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Iban a divorciarse y estas preguntas lo cambiaron todo

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Luz Ivonne Ream - publicado el 31/01/18
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Greg y Julie Alexander: “Todo matrimonio tiene esperanza”

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“Todo matrimonio tiene esperanza siempre y cuando dejemos de vivir de forma individualista, pensando únicamente en nuestras necesidades personales, dejando a un lado todas esas ideas modernas llenas de egoísmo y comencemos a vivir nuestra relación conforme al plan de Dios”. 

Supe de Greg y Julie Alexander hace un poco más de 15 años cuando les escuché en una entrevista por EWTN. Tengo tan claro ese momento como si lo estuviera viviendo ahora. Su testimonio matrimonial me impactó de tal forma que sus nombres se quedaron grabados en mi memoria.

Hablaron de cómo fue que pisaron el infierno, del adulterio por el que atravesaron, del dolor que causaron a sus hijos hasta la reestructura total de su matrimonio.

Hasta recuerdo cuál fue mi pensamiento cuando terminé de escucharles: “Yo nunca necesitaré de sus servicios porque a mí jamás me va a pasar eso”. Como dice el dicho, “nunca digas de este agua no beberé porque el camino es largo y te puede dar sed”.

Qué lejos estaba de saber que años después les pediríamos ayuda para restaurar nuestro matrimonio y que, además, mi esposo y yo colaboraríamos en su apostolado haciéndonos cargo del área hispana.

Greg y Julie, como les sucede a tantos matrimonios hoy en día, tocaron fondo. Y fue uno muy doloroso. Ambos fueron infieles y “sentían” que ya no eran felices en su relación. No solo fue la infidelidad el cáncer que entró en su relación, sino las formas egoístas que el mundo les ofreció.

Un día, después de una escena dramática en que se reprocharon sus mutuas infidelidades, tomaron la decisión de que lo mejor era divorciarse porque ya no eran felices juntos.

Les comunicaron a sus dos hijos -en ese entonces pequeños- su “inteligente” acuerdo. La reacción de ellos fue tan negativa y profundamente dolorosa que decidieron buscar ayuda para intentar solucionar sus problemas.

Julie aún recuerda con enorme dolor la escena de sus hijos, en una esquina del cuarto, ambos abrazados, temblando y llorando sin consuelo por la terrible noticia que acababan de recibir de quienes se suponía que les amaban incondicionalmente.

Dicen que sus corazones estaban tan endurecidos que se autoconvencieron de que con terapia y ayuda profesional estarían bien.

Pero pudo más el amor por sus hijos y el que entre ellos había -y que en ese momento no “sentían”- que sus preferencias egoístas.

Acudieron a diferentes lugares; sin embargo, nadie lograba ayudarles de una forma en la que ellos quedaran satisfechos.

Un terapeuta católico -de esos que hoy tanto abundan- les dijo que deberían divorciarse, que esa era la solución. Gracias a Dios pidieron apoyo también al vicario del tribunal de su diócesis. Ellos iban con el pensamiento de que este hombre de Dios les daría por su lado, les apoyaría en su decisión de divorciarse y les ayudaría con el proceso de nulidad.

“Después de varias semanas, supimos que era el vicario del tribunal de la diócesis. No sabíamos nada de nuestra fe, pero sí sabíamos que él podía hacer la anulación de nuestro matrimonio. 

¡Qué regalo de Dios! Estábamos pensando qué hacer con nosotros mismos y Dios nos había mandado a este hombre santo para ayudarnos a salir de este matrimonio miserable” (1).

Pero, como generalmente no contamos con la astucia de Dios, llegada la “esperanzadora” cita, el vicario comenzó a hablar:

“Déjenme hacerles unas preguntas: “¿cuál es el plan de Dios para el matrimonio?”, “¿qué nos enseña la Iglesia acerca de la Alianza del matrimonio?”, “¿qué dicen los Santos Padres y san Pablo, del matrimonio?”…  Yo sólo me le quedé mirando.  No supe qué contestarle.  Miré a Greg, y encogió los hombros.  Era obvio que ninguno de los dos sabíamos qué responder.

“Padre”, le respondí al final, “¿qué tiene que ver todo esto con nosotros?. Lo que quiero decir es que somos católicos, vamos a la iglesia los domingos, pero es de nuestro matrimonio de lo que estamos hablando.  Solíamos amarnos, pero ya no nos amamos.  Estábamos esperando que usted nos mostrara cómo salir de todo esto”.

“Sé que no tiene sentido,” contestó, “pero antes de que sigan, yo quiero que ustedes aprendan del plan de Dios para el matrimonio” (2).

Gracias a que vivieron esta experiencia fundaron  https://www.thealexanderhouse.org/, apostolado donde además de dar conferencias, sesiones personales a parejas y demás, ofrecen un curso en línea – “Marriage 411” e-Course- para ayudar a las parejas a experimentar la alegría de un matrimonio católico sólido.

Hoy, Greg y Julie Alexander -con 7 hijos, 3 nietos y entregados en cuerpo y alma a salvar matrimonios- nos ayudan a parejas del mundo entero a descubrir los milagros que Dios puede hacer con nuestras heridas -mismas que pueden desencadenar en pecado si no las sanamos-, no solo por medio de su testimonio, sino de herramientas prácticas -tanto espirituales como humanas- para rescatar, embellecer y vivirlo plenamente.

Greg y Julie son la cara de la “Esperanza Matrimonial”. De hecho, en los funerales de la Madre Angélica -fundadora de EWTN– fueron invitados de manera personal y exclusiva a la ceremonia. Para mí fue un regalo del cielo el que ellos fueran como representantes de lo que es vivir un matrimonio en Cristo, conforme al plan de Dios. Fue como una reafirmación de Dios de que su labor es inspiración divina.

 

Greg y Julie Alexander

Familia Alexander
Greg y Julie Alexander

Si quieres conocer más de este maravilloso matrimonio encuéntrales por medio de su página y redes sociales. https://gregandjulie.online/

https://www.facebook.com/gregnjuliealex

 

*(1) Extraído del libro Marriage 911-Greg & Julie Alexander

*(2) Ídem

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