Me detengo ante el nuevo año que inicio con la bendición de Dios:
Esta bendición me levanta al comenzar este nuevo año. Lo miro con optimismo. Lo miro con alegría.
Miro a María que viene a mí a sostener mi vida. Ella me ayuda a crear un mundo nuevo. Es Reina de la paz. Me enseña a vivir con paz.
En palabras del padre José Kentenich:
Año nuevo con María
De la mano de María soy capaz de mirar más alto. Veo las cumbres y los altos ideales que encienden mi alma. Quiero que Ella me ayude a pasar por alto las pequeñeces fijándome en lo realmente importante.
Hoy me detengo ante María. Me arrodillo en el Santuario al comenzar un nuevo año.
Tengo miedos. Seguro que muchas incertidumbres. Tal vez dolores y quizás por eso pienso que quiero que sea mejor el próximo año que el pasado.
Porque me duele el alma. Por la pérdida. Por la enfermedad. Por el fracaso.
Pero al mismo tiempo noto la mirada de Dios sobre mi vida, la mirada de María. Me sostienen, me levantan, me bendicen.
Lo vuelven a hacer. Vuelven a creer en mí después de tantas decepciones.
Doce meses después...
Recuerdo cómo comencé el año que ha terminado lleno de buenas intenciones y sabios propósitos.
He visto cómo he dejado de lado aquello que al comienzo del año se había convertido en necesario.
¿Por qué fallo tanto en lo que me propongo? Los propósitos fallidos me desaniman.
Leía hace poco:
Es posible lograrlo
Esa mentalidad me parece más positiva. Por eso lo vuelvo a intentar ahora. Y lo miro así:
Me motiva pensar que yo puedo hacerlo si lo que deseo lo emprendo con un corazón abierto y valiente. Una persona rezaba:
Dios me bendice. María me alienta con su mirada que no desvía de mi alma. No quiero que sea como todos los años.
Nuevos propósitos
Aunque sé que soy débil y el ideal está más lejos que lo que alcanzo a realizar. Lo pienso de nuevo. Pienso en lo que quiero, en lo que sueño.
Sí quiero proponerme ser más santo, más de Dios, más humano, más misericordioso. Sí quiero ser más libre, más auténtico, menos crítico, más positivo, menos quejumbroso.
Sí quiero salir de mí mismo, de mis miedos y manías. Sí quiero vencer el pesimismo y abrirme a lo nuevo con un corazón de niño.
Sí quiero tener más coraje, porque creo que es una virtud que escasea y quiero ser valiente.
No quiero desanimarme ante la primera dificultad. Sí quiero saber que la vida me la da Dios para que la aproveche, siendo feliz y haciendo felices a otros.
Día a día
Pero de nuevo, a medida que enumero mi lista de buenas intenciones, me parece todo demasiado vago y general.
¿No me pasará de nuevo lo mismo al llegar diciembre? ¿No pensaré que sigo siendo el mismo, igual de mediocre, de tibio y poco santo?
No lo sé. No quiero adoptar una postura negativa ante el futuro. Es verdad que mis miedos al mirar el futuro me hacen temer lo peor.
Pero yo creo que puedo hacer las cosas nuevas. Día a día. Sin prisas. Pero siempre con Dios. Con sus manos. Con su poder. Aunque mi dolor sea el de siempre. Y mi mediocridad conocida.
No pienso en propósitos típicos, como adelgazar, hacer más deporte, o leer más libros. Eso me parece un poco más de lo mismo.
Pienso en algo que sea realmente importante. ¿Cuál es mi prioridad para este nuevo año? ¿Qué acento pongo?
¡Cuántas páginas en blanco para que yo las escriba! Dios y yo. Tantas horas, días y meses. Todo dispuesto para volver a empezar.
Pienso en lo que deseo, en lo que quiero. Me pongo manos a la obra. Vivo en Dios.