El Nobel acudió a Roma para pedir ayuda al Papa y dejó unas notas en sus memorias, que ahora han visto la luz¿Pueden tener algo que ver dos grandes del siglo XX con San Juan de la Cruz? Realmente sí. Tal es el caso de Gabriel García Márquez y Juan Pