En un libro revela los secretos de su vidaUn cardenal también se confiesa. En este caso lo hace por escrito y ahondando en temas candentes y sin temor. Con sinceridad, autocrítica y revelando recuerdos íntimos de su vida. El cardenal emérito de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, habla sin tapujos sobre aquello que le preocupa y le ocupa.
“Por de pronto, hemos bautizado mucho y hemos evangelizado y catequizado poco”. Es una de las tantas revelaciones del libro Un cardenal se confiesa, en el que el cardenal Lluís Martínez Sistach de Barcelona presenta su visión sobre la laicidad, la Iglesia, los jóvenes, los laicos, la pobreza, el arte…
“Seamos cautos, porque no siempre que hacemos las cosas bien, obtenemos el resultado esperado en el campo de la evangelización. Esto ya le sucedía a Jesús cuando predicaba. Unos decían sí y otros decían no. Si le pasó a él, nos pasará mucho más a nosotros, que no siempre lo hacemos bien”, cuenta el cardenal, que acaba de ingresar en la Real Academia Europea de Doctores donde ha disertado sobre la laicidad europea.
Las iglesias estaban quemadas
El purpurado explora en su memoria y cuenta por ejemplo que nació en casa de sus tíos en Barcelona, donde recibió el bautismo porque no había culto público. “Las iglesias estaban quemadas y la Iglesia vivía en la clandestinidad”.
Pasaron muchas cosas, en su infancia. “No las recuerdo por mí mismo por ser muy pequeño, pero sí por contármelas mi madre”, recuerda. Me contó que a los cinco meses de edad, en Camprodon, me hernié, una hernia inguinal estrangulada, y me llevaron a Olot, llamando urgentemente al doctor Danés que me intervino “a lo vivo”. ¡Qué suerte que no me acuerdo de aquella operación! Al preparar recientemente las cosas para trasladarme a mi nueva residencia, he encontrado un papel antiguo y algo apolillado por los años. Es la factura, de 21 de octubre de 1937, de aquella intervención quirúrgica, en donde consta – todo en catalán – que costó 500 pesetas. ¡Una pequeña fortuna en aquel tiempo!
Un detalle entrañable de su madre
“Otro detalle muy entrañable: mi madre iba a pie a una casa de “pagès”, a un buen trecho del pueblo, para buscar la leche. Cada día, con lluvia, nieve, frío, calor, etc., lo que hiciera. Después de la muerte de mi querida madre, siendo ya obispo, Camprodon me declaró hijo adoptivo y me regaló esta cruz pectoral que llevo, en la cual hice incrustar una piedrecita de uno de los arroyos que mi madre atravesaba en busca de la leche para sus hijos. Una sencilla piedra de río, pero entrañable y de mucho valor para mí”.
Posguerra
“Fueron años de inviernos muy fríos, sin calefacción, con sabañones en las manos, en las orejas, en los pies, pero superábamos todas las dificultades con el esfuerzo, el estudio, la imaginación creativa, la esperanza y sobre todo con el afecto y compañía de la familia. Además, las familias del barrio nos relacionábamos mucho y éramos como una gran familia”, evoca de aquellos años.
“Confieso que yo siempre me he encontrado como en casa en las diócesis de las que he sido su pastor diocesano. Pero al trasladarme a Barcelona me decían que volvía a casa. Es verdad, regresaba a mi querida ciudad en donde había nacido y había sido ordenado de sacerdote y de obispo. Hacía cien años que no había en Barcelona un obispo nacido en la ciudad de Barcelona”, revela.
¿Pensamiento único?
“Nuestra sociedad debería ser más democrática y madura y, en consecuencia, debería respetar y valorar que cada persona se manifieste como es, según sus convicciones y creencias religiosas. Estamos caminando hacia una sociedad laicista, que quiere eliminar toda presencia religiosa. El Estado es laico, pero la sociedad es plurireligiosa, y en esta hay ciudadanos creyentes y no creyentes. Nos estamos empobreciendo llegando al pensamiento único que lo uniformiza todo. No se trata de imponer nuestras convicciones, sino de proponerlas con convencimiento y con actitud de servicio”, destaca.
“Las religiones, y pienso especialmente en la religión católica, prestan un servicio insustituible a la realización y plenitud de las personas”, afirma.
Políticas laicistas que reducen la religión en el foro interno
El cardenal es taxativo: “Hoy hay una tendencia especialmente en el occidente europeo a configurar la sociedad como aconfesional, laica, sin presencia de las religiones y de los signos religiosos en la convivencia social.
“Observo en las sociedades de la Europa occidental una cultura y una política laicista que pretende reducir la religión en el foro interno de los ciudadanos, sin ninguna presencia pública en la sociedad. La laicidad reconoce una presencia pública de la religión en la sociedad, mientras que el laicismo la reduce al ámbito de lo privado”, puntualiza.
Ravasi loa su “creatividad pastoral”
El cardenal Ravasi, que ha prologado el texto, relata que “el perfil de la amistad que me une al arzobispo emérito de Barcelona, en cierto sentido, se ha creado a través de un cruce de circunstancias, que el creyente tiende a situar en el interior del proyecto divino que rige los acontecimientos humanos”.
“En efecto, en más de una ocasión, me he visto implicado en las iniciativas de creatividad pastoral del cardenal y gracias a él logré descubrir la vitalidad de una Iglesia y de una ciudad rica en fermentos culturales, sociales y espirituales como es Barcelona”, explica el cardenal milanés.
El libro Un cardenal se confiesa incluye detalles de la visita del Papa Benedicto a Barcelona y frases sobre la obra de Gaudí, especialmente la Sagrada Familia. El cardenal ha creado una fundación para preservar su legado: Fundació Gaudí per a les Grans Ciudats (Fundación Gaudí para las Grandes Ciudades), que estudia la realidad de las grandes urbes en sus aspectos sociológicos, urbanísticos, sociales, económicos y religiosos.