Las Iglesias son instituciones, autoridades espirituales de diversa importancia, pero todas comparten el mismo objetivo de perpetuar el cristianismo según sus respectivas doctrinas.
Estas doctrinas diferentes han dado lugar a una multiplicación de autoridades a pesar de la vocación unitaria, universal y apostólica y unitaria de la Iglesia fundada por san Pedro.
Viene a la mente sobre todo el gran cisma entre las Iglesias Oriental y Occidental en 1054, separando la Iglesia católica romana de la Iglesia ortodoxa.
A veces, estas divisiones alimentaron las rivalidades entre las Iglesias, aprovechando varias ocasiones para tratar de desviar a los fieles a las otras denominaciones cristianas con el fin de unir a todos bajo una misma autoridad, aumentando así su poder.
Este deseo de volver a poner a todos los cristianos bajo un mismo techo se llamó “unionismo”.
Y a veces causó grandes sufrimientos, agravando las heridas causadas por las divisiones.
Así, por ejemplo, parte del mundo ortodoxo puede haberse visto particularmente afectado por el apego a la Roma católica de ciertas Iglesias pertenecientes a su tradición —a veces llamadas Iglesias uniatas— durante contextos político-religiosos a menudo conflictivos.
El ecumenismo: una aspiración común de los cristianos de elevarse hacia Dios
Frente a las tropelías causadas por el unionismo, el ecumenismo favorece la comprensión y el entendimiento mutuo entre todas las tradiciones cristianas.
Nacido a finales del siglo XIX y encarnado en Francia por la figura del abad Paul Couturier, el ecumenismo se basa en una idea sencilla: el objetivo común de los cristianos no es reunir a todos bajo una única autoridad, sino caminar todos juntos hacia Dios según Su voluntad.
Esta intuición relativamente reciente viene dictada, sin duda, por la constatación de que las diferentes denominaciones y tradiciones cristianas son demasiado antiguas, construidas con demasiada solidez en sus especificidades, como para que se desprecien y luchen entre sí como las herejías de los primeros siglos.
No se trata en modo alguno de que cada confesión cristiana reniegue de sus convicciones y su doctrina para reconocer las de los demás como verdades absolutas.
Se trata más bien de considerar que la figura de Cristo, que une a católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes, es el fundamento de un conocimiento mutuo que solo puede ser enriquecedor y que prohíbe la indiferencia y la arrogancia entre cada uno.
Desde el diálogo y el respeto entre las diferentes tradiciones cristianas podemos confiar en que todos podremos acercarnos a Dios.
El ecumenismo pretende romper la incomprensión entre cristianos a través del estudio y el encuentro, inevitable hoy día, especialmente después de las tribulaciones de la historia contemporánea.
Una nueva etapa de la historia
Las persecuciones rusas de 1917, por ejemplo, provocaron la emigración de muchas mujeres ortodoxas a Francia, especialmente a Lyon.
Allí los refugiados fueron recibidos por el abad Paul Couturier, mientras que algunos movimientos protestantes ganaron importancia con la renovación carismática en la segunda mitad del siglo XX.
Después del apaciguamiento de las tensiones y de las guerras abiertas entre cristianos, el ecumenismo representa una nueva etapa de la historia, la del respeto y la consideración que, sin implicar concesiones temerarias, aspiran a crear una cierta sinergia, persiguiendo con prudencia e inteligencia el objetivo de la unidad que se impone en el cristianismo.
Una extendida oración por la unidad de los cristianos desarrollada por el abad Paul Couturier deja claro que el objetivo es “la unidad que Dios quiera, por los medios que Él quiera”.