Las mujeres somos muy sensibles a la pérdida de cabello porque es una de nuestras principales señas de identidad. Cuidar la imagen ayuda a recuperarse.
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La mayoría de mujeres a quienes se diagnostica un cáncer hacen la misma pregunta: ¿se me caerá el pelo? ¿me quedaré calva? Pues mucho me temo que la respuesta es un sí rotundo. Es uno de los efectos secundarios más visibles y generalizados que sufren las pacientes oncológicas como consecuencia de los tratamientos de quimioterapia y radioterapia.
Para la mayoría de nosotras el pelo es una extensión de la piel, nos “viste” la cabeza y nos proporciona seguridad en nosotras mismas. Lo lavamos, lo peinamos, lo coloreamos, lo alisamos, lo rizamos, lo llevamos corto y luego largo, o al revés. Además, todas guardamos algún recuerdo de la infancia, cuando nuestra madre nos recogía el pelo en dos coletas o jugábamos a las peluquerías con nuestras muñecas y amigas.
Y luego vinieron las melenas de la adolescencia y las primeras decoloraciones: las rubias querían ser morenas y las morenas rubias. A las pelirrojas les llamaban “zanahoria” pero eran siempre las más guapas y exóticas. Y sí, es cierto, el pelo es una seña de nuestra identidad a la que dedicamos atención y cuidados.
Pero el día que el oncólogo nos confirma que tenemos cáncer sabemos que la caída del cabello será inevitable y que empezará a los quince días de la primera quimioterapia. Al poco tiempo, las cejas y las pestañas. Y ese es el momento más duro porque el rostro se transforma y cuesta mirarse al espejo y reconocerse. Pero lo superaremos, y las que quieran, tendrán la oportunidad de lucir el pelo con el que siempre habían soñado.
La revolución de las pelucas, pañuelos y turbantes
Mi amiga Arancha tenía 38 años cuando le diagnosticaron un cáncer de mama HER2+. Recuerdo el tono de voz apagado cuando dijo que se iba a quedar sin su pelo. Pero ella es un ejemplo de tesón y fortaleza así que con su habitual sentido del humor y su capacidad inusual para sobrellevar la adversidad empezó su particular aventura en el mundo de las pelucas, los pañuelos y turbantes.
Unos días antes de empezar la quimioterapia ya tenía la peluca. “Hay que ser previsora”, decía. Siempre había querido tener el pelo largo y liso. A las dos semanas de iniciar el tratamiento el pelo comenzó a caerse pero ella decidió cortarlo al cero y se puso la peluca. Los primeros días se sentía rara pero estaba guapísima y con el tiempo se acostumbró. Ha pasado un año y sus rizos de niña traviesa han vuelto a crecer pero en ocasiones especiales luce su “alterarancha” porque su peluca también forma parte de ella.
En el hospital conoció a Rita, una diseñadora de moda a la que su enfermedad brindó la oportunidad de iniciar un nuevo proyecto vital y profesional. Rita no acabó de acostumbrarse a la peluca así que optó por los pañuelos. Buscó los más coloridos y alegres en el fondo de su armario pero los espíritus creativos no se conforman y al cabo de seis meses había diseñado su propia colección de pañuelos “Los colores del mundo”. Una auténtica maravilla.
Cuidar la imagen ayuda
Arancha y Rita contactaron con la asociación Ser and Ver, una iniciativa de tres psicooncólogas, para ayudar a las pacientes oncológicas a mejorar su autoimagen y autocuidado porque “la imagen personal en la recuperación de la enfermedad es un factor muy importante ya que la caída de pelo en estas pacientes es un reflejo de la enfermedad a la que tienen que enfrentarse todos los días al verse en el espejo”, dicen desde Ser and Ver.
Realizan talleres para que las mujeres con alopecia aprendan a hacerse 10 modelos de “peinados” diferentes con pañuelos: modelo básico, lazo, trenza, flor, turbante, trenza combinada, turbante combinado, turbante arábico, combinado con lazo y pañuelo cruzado.
Otra alternativa es el turbante. En Turbans and Co tienen una colección de turbantes y pañuelos de alta calidad. El tejido es el punto de bambú para evitar rozaduras y molestias sobre la piel sensible. Se escogió este tejido por sus propiedades: antimicrobiano, hipoalergénico, transpirable, térmico y natural. Su creadora, Carmen Serrano, explica que “los modelos son básicos, sin descuidar el estilismo, porque se trata de una pieza de uso diario que tiene que ser cómoda, favorecedora y fácil de combinar con complementos y tipo de ropa”.
Scalp cooling con un gorro
En paralelo, la investigación clínica para paliar los efectos secundarios de la quimioterapia sigue su curso y en febrero de 2017 la revista científica JAMA publicó los resultados de un estudio realizado por el Baylor College of Medicine de Houston (Estados Unidos).
El uso del gorro con la técnica “scalp cooling” o enfriamiento del cuero cabelludo demuestra que puede ser eficaz para reducir la pérdida de cabello. Según los autores, “disminuyendo la temperatura del cuero cabelludo, constriñendo los vasos sanguíneos y reduciendo el flujo de sangre a los folículos capilares, se reduce la pérdida de cabello al limitar la cantidad de medicamentos que llegan a los folículos”.
Para conseguir este efecto, que evitó la caída al 51% de las pacientes, se desarrolló un gorro, en forma de casco, que media hora antes de iniciar la quimioterapia se coloca en la cabeza y se conecta a un circuito de gel refrigerante que transmite frío. Se retira media hora después del tratamiento y la sensación que produce se asemeja a la de un día frío de invierno aunque, según las pacientes, “es bastante soportable”.
Es cierto que evitar la caída del cabello puede ayudar a mejorar el bienestar emocional de las pacientes pero, si ello no es posible, las pelucas, los pañuelos y los turbantes son alternativas muy favorecedoras, naturales y permiten el uso diario.