¿Hay que cambiar de pareja cada cinco años?

Si a ese suéter que compraste con tanto amor le salen bolitas, deséchalo. No pienses más en él. Algo así cree el escritor y psicólogo Rafael Santandreu sobre el amor: dice que hay que cambiar de pareja cada cierto tiempo porque ya no nos vale. Propone que sea cada cinco años.

Santandreu, que ha escrito un libro sobre ese amor (o mejor dicho, esa falta de amor), quiere dejar la conciencia tranquila con argumentos que justifiquen la infidelidad y, finalmente, la ruptura.

A su juicio, nosotros los humanos no estamos programados para un amor a fondo, somos más bien unos seres nacidos para vivir entre cosas de manera pasajera y el amor es una de ellas.

Asegura que Hollywood nos tiene muy comido el tarro con el amor romántico (un poquillo de razón sí lleva), pero incluye en el mismo saco el amor para toda la vida.

Según él, todos seríamos más felices si asumiéramos que somos incapaces de un amor duradero y ya nuestra meta fuera directamente cambiar de pareja cada cinco años. ¿De verdad esto es así?

No sabemos si Santandreu practica algún deporte. Tampoco sabemos cómo le fue en su vida amorosa privada. Pero creer su teoría es como asegurar que no existe la posibilidad de superación en las personas. Y eso es absolutamente falso.

¿Han visto a alguien que a los cinco años practica mejor un deporte que cuando empezó a entrenar? Entonces, si entrenamos nuestra capacidad de amar, ¿por qué no vamos a superarnos?

¿Por qué no vamos a ser capaces de amar en pareja más allá de cinco años? De entrada, es una barrera a la libertad de cada uno  imponer ese criterio de que a los 5 años es mejor olvidarse de la persona con quien has compartido la vida, porque tú o ella vais a fallar. ¿Por qué va a ser así? ¿Por qué llamas al mal tiempo?

Dice que el amor es una emoción. Falso. Puede darse una emoción, un sentimiento, una pasión amorosa, y es cierto que le llamamos amor. Pero a ese primer amor hay que añadirle el amor profundo, el que va más allá del agrado físico y del enamoramiento. Es el amor de entrega, de querer el bien del otro por encima de uno mismo.

Y es ese el que es verdaderamente amor de pareja, el que reúne desde la atracción física hasta la entrega más sublime.

Si al amor queremos llamarlo sentimiento, debemos añadir “sentimiento estable” porque no estamos hablando de un sentir pasajero, de un “me apetece, me llama la atención, hace que note mariposas en el estómago, pero para una temporada y luego ya veremos”, que va a durar un tiempo y luego se evaporará porque “ya no me atrae tanto, porque me aburro con esta persona, porque he conocido otras cosas de él que no me han gustado”.

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El amor es maduro y cuenta con la ayuda de la inteligencia y de la voluntad.

Con la inteligencia, cada vez puedo conocer mejor a la otra persona: conocerla en la relación de pareja pero también en cómo es con otras personas, en el trabajo, en la vida social, con su familia, en situaciones delicadas…

Con la voluntad, añadimos un “querer” al amor. Y “queremos querer“, nos empeñamos en querer, queremos con más fuerza. La voluntad hace que uno ame aunque sea un mal día y aunque la otra persona le esté fallando.

La voluntad impulsa a querer también cuando pasa el tiempo (a los 70 años, como dice Ed Sheeran en su canción) y el físico no acompaña de la misma manera: las arrugas, la vejez, la menopausia, un accidente, alguna enfermedad…

Comenzar el amor dándole fecha de caducidad es abortarlo. Porque no hay nada que entristezca más el alma que saber que aquello acabará. ¿O no? Cuando estamos disfrutando de algo, querríamos que no acabara nunca.

¿Cómo va a ser posible pensar que una persona no es capaz de amar para siempre? Sería considerarla por debajo de sus capacidades. 

Si te da miedo una relación porque no sabes si va a durar, pregúntate si estás dispuesto a luchar por ella una semana. Pero luchar de verdad, pase lo que pase. Si dices que sí de corazón, entonces es que estás preparado para luchar por esa relación toda una vida.