Escaleras de cine, o dos clásicos inolvidables

Una imagen me trae otra. Un plano me recuerda otro plano. Una secuencia me trae otra secuencia. Una película, otra película. Una cosa me lleva a otra. Una ciudad, a otra. Y así. Y una imagen me lleva a un libro. Y un libro a un hotel. Y un hotel me lleva a alguien. Y una canción de Cramberries a la nostalgia.

El mundo es un espacio hecho de imágenes, hecho de heridas. El mundo es una galería de heridas, de imágenes conectadas. El mundo es un lugar para no dejar jamás de revolucionarse, de centrifugarse con imágenes. “Revolucionario será aquel que pueda revolucionarse a sí mismo”, decía Wittgenstein.

Una escalera me recordó otra escalera. Fue en Vivir, de Kurosawa. La escalera de casa en la que que Kanji Watanabe sube y baja afligido. El viejo funcionario al que se le había olvidado vivir, se había dejado atrás la vida de tanta rutina, de tanto hacer cosas útiles. ¿Y las inútiles? ¿Cuándo le vamos a dar más tiempo a las cosas inútiles? Leer, viajar, escuchar música, respirar, observar el atardecer. Mirar la belleza.

El viejo Watanabe, herido de muerte, sube y baja por aquella escalera de casa, donde el hijo piensa en la herencia, en las cosas útiles de la vida. Watanabe sabe que no le queda mucho. Y se va a vivir. A hacer lo que nunca hizo. Se va a hacer cosas inútiles. Que son las más importantes. Watanabe se da cuenta tarde y nosotros, ¿cuándo nos daremos cuenta, cuándo empezaremos a vivir?

Como digo, una escalera lleva a otra escalera y la de Watanabe, la escalera de Kurosawa, de ese gran clásico que es Vivir, me recordó otro clásico, La dolce vita, de Fellini. Marcello Rubini, o sea, Marcello Mastroianni detrás de Sylvia, de la bella Anita Ekberg, detrás de ella por las escaleras, persiguiéndola de noche por aquella Roma decadente, de calles vacías, el frío de la fuente, de la Fontana di Trevi, la magia del agua mojando la ropa. Y antes de todo aquel baile. Bailar así queremos todos. ¿Cuándo fue que dejamos de bailar así, cuándo fue que dejamos de hacer cosas inútiles?

“Era la primera vez que subía una escalera: en el pueblo había muy pocas casas que tuvieran más de un piso y las que lo tenían eran inaccesibles”, escribe Cabrera Infante al comienzo de La Habana para un infante difunto. Recuerdo bien cuál fue la primera escalera que subí. Aunque a veces no estoy seguro. Uno podría conectar todo el cine a través de una escalera. Vivir de Kurosawa con Vértigo de Hitchcock. Scottie Fergusson subiendo pegado a la pared de la escalera. Y Vértigo con La dolce vita. Y La dolce vita con…