Homilía hoy en Casa Santa Marta
“Si no ven signos y prodigios, no creen”. Es una reproche que, en el pasaje del evangelio de hoy, Jesús dirige al funcionario del rey que le sale al encuentro en Galilea para pedirle que cure al hijo enfermo. La gente sabía que Jesús había hecho ya muchos milagros. Y Jesús parece perder la paciencia porque el prodigio parece ser lo único que cuenta para ellos.
“¿Donde esta su fe?”. Ver un milagro, un prodigio y decir: ‘Pero, Tu tienes el poder, Tu eres Dios’, sí, es un acto de fe, pero pequeñito. Porque es evidente que este hombre tiene un poder fuerte; pero allí empieza la fe, pero después tiene que ir adelante. ¿Dónde está tu deseo de Dios? Porque la fe es esto: tener el deseo de encontrar a Dios, de estar con Él, de ser feliz con Él..
Pero ¿cuál es en realidad el gran milagro que hace el Señor? La primera lectura del libro del profeta Isaías, lo explica, dice Francisco: ‘Yo creo los cielos nuevos y la tierra nueva. Se gozará y se alabará por siempre, de lo que voy a crear’. El Señor despierta nuestro deseo de la alegría de estar con Él.
Cuando el Señor pasa en nuestra vida y hace un milagro en cada uno de nosotros, y cada uno de nosotros sabe lo que ha hecho el Señor en su vida, no acaba todo allí: esta es la invitación a seguir adelante, a seguir caminando, “buscar el rostro de Dios”, dice el Salmo; buscar esta alegría.
Demasiados cristianos “aparcados”
El miracolo es por tanto sólo el comienzo, y el Papa se pregunta qué pensaría Jesús de tantos cristianos que se paran después de recibir la primera gracia, que no caminan y que se comportan como uno que en el restaurante se sacia con el aperitivo y se va a su casa sin saber que detrás venía lo mejor.
Porque hay muchos cristianos parados, que no caminan; cristianos atascados en las cosas de cada día – ¡buenos, buenos! – pero no crecen, se quedan pequeños. Cristianos aparcados: se aparcan. Cristianos enjaulados que no saben volar con el sueño de eso tan bello a lo que el Señor nos llama.
Una pregunta que cada uno puede hacerse, prosigue Francisco. “¿Cómo es mi deseo? (…) ¿Busco al Señor así? ¿O más bien tengo miedo, soy mediocre? (…) ¿Cuál es la medida de mi deseo? ¿El aperitivo o todo el banquete?”
Y concluye: “guardar el propio deseo, no acomodarse demasiado, ir un poco más allá, arriesgar. El verdadero cristiano arriesga, sale de la zona de confort”.