Quizás te falta una mentalidad más positiva. Mirar más alto por encima de tus miserias
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Tal vez mi problema es que me fijo sólo en lo que no hago bien. Resalto más mi pecado, mi debilidad, mi carencia. Me enfrento con furia a mi realidad para intentar cambiarla. Porque no me gusta. O porque no le gusta al mundo. Me he sentido rechazado o no querido.
A veces simplemente me entristece la vida como es y no avanzo, no sonrío, me lleno de amargura. Y en mi desánimo no logro cambiar nada de cuanto toco. Quizás me falta una mentalidad más positiva. Mirar más alto por encima de mis miserias. Mirar el bien que puedo hacer y hago, más que el mal en el que caigo.
Decía el P. Kentenich: «La historia del seminarista que realizaba su examen de conciencia ya no desde el punto de vista negativo: ¿En qué me equivoqué? ¿En qué pequé?, sino desde el positivo: ¿Qué conseguí, qué logré, qué quiero alcanzar? Suscitó así el enojo de su acompañante espiritual. Éste lo increpó: – ¡Usted tiene que enmendarse! El seminarista respondió imperturbable: – Sí; pero lo hago positivamente, haciendo que lo positivo exceda en brillo a lo negativo».
El P. Kentenich acentuaba siempre lo positivo en la autoeducación. La luz del sol no deja ver las estrellas con su resplandor. El bien resalta por encima del mal. El poder de Dios es siempre más fuerte que el del demonio. El triunfo final de Jesús en la cruz es más poderoso que las muchas derrotas vividas en el camino. El amor tiene más fuerza que el odio. El bien que realizo más influencia que el mal, porque cambia el mundo. La luz que me deja ver la vida es más que la oscuridad.
Siempre lo veo así. La mirada es la que cambia la realidad que me rodea. Puedo ver un campo baldío y no ver nada más que desolación. Puedo ver ese mismo campo vacío y ver en él ciudades, campos de cultivo, triunfos, logros. Puedo ser audaz y soñar con algo nuevo. O quedarme atado de manos en la esclavitud a la que me he acostumbrado.
En la película «The greatest Showman» comentan: «Para hacer algo nuevo hay que romper con lo convencional». Para hacer algo nuevo en mi vida tengo que salir de lo que me ata. Cuando aquello que me ata no lo he elegido libremente. Quiero hacer algo nuevo desde el sí que le he dado a Dios. Pero siendo creativo en mi forma de darme, de entregarme.
Miro la fuerza oculta detrás de mis límites y torpezas. Detrás de mis cadenas y caídas. Lo sé muy bien, la mirada lo cambia todo. Tal vez no basta con operarme los ojos para cambiar un poco mi forma de ver la vida.
Quizás tendré que sacarme los ojos y buscar otros que tengan más hondura, más claridad. Unos ojos que sean como los de Dios. Cambio mi forma de mirar. Quiero mirar como mira Jesús. Viendo lo bello en el corazón. Haciendo que su amor cambie a las personas.
En la misma película decía P.T. Barnum: «El arte más noble es el de hacer felices a los demás». A veces pongo mis fuerzas en sueños que no me llenan el corazón. El arte más noble, la misión más grande, consiste en hacer felices a otros. No quiero vivir preocupado de no cometer errores. No pretendo hacerlo todo bien. Tengo pecados.
Sé que no puedo llevar una vida inmaculada. Soy frágil. Pero sé que sí puedo luchar por hacer la vida más feliz a los que me rodean. Puedo hacer que su vida sea más fácil, más plena. Eso es posible.
Pero tantas veces amo mal. Me amo a mí mismo. Sólo sueño con mis logros, con mis éxitos, con mi fama. Busco ser yo reconocido y querido. Quiero tener un lugar en la lista de los que destacan. Por eso me empeño en hacerlo todo bien, puliendo los defectos de mi alma.
Pero hoy me detengo ante Jesús que pasa. Y miro la fuerza que brota en mi interior. Y dejo que salga de mí ese fuego, ese amor. Estoy llamado a mirar así mi vida y la de los demás. A mirar en ellos su luz, su fuerza. A mirar como mira Jesús al pasar ante mí. Quiero ser un educador santo capaz de educar hombres santos.
Dice el P. Kentenich: «Yo, como padre, soy el sacerdote. Debo ser el maestro, que culmine la obra, que, de la ‘madera’ que tengo ‘en mis hijos’, talle auténticas figuras de santos. Se trata de la creación de valores nuevos. Hemos de ir a la soledad y allí dejarnos formar: estar abiertos a Dios y después, una vez llenos de Dios, salir afuera».
Educo desde el corazón de Dios. Desde el silencio y la escucha donde me encuentro con mi verdad, con mi original forma de amar y mirar la vida. Y desde lo que soy puedo educar a quien Dios pone en mis manos. Dejo que mi corazón se llene de Dios para poder entregarlo a los que más lo necesitan. Cambio la mirada que tengo sobre mí. Cambio la mirada que proyecto sobre los demás.
Quiero ser más humilde para mirar desde abajo a las personas, nunca desde arriba. Y ver su belleza oculta, su grandeza, su fuerza interior, su verdad más ignorada por los que miran mal. Esa misma luz que yo no veo en mí tantas veces. Por eso hoy lo decido. Cambio mis ojos. Los llevo al taller de Dios. En Él quiero empezar a mirar a los demás como Él me mira a mí. Puedo hacerlo si me dejo cambiar.