Una mirada a la crisis de la adolescenciaQuizá no sea sorprendente que la segunda película de Greta Gerwig como directora tras Noches y fines de semana, que codirigió junto a Joe Swanberg, Lady Bird se haya convertido con el paso de los meses en una de las películas de la temporada si se atiende a que Gerwig disfruta de una posición privilegiada como actriz –y en tanto a lo que representa – entre cierta cinefilia; también a que convenientemente se ha utilizado la película como representación de discursos extracinematográficos que, en realidad, tienen poco que ver con lo propuesto en pantalla.
Pero sí lo es en tanto a que Lady Bird en verdad no ofrece nada demasiado novedoso ni en el plano argumental ni en el visual, no al menos como para que haya destacado como una de las mejores películas del año y tenga una presencia tan fuerte en todos los premios, más allá de la extraordinaria interpretación de Saoirse Ronan y, en otro registro, la de Laurie Metcalf.
Ronan interpreta a la joven Christine, quien se hace llamar ‘Lady Bird’. Vive en Sacramento, California, acude a un colegio católico y su sueño es abandonar la ciudad en dirección a Nueva York para estudiar en la universidad, a ser posible, algo relacionado con el arte y la cultura. En gran medida, vive imbuida de unos sueños que hace que esté ajena a su realidad, así como a las dificultades económicas de sus padres o a la clase social a la que pertenece.
A este respecto, Christine representa bien ese ínterin entre la adolescencia y la primera juventud, con cambios de carácter, rebelándose constantemente, sobre todo, contra su madre (Metcalf) y contra la ciudad de Sacramento.
Gerwig plantea Lady Bird entre la comedia y el drama sin dejar que el peso caiga en ninguna de las dos direcciones creando un buen pulso entre ambas. Aunque más asentada en el guion que en la dirección, consigue que la película plantee un relato de crecimiento (un coming age) bien modulado a base de un cierto sentido de ruptura narrativa con la que va desarrollando el progreso de Christine.
Es evidente, en muchos sentidos, que Gerwig conoce a los personajes de los que está hablando, también que en sus imágenes ha creado una mezcla de motivos cinematográficos derivados del cine independiente norteamericano que no aporta personalidad a la película, pero sí al menos algo de solidez, aunque sea a base de clichés visuales mediante un naturalismo visual que, en ocasiones, esconde algunas carencias de dirección.
Lady Bird funciona cuando se convierte en una película más íntima y personal, cuando los personajes abandonan la manía de Gerwig de exagerar sus características –algo que ella misma se ha ocupado de desarrollar como actriz- y deja que transmitan sus sentimientos y aparezcan sus conflictos.
Ahí la película consigue transmitir sinceridad y una mirada humana hacia los miedos de la juventud, hacia ese momento de inflexión y de cambio de una joven que, por otro lado, en sus caprichos y en sus exigencias, también en su sentir contrariado contra la clase social que le ha tocado vivir y de la que en gran medida reniega, se convierte, posiblemente involuntariamente, en representación de una generación, aquella a la que Gerwig a su vez ha dado forma en pantalla.
Es sencillo, a partir del personaje, entender algunas taras generacionales obvias en la actualidad, aunque, al final, Gerwig nos regale uno de los mejores momentos de las películas, cuando Christine se descubre sola y entiende el significado de aquello que ha dejado atrás.
Ficha Técnica
Título original: Lady Bird (2017)
País: Estados Unidos.
Director: Greta Gerwig.
Guión: Greta Gerwig.
Música: Jon Brion.
Drama. Comedia
Reparto: Saoirse Ronan, Laurie Metcalf, Lucas Hedges, John Karna, Beanie Feldstein, Tracy Letts, Timothée Chalamet.