¿Tus hijos juegan al doctor, a las tacitas, a disfrazarse?, ¿a armar puzzles y mecanos? o ¿a la guerra espacial? Obsérvalos jugar y conócelos mejor.
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Al jugar, los niños agresivos pegan, muerden, le quitan los juguetes a los demás y se concentran menos -explica la experta en educación infantil María Angélica Gilli. En cambio, el líder es generalmente tranquilo y no es el que manda, sino quien propone los juegos. Los tímidos evitan los juegos en grupo y prefieren las entretenciones individuales, como andar en triciclo o jugar en el pozo de arena.
Quizás los niños hoy no juegan al paco ladrón, pero sí a los piratas y comandos galácticos… Y las niñas visten barbies en vez de muñequitas de papel…
Pero aunque los juegos cambien, lo importante es que los gustos que se reflejan a través de una determinada entretención y los roles que los niños asumen, ayudan a conocerlo mejor.
No sólo en sus preferencias, sino, lo más importante, en su personalidad, la que se forma absolutamente en estos primeros años.
Conocer bien a un hijo ayuda, entre otros aspectos, plantearse con realismo en el día a día familiar.
Caso típico: se está planificando el fin de semana y el papá -no activo- lo único que quiere es leer tranquilo, mientras que el chico – ultraactivo- quiere subir un cerro. Resultado: ni suben el cerro, ni el niño, encerrado en la casa, deja leer.
Otro caso: una madre sensible, que expresa sentimientos efusivamente, y que choca con un hijo introvertido, que no da grandes abrazos ni besos. “¿Será que no me quiere?”. No, sencillamente tienen temperamentos diferentes.
Amores y miedos
Para el niño, jugar no es una diversión, sino lo más serio que puede hacer, es su “trabajo”. Y así como para los jóvenes vale el “dime con quién andas y te diré como eres”, en estos primeros años es válido el “dime cómo juegas y te diré cómo eres”.
Los profesionales de la psicología disponen de conocimientos que les permiten descubrir características peculiares de la personalidad del niño, su funcionamiento y conflictos, a través de la elección y uso de juguetes.
Pero los padres, sin dicho adiestramiento especializado, pueden intuitivamente conocer a sus hijos a través de sus juegos.
Para esto es fundamental, primero observarlos a distancia y durante un tiempo. Advertirán que todo su mundo infantil, sus amores y temores, sus deseos y, sus ilusiones, se plasman en el juego. Experiencias dolorosas o traumáticas también pueden quedar reflejadas allí.
Puede ocurrir que los papás, por falta de serenidad o de confianza en su propio rol, no valoricen la importancia de observar actuar a los niños.
Es vital hacerlo y luego comentarlo conjuntamente entre el padre y la madre; ponerse de acuerdo en el análisis y si toman decisiones al respecto, no desautorizarse.
– No es que sea llorón, es un niño sensible. Por eso es mejor hablar con él que retarlo.
– No es lento, sólo que es muy reflexivo. No deben presionarlo.
Los papás que han observado jugar a sus hijos en los primeros años se llevan menos sorpresas en la etapa escolar: una única hija mujer, entre varios hermanos hombres, seguramente exhibirá un juego más brusco que las demás niñitas al ingresar al jardín. Poco a poco se irá amoldando y si está en su temperamento, podrá llegar a disfrutar también jugando a las tacitas.
Por otra parte, un hijo que desde muy pequeño se entretiene armando puzzles, mecanos y legos, está dando una señal muy temprana de que necesita espacios de tranquilidad y concentración. Jamás podremos pretender que se transforme en el alma de toda Fiesta.
Asuntos que corregir
Cuando el niño es pequeño, los padres aceptan con cierto conformismo algunas conductas de los niños: que grite, que pegue paradas, que juegue y deje todo botado, que rompa los juguetes…
También suele idealizarse la infancia como una etapa perfecta, donde no existen errores que corregir.
– Cuando crezca cambiará -dicen.
Pero…, ¿cambiará? Tal vez no, porque la actitud del niño puede corresponder a un rasgo constitutivo de su personalidad y si no se intenta compensarlo a tiempo, de adulto será imposible.
– Yo era igual… y lo más bien que me las he arreglado en la vida dice el papá de un niño que se encoleriza cada vez que pierde en un juego.
Sí. Puede que efectivamente salga adelante, pero a costa de mucho sufrimiento para él y para el resto.
El cómo ven a un hijo sus abuelos, los hermanos, la empleada, y también los otros niños del jardín infantil es otra fuente importante de conocimiento. A veces el cariño ciega a los padres y la visión más objetiva de otras personas que también lo conocen puede ayudar muchísimo.
En lugar de cerrar la mente y decir ¡ellos no lo conocen como yo!, se puede al menos reflexionar sobre la impresión que tienen del hijo.
