Homilía hoy en Casa Santa Marta
Mirar al Crucificado en los momentos difíciles, cuando se tiene el corazón deprimido y uno está cansado del viaje de la vida. Es la invitación que hoy dirige el Papa Francisco en la homilía en Casa Santa Marta.
Francisco comienza su reflexión desde la primera lectura (Nm 21,4-9), en la que se narra la desolación vivida por el pueblo de Israel en el desierto y el episodio de las serpientes. El pueblo había tenido hambre y Dios había respondido con el maná y después con las codornices, había tenido sed y Dios le había dado agua.
Después, ya cerca de la tierra prometida, algunos de ellos manifestaron escepticismo porque los exploradores enviados por Moisés habían dicho que era rica en fruta y animales, pero habitada por un pueblo alto y fuerte, bien armado: tenían miedo de que les mataran. Y por tanto expresaban las razones del peligro de ir allí. “Miraban sus propias fuerzas y se olvidaron de la fuerza del Señor que les había liberado de una esclavitud de 400 años”, afirma el Papa.
La memoria enferma: cuando se echa de menos la esclavitud
En resumen, “el pueblo no soportó el viaje”, como cuando las personas empiezan “una vida para seguir al Señor, para estar cerca del Señor”, pero en cierto momento las pruebas parece que les superan. Ese tiempo de la vida cuando uno dice: “¡Basta!”, “me paro y vuelvo atrás”. Y se piensa con nostalgia en el pasado: “cuanta carne, cuántas cebollas, cuantas cosas buenas comíamos allí”. Pero el Papa invita a mirar la parcialidad de esta “memoria enferma”, de esta nostalgia distorsionada porque esa era la mesa de la esclavitud, cuando eran esclavos en Egipto.
Estas son las ilusiones que trae el diablo: te hace ver lo bueno de algo que has dejado, de lo que te has convertido en el momento de la desolación del camino, cuando aún no has llegado a la promesa del Señor. Así es un poco el camino de la Cuaresma, sí, podemos pensar así; o concebir la vida como una Cuaresma: siempre hay pruebas y consuelos del Señor, el maná, el agua, los pájaros que nos dan de comer… pero la otra comida era mejor. ¡Pero no olvides que la comías en la mesa de los esclavos!
Hablar mal de Dios es envenenarse el alma
Esta experiencia – subraya el Papa – nos sucede a todos cuando queremos seguir al Señor pero nos cansamos. Pero lo peor es cuando el pueblo habla mal de Dios, y “hablar mal de Dios es envenenarse el alma”. Quizás uno piensa que Dios no le ayuda o que las pruebas son muchas. Siente “el corazón deprimido, envenenado”. Y las serpientes, que mordían al pueblo como narra la primera lectura de hoy, son justamente “el símbolo del envenenamiento”, de la falta de constancia en seguir el camino del Señor.
Moisés, entonces, a indicación del Señor, hace una serpiente de bronce y la pone sobre un mástil. Esta serpiente, que curaba a todos aquellos que habían sido atacados por las serpientes por haber hablado mal de Dios, “era profético: era la figura de Cristo en la cruz”.
Aquí está la clave de nuestra salvación, la clave de nuestra paciencia en el camino de la vida, la clave para superar nuestros desiertos: mirar al crucificado. Mirar a Cristo crucificado. “¿Y qué tengo que hacer, Padre?” – “Mírale. Mira sus llagas. Entra en sus llagas”. Por esas llagas hemos sido curados. ¿Te sientes envenenado, te sientes triste, te sientes que tu vida no va, que esta llena de dificultades y también de enfermedades? Mira allí.
Francisco invita, por tanto, en esos momentos a mirar “al crucifijo feo, es decir, al real” porque “los artistas hacen crucifijos bonitos, artísticos”, algunos de oro y de piedras preciosas. Y esto – advierte – “no siempre es mundanalidad” porque quiere significar “la gloria de la cruz, la gloria de la Resurrección”. “Pero cuando te sientes así, mira a este: antes de la gloria”, reitera el Papa.
El Papa Francisco recuerda cuando de niño iba con la abuela el Viernes Santo: se hacía la procesión de las candelas en la parroquia y se llevaba al Cristo yaciente, de mármol, de dimensiones naturales. Y cuando llegaba, la abuela le hacía arrodillarse: “Míralo bien” – decía – “¡mañana resucitará!”. En aquel tiempo, antes de la reforma litúrgica de Pío XII, la Resurrección se celebraba el sábado por la mañana, no el domingo. Así que la abuela, el sábado por la mañana, cuando se escuchaban las campanas de la Resurrección, le hacía lavarse los ojos con agua, para ver la gloria de Cristo.
Enseñen a sus niños a mirar al crucificado y la gloria de Cristo. Y nosotros, en los momentos malos, en los momentos difíciles, un poco envenenados por haber dicho en nuestro corazón que Dios nos ha defraudado, miremos las llagas. Cristo levantado como la serpiente: porque él se hizo serpiente, se anuló entero para vencer “la” serpiente maligna. Que la Palabra de Dios hoy nos enseñe este camino: mirar al crucifijo. Sobre todo en el momento en que, como el pueblo de Dios, nos cansamos del viaje de la vida.