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El boxeador que conoció el olimpo y el infierno, y a los 59 años volvió al colegio

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Esteban Pittaro - publicado el 24/12/17
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Su nombre resuena de aquellas épocas de gloria del boxeo en el Luna Park porteño. El boxeo lo había ayudado a sopesar las consecuencias de una dura infancia y lo llevó a la cima del Olimpo. Fue Campeón del mundo. Pero en la gloria conoció las adicciones, y la droga le ganó varios combates. Estuvo preso. Pero Gustavo Ballas no se resignó y quiso seguir peleando. Hoy, a los 59 años, terminó la escuela primaria que la pobreza le había arrebatado de niño. Y va por más.

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Ballas la peleó desde niño. En su Villa María natal, en la provincia de Córdoba, sufrió con su papá y cuatro hermanos el abandono de su mamá. A los 10 años abandonó el colegio, cuando estaba en 5to grado, para trabajar y ayudar en su hogar. Al poco tiempo conoció en el boxeo una oportunidad para soñar en grande. Y comenzó un raid de película.

Dueño de una técnica notable, con la que vencía pugilistas más fuertes y grandes, tuvo un excelente desempeño de amateur e impecables registros de profesional.

En pocos años, fue ganándose un nombre grande en el deporte argentino, al punto de ser reconocido a principios de la década del 80 como el mejor pugilista argentino en tiempos en los que el boxeo producía en el país grandes referentes mundiales.

En 1981 le llegó su chance mundialista, frente al coreano Suk Chul Bae, y no la desaprovechó. Ballas, el que sufrió el abandono, el que tuvo que trabajar desde niño sin terminar el colegio, el de Villa María, era Campeón del Mundo por la prestigiosa AMB.

No logró retener el título mundial, ni recuperarlo, aunque le siguieron varios años de pugilismo y destacados combates. Cerró su carrera con 120 peleas, con 105 victorias, 6 empates y 9 derrotas.

“Todos los amigos que tenía cuando era campeón del mundo, desaparecieron”, recordó una vez. Su vida después de la gloria cambió mucho. El alcohol y las drogas le ganaron varios combates.

En una entrevista publicada hace varios años en el diario Clarín evocó: “No tenía un mango, vivía de la caza y de la pesca y me ponía loco porque no me podía drogar. Entonces asalté un kiosco con una pistola de juguete y después, a un chofer de un taxi con un tenedor. Pero me desmayé cuando el hombre se dio vuelta y con el brazo me empujó. Me quedé dormido. Y desperté en la comisaría”.

Tiempo después, en la cárcel, el mismo taxista al que le quiso robar lo visitaba en prisión. Era su ídolo.

La fianza la pagaron sus amigos de siempre. Fue su pueblo el que lo sacó adelante, el que lo emocionó con un acto de bienvenida y con una colecta para pagar su recuperación y lo comenzó a sacar del infierno de las drogas.

Su pueblo y su esposa, que como él mismo recordó, conoció hoteles de lujo durante los tiempos de gloria pero no pestañó en salir a trabajar con lo que sea para poder acompañar a su marido en los tiempos más difíciles.

En su provincia comenzó de a poco a involucrarse con la prevención de las adicciones. Se lo tomó muy en serio.

Y lo hace muy bien, ayudando a jóvenes y a padres a evitar aquello que él tuvo que sufrir. Y trabajando en ello comenzó a perfilar un sueño más grande, una hazaña mayor que la del cinturón obtenido ante el coreano… el del estudio.

Hace dos años, cuando en Villa María se abrió una alternativa de educación primaria para adultos se anotó como uno más, cursó como uno más, y fue el primero en recibirse, este año. Para él, como dijo en varios medios, fue como el “Campeonato Argentino”.

Ahora va a ir por el “Campeonato Sudamericano”, que sería la educación secundaria. Y después, ya se prepara para el título mundial: estudiar Psicología en la Universidad.

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