Francisco invita, en la misa de la Casa Santa Marta, a perdonar al prójimo y a pedir la gracia de la vergüenza por los propios pecados No juzguen y no serán juzgados. En la homilía de la misa en la Casa Santa Marta del 26 de febrero de 2018, el papa Francisco repitió con fuerza esta invitación de Jesús en el Evangelio del día (Lc 6,36-38) en un momento como el de la Cuaresma en que la Iglesia invita a renovarse.
Nadie, de hecho, podrá escapar al juicio de Dios, el personal y el universal: todos seremos juzgados. Bajo esta óptica, la Iglesia reflexiona sobre la actitud que tenemos con los demás y con Dios.
A menudo juzgamos a los demás
Nos invita a no juzgar a los demás, es más, a perdonar. Cada uno de nosotros puede pensar: “Pero, yo no juzgo nunca, no hago de juez”, observó Francisco.
E invitó a examinar nuestras actitudes. “¡Cuántas veces -observa- el tema de nuestras conversaciones es juzgar a los demás!”, diciendo “esto está mal”.
“Pero, ¿quién te ha hecho juez, a ti?, advierte el Papa. “Juzgar a los demás es feo, porque el único juez es el Señor” que conoce esta tendencia del hombre a juzgar:
En las reuniones que tenemos, una comida, cualquier cosa, quizá de dos horas: de esas dos horas, ¿cuántos minutos se han gastado en juzgar a los demás?
Este es el ‘no’. Y ¿cuál es el ‘sí?
Sean misericordiosos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. Y más: sean generosos. Den, y se les dará. ¿Qué se me dará? Una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. La abundancia de la generosidad del Señor, cuando estemos llenos de la abundancia de nuestra misericordia en el no juzgar.
La invitación es, por lo tanto, a ser misericordiosos con los demás porque de la misma manera el Señor será misericordioso con nosotros.
Ser humildes, reconocerse pecadores
La segunda parte del mensaje de la Iglesia, hoy, es la invitación a tener una actitud de humildad con Dios, que consiste en reconocerse pecadores.
Y nosotros sabemos que la justicia de Dios es misericordia. Pero es necesario decirlo: “¡A ti, Señor, la justicia! A nosotros, en cambio, la vergüenza”. Y cuando se encuentran la justicia de Dios con nuestra vergüenza, ahí está el perdón.
¿Yo creo que he pecado contra ti, Señor? ¿Creo que el Señor es justo? ¿Yo creo que es misericordioso? ¿Me avergüenzo frente a Dios, de ser pecador? Así de simple: a ti la justicia y a mí la vergüenza. Y pedir la gracia de la vergüenza.
La gracia de la vergüenza
Francisco recordó, finalmente, que en su lengua materna a la gente que hace mal, se le dice “sinvergüenza”, y reafirmó la invitación a pedir la gracia: “que nunca nos falte la vergüenza frente a Dios”.
Es una gran gracia, la vergüenza. Así que recordemos: la actitud hacia el prójimo, recordar que con la medida con la que yo juzgo, seré juzgado; no debo juzgar.
Y si digo algo sobre el otro, que sea generosamente, con mucha misericordia. La actitud frente a Dios, este diálogo esencial: “A ti la justicia, a mí la vergüenza”.
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Por Debora Donnini- Ciudad del Vaticano