Modos de jugar
- El niño que no quiere ir a cumpleaños.
Hay que plantearse por qué no quiere. ¿Timidez? ¿Susto? ¿Temor a no agarrar todos los dulces de la piñata? ¿Excesiva protección en la casa?
Conocida la razón, se podrá ayudar a ese niño. Sea llevándole al cumpleaños del primo en cuya casa se siente más seguro o, haciéndole uno pequeño y propio para que disfrute de él…
- El niño que cuando va perdiendo en el juego se “enoja” y no quiere jugar más.
Debemos enseñarle a perder hasta el final. Que esté orgulloso, no de ganar, pero sí de haber salido victoriosamente último. Y si no es juego de azar, sino de habilidad, es posible ver en cuáles puede competir airosamente -fútbol, el activo o damas, el reflexivo- para que sepa que también él puede ganar y que el que pierde lo hace “con dignidad”.
- El que no puede jugar solo. Necesita de compañía.
Puede ser muy sociable, pero nunca está demás indagar. ¿Puede desarrollar un juego solo o depende siempre de la iniciativa del amigo? Porque esa avidez de compañía puede corresponder no a una normal sociabilidad, sino a un niño inseguro, falto de iniciativa. 0, al revés, puede que esa necesidad de rodearse de una pequeña corte es para ser él el rey -o reina- y así mandar a su gusto a sus vasallos.
- El que cuenta todo: a qué jugó, con quién, qué le pasó, qué le dijo, qué le dijeron y bla, bla, bla.
Ser extravertido no es ni bueno ni malo. Todo depende del cauce que tome ese rasgo. Porque si bien puede derivar en una persona centrada en los demás, solidaria, con una gran facilidad para relacionarse, también puede suceder que sólo termine hablando de sí, de sus intereses y necesidades, con un total egocentrismo.
- No abre la boca. Y si lo hace, se pone colorado como tomate.
La introversión tampoco es mala en sí. Al contrario, bien desarrollada permite una mayor capacidad de autoconocimiento. Esto es muy útil para las futuras relaciones porque quien se conoce a sí mismo tiene una mayor comprensión hacia los demás y se relaciona muy bien con ellos. Pero mal encauzada puede hacer que el niño se sienta diferente, desconectado de los demás y se tienda a aislar.
- Parece una tortuga. Me crispa los nervios.
¡Cuidado con ver en el rasgo de un hijo algo que acomoda o molesta al adulto! En este mundo de horarios, alarmas, tareas no siempre calza bien un niño más lento. Se le puede sacar tranco, poniéndole metas próximas: vístete mientras yo visto a tu hermano; ordena ese cajón mientras te preparo el té de modo que no sea tan lento, pero sin buscar acelerarlo. Porque esa lentitud puede ser beneficiosa en un niño reflexivo, poco impulsivo.
- Saca todos sus juguetes, desordena todo y no juega con nada.
La falta de constancia es un rasgo típico de la infancia. En lugar de contentarse al saber que son todos los niños así, los padres tendrán que “estar ahí”. Convidó a su amiguito … y se aburrió: igual debe jugar con él. Pidió manzana y ya no quiere más …. pues la termina. Si no, de grande, lo que empiece y no quiera terminar no será ya la manzana, sino la carrera profesional.
- El niño irritable y polvorita.
Esto sí que es muy genético, pero no por eso no habrá que aceptar su irritabilidad. Hay que ver qué le molesta y ayudarlo a que poco a poco controle la intensidad de su respuesta. Con constancia y cariño los padres pueden hacer un buen trabajo, de modo que su explosividad le sirva positivamente en su vida.
- ¿Serán iguales de grandes
Muchos papás podrían preguntarse si ese hijo irritable y mal genio, lo seguirá siendo de adulto. 0 si la niña susceptible, cambiará algún día. La verdad es que la personalidad de cada cual esta formada por su temperamento y por su carácter. Son dos términos que se confunden pero aluden a aspectos distintos:
El temperamento está determinado por la herencia y por eso es tan difícil de modificar. “Es una nota pétrea” en nuestra personalidad, señala el psiquiatra Enrique Rojas y advierte que el temperamento es previo a la educación de los padres.
Conocer el temperamento de un hijo, es decir, saber si es sensible, activo, lento…, ayuda a comprenderlo mejor y, si es un rasgo que le dificulta el crecimiento, habrá que buscar encauzarlo.
El carácter -al contrario- no viene dado, sino que se forma por muchísimas variables, desde el sistema educacional por el que se rigen sus padres, su ubicación dentro de la familia, el número de hermanos y la personalidad de los propios padres, que ellos van observando a lo largo de la infancia.
El carácter es la parte moldeable de la personalidad y que ayuda a contrarrestar, en muchos casos, aspectos difíciles del temperamento.