A doscientos años de su nacimiento, en tiempos de barbarie, Venezuela recuerda a este símbolo del civilismo
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
El 1° de febrero de 2018 se celebrará el bicentenario de Cecilio Acosta, quien nació en San Diego de Los Altos (hoy municipio Guaicaipuro del estado Miranda) el 1° de febrero de 1818. Es una de las figuras católicas más descollantes del siglo XIX venezolano, así como una referencia del civilismo y el entendimiento en medio de nuestra turbulenta historia.
La Universidad Católica Cecilio Acosta es una universidad privada de la iglesia católica, fundada en el año 1983 en la ciudad de Maracaibo, Venezuela en honor a este destacado escritor venezolano.
En 1831, ingresa al Seminario Tridentino de Santa Rosa (Caracas), donde inicia la carrera sacerdotal, el conocimiento de los clásicos, el dominio de la lengua latina y una serie de lecturas decisivas en la gestación de su pensamiento. Se cuenta que era capaz de escribir cartas en suelto, florido e impecable latín al mismísimo Papa.
En 1840, abandona los estudios eclesiásticos para estudiar Filosofía y Derecho en la Universidad Central de Venezuela. Aunque obtuvo el título de abogado, no cambió su situación económica. Y no cambiaría jamás. Honesto a toda prueba, fiel a sus principios e ideas, jamás cedió ante el poderoso y su muerte ocurrió en condición tan humilde como el hogar en que nació.
Este importante escritor, periodista y exponente del humanismo durante una etapa de caudillos, merece especial recordación porque fue uno de los mayores prosistas de la lengua castellana en todos los tiempos, un fue pensador osado, gran jurisconsulto, espejo de rectitud y paradigma de virtud ciudadana. Además, fue redactor del Código Penal de Venezuela.
La celebración del bicentenario de Cecilio Acosta ocurre en un momento muy difícil de la vida política y social del país, en medio de una terrible situación cuyas salidas o desenlaces en el corto plazo no es fácil avizorar. En cambio, no es difícil prever, lamentablemente, mayores niveles de confrontación y polarización.
El presidente de la Academia Venezolana de la Lengua, Horacio Biord Castillo, escribió: “Al llorar su muerte, José Martí, quien lo había conocido personalmente poco antes, escribió una hermosa elegía. Con su verbo emocionado, expresa refiriendo a Acosta: Sus manos, hechas a manejar los tiempos, eran capaces de crearlos. Para él el Universo fue casa; su patria, aposento; la historia, madre; y los hombres, hermanos, y sus dolores cosas de familia, que le piden llanto. Él lo dio a mares. Todo el que posee en demasía una cualidad extraordinaria, lastima con tenerla a los que no la poseen: y se le tenía a mal que amase tanto”.
En la turbulenta historia venezolana del siglo XIX, Cecilio Acosta brilla como un faro, como un símbolo indiscutible de los ideales civilistas que no solo cívicos, en ese período de consolidación del estado nacional. “La vida misma de Acosta es un ejemplo insoslayable para entender el país, sus instituciones y su accionar republicano. En otras palabras: para entendernos como ciudadanos y como intelectuales” -comenta Biord-. Según podemos aprehender de su actitud ante los vaivenes y desatinos de la política, Acosta entendió que, por encima de las circunstancias coyunturales que le servían de marco sociohistórico, había una dimensión ética y axiológica de mayor trascendencia. Ese espacio era el reservado para los espíritus superiores, como el suyo; pero también para los intelectuales”.
Se habla de él como “libertador intelectual”. Continúa Martí sobre Acosta: “Lo que supo, pasma. Quería hacer la América próspera y no enteca; dueña de sus destinos, y no atada, como reo antiguo, a la cola de los caballos europeos. Quería descuajar las universidades y deshelar la ciencia y hacer entrar en ella savia nueva”.
Los expertos en Acosta afirman que fue un “hombre del pueblo, pero no del populacho que grita y alaba a los pseudohéroes a quienes se les erigen estatuas en vida y está prohibido no solo censurar sino incluso cuestionar en lo más mínimo; fue también un académico para el pueblo que, a mediados del siglo XIX, entendió su misión intelectual y sus reflexiones al servicio de la superación de la pobreza, las inequidades y el bienestar económico de la población”, mediante la educación, el trabajo y la industria como generadora de riqueza social y no mero acaparamiento de los medios de producción.
Sus restos descansan, desde 1937, en el Panteón Nacional. Crítico y defensor de las libertades políticas y sociales, dejó escrito en 1868: “… No queremos que la tiranía, que busca tinieblas, tenga adoradores, ni la ignorancia, que la sirve, prosélitos.”
Un hombre así no puede ser olvidado, ni simplemente evocado sin más, sin edificar a partir de su legado. “Llorarlo fuera poco”, insiste Martí. Al morir don Cecilio, resonaron las palabras de su gran amigo y apóstol de la Independencia cubana: “cuando él alzó el vuelo, tenía limpias las alas”. Ese venezolano decimonónico, de limpias alas y frente altiva, es modelo de venezolanidad, de republicanismo bien entendido y de civilismo sin tacha.-