodillé y le miré directamente a los ojos: “Lincoln, sé lo decepcionante que es marcharte de un lugar cuando lo estás pasando bien. Sé que puede ser difícil no llorar, así que voy a ayudarte a calmarte. Vamos a respirar hondo los dos y luego expulsar el aire tan fuerte como podamos”.

La novedad le pilló con la guardia baja y dejó de gemir. Entonces empezó a inspirar y espirar conmigo. Estaba tan ocupado con nuestra actividad nueva que nos marchamos del parque y llegamos hasta casa sin el sollozo habitual de todo el camino.

El éxito de mi experimento llevó a un cambio significativo en mi perspectiva general de acercamiento a mis hijos. Empecé a alejarme de los gritos y los “castigos” para acercarme más a la enseñanza y la formación. Aunque yo no lo sabía por entonces, mi hábito de gritar no solo no lograba solucionar problemas de disciplina, sino que los reforzaba (y quizás incluso los creaba). Según un artículo en Simplemost, gritar a los niños cambia, literalmente, sus cerebros… y no para bien:

Megan Leahy, madre de tres y coach de paternidad, explicó a The Washington Post en un artículo sobre los efectos de gritar que cuando un padre o madre grita, “estás aumentando la agresión o aumentando la vergüenza. Estas no son características que ningún padre quiera en sus hijos”.

En 2013, un estudio de la Universidad de Pittsburgh sugirió que “el castigo verbal duro” para adolescentes no sirve y de hecho tiene efectos similares al castigo físico. ¿Sus conclusiones? Gritar solamente refuerza el mal comportamiento e incrementa la depresión. Incluso en hogares que, por lo demás, eran amorosos, no se evitaban los efectos dañinos de levantar la voz, aunque fuera de forma ocasional.

Ahora no voy a fingir que soy perfecta y que nunca grito a mis hijos, porque sería mentira. Todavía grito, pero ni de lejos tanto como antes y ya no como primera respuesta.

Dedico mucho más tiempo a hablar sobre emociones con mis hijos, afirmando que son reales y poderosas y ayudándoles a idear estrategias para gestionar sus emociones.

Algunas estrategias funcionan mejor que otras (permitid que os diga lo bien que funcionó “hacer un dibujo de tu enfado en vez de pegar a alguien”), pero todo lo que inventamos es siempre un buen comienzo. Así da a mis hijos (¡y a mí también!) una estrategia concreta sobre la que trabajar.

En muchos aspectos, ya ha cambiado el paisaje de nuestra familia en tres cortos años. Lincoln ya rara vez entró en ataques de llanto quejumbroso después de aquella primera intervención y todavía practicamos lo de calmarnos los dos juntos.

A veces, cuando está triste, la iniciativa es mía. Pero otras veces él lleva la iniciativa cuando yo empiezo a mostrar poca paciencia y mal humor. Me pone sus manitas en mis mejillas y dice: “Mamá, respira hondo conmigo y luego echa el aire tan fuerte como puedas, ¿vale?”.

Y todas las veces, independientemente de lo irritada que esté el momento de antes, toda esa frustración se derrite con la respiración. A veces es más difícil que gritar, pero siempre es mejor opción.




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Tags:
educaciónpaternidad
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