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Cuando sufres la soledad, tu fe tiene dos opciones

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 27/03/18

¿Estoy preparado para sufrir el olvido y el odio injusto?

El domingo muchos apoyaban a Jesús y lo aclamaban con ramos y cantos. Pero días más tarde, el Jueves Santo, al caer la noche, lo dejan solo.

Jesús experimenta entonces la soledad más absoluta: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Sufre el abandono, el anonadamiento. En el dolor de tanta soledad se encuentra a solas con su Padre.

Y en su corazón vive lo que explica el profeta: “El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado”.

Suelta las amarras de su vida. Se entrega por entero sin oponer resistencia. Y en ese abajamiento sale Dios a su encuentro: “No hizo alarde de su categoría de Dios; tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

Fue sometido a una muerte ignominiosa. A una cruz dolorosa. El desprecio, el abandono, el olvido.

Había hablado con palabras llenas de sabiduría. Había curado enfermedades incurables. Se había negado a sí mismo por amor. Y a cambio recibió sólo el olvido y el desprecio. “Crucifícale”.

Y la soledad de una noche en una cisterna, en la casa de Caifás. Su última noche. Pedro lo siguió hasta esa casa. Luego lo negó. Su madre, las mujeres, se mantuvieron fieles. Estaban cerca, llorando.

Tantos prometieron fidelidad eterna y no fueron capaces de mantenerse firmes. No es sencillo. En medio de la cruz es cuando compruebo la profundidad de mi fe, su madurez.

Cuando todo transcurre a un ritmo cadencioso nada temo. Mi fe me sostiene. Cuando no entiendo, en medio de cruces injustas e inhumanas, en esos momentos de soledad profunda a mi fe sólo le quedan dos caminos. O crece y madura en medio de la prueba, o se quiebra para siempre y dejo de creer en ese Dios que me ha abandonado y me ha dejado solo. Ha preferido a otros antes que a mí.

Pienso en los anonadamientos que he sufrido. Anonadarse es hacerse nada. Dejar de ser importante. Sufrir la humillación y el olvido. El desprecio y la crítica. ¿Lo he experimentado?

¿Estoy preparado para sufrir el olvido y el odio injusto? Creo que no. Nunca estoy preparado. Poder pasar del Domingo de Ramos al Viernes Santo es difícil. Hace falta una gracia especial en el alma. Una fuerza que venga de lo alto.

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