El Papa Francisco presidió la Santa Misa con ocasión de la Fiesta de la Traslación del icono de la “Salus Populi Romani”, en la Basílica de Santa María La Mayor“No podemos permanecer indiferentes o apartados de la Madre, porque perderíamos nuestra identidad de hijos y de pueblo, y viviríamos un cristianismo hecho de ideas y de programas, sin confianza, sin ternura, sin corazón”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la celebración Eucarística con ocasión de la Fiesta de la Traslación del icono de la “Salus Populi Romani”, en la Basílica de Santa María La Mayor, el último domingo de enero de 2018.
Comentando las lecturas que la liturgia presenta para esta fiesta, el Santo Padre señaló que, como Pueblo de Dios en camino, nos detenemos en el templo de la Virgen ante su presencia maternal. “La presencia de la Madre – precisó el Papa – convierte este templo en una casa familiar para nosotros los hijos. Junto a generaciones y generaciones de romanos, reconocemos en esta casa materna nuestra casa, la casa donde recobramos fuerzas, encontramos consuelo, protección, refugio. El pueblo cristiano – puntualizó el Pontífice – comprendió desde el inicio que en las dificultades y en las pruebas es necesario acudir a la Madre, como indica la antífona mariana más antigua: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.
Buscamos refugio
Recordando las enseñanzas de la tradición, el Papa Francisco indicó que nuestros Padres en la fe nos enseñaron que en los momentos turbulentos es necesario ponerse bajo el manto de la Santa Madre de Dios. “Su manto está siempre abierto para acogernos y congregarnos. Nos lo recuerda bien el Oriente cristiano, donde muchos festejan la Protección de la Madre de Dios, que está representada en un precioso icono en el que, con su manto, protege a los hijos y cubre el mundo entero”.
Esta sabiduría que viene de lejos nos ayuda, porque la Madre custodia la fe, protege las relaciones, salva en las dificultades y preserva del mal. Por ello, afirmó el Papa, donde la Virgen es de casa el diablo no entra; donde está la Madre la turbación no prevalece, el miedo no vence. María, agregó el Pontífice, es el arca segura en medio del diluvio. No serán las ideas o la tecnología lo que nos dará consuelo y esperanza, sino el rostro de la Madre, sus manos que acarician la vida, su manto que nos protege. Aprendamos a encontrar refugio, invitó el Papa, yendo cada día a la Madre.
No desprecies nuestras súplicas
En este sentido, señaló el Obispo de Roma, cuando nosotros le suplicamos, María suplica por nosotros y el Papa recuerda que hay un bonito título en griego que explica esto: Grigorusa, es decir, «aquella que intercede prontamente»; no se demora, como hemos escuchado en el Evangelio. “Así actúa cada vez, si la invocamos – precisó el Santo Padre – cuando nos falta la esperanza, cuando escasea la alegría, cuando se agotan las fuerzas, cuando se oscurece la estrella de la vida, la Madre interviene. Está atenta a las fatigas, sensible a los desasosiegos, cercana al corazón. Y jamás desprecia nuestras oraciones; no deja sin atender ni tan siquiera una. Es Madre, no se avergüenza nunca de nosotros, antes bien desea solamente poder ayudar a sus hijos”.
Líbranos de todo peligro
La Madre, puntualizó el Santo Padre, no es algo opcional, es el testamento de Cristo. Y nosotros tenemos necesidad de ella como un caminante del descanso, como un niño de ser llevado en brazos. “Es un gran peligro para la fe – señaló el Papa – vivir sin madre, sin protección, dejándonos llevar por la vida como las hojas por el viento. El Señor lo sabe y nos recomienda acoger a la Madre. No son buenos modales espiritual, sino es una exigencia de vida. Amarla no es poesía, es saber vivir. Porque sin Madre no podemos ser hijos. Y nosotros, ante todo, somos hijos, hijos amados, que tienen a Dios por Padre y a la Virgen por Madre”.
Antes de concluir su homilía, el Papa Francisco recordó que, ll Concilio Vaticano II enseña que María es «signo de esperanza cierta y de consuelo para el Pueblo peregrinante de Dios». Es signo, es el signo que Dios nos ha dado. Si no lo seguimos, nos salimos del camino, porque hay unas señales en la vida espiritual que deben ser respetadas.
“No podemos permanecer indiferentes o apartados de la Madre – precisó el Papa – porque perderíamos nuestra identidad de hijos y de pueblo, y viviríamos un cristianismo hecho de ideas y de programas, sin confianza, sin ternura, sin corazón. Pero sin corazón no hay amor y la fe corre el riesgo de convertirse en una bonita fábula de otros tiempos. La Madre, en cambio – concluyó el Pontífice – custodia y prepara a los hijos. Los ama y los protege, para que amen y protejan el mundo. Hagamos que la Madre sea la huésped de nuestra vida cotidiana, una presencia constante en nuestra casa, nuestro refugio seguro. Encomendémosle cada día. Invoquémosla en cada dificultad. Y no nos olvidemos de volver a ella para darle gracias”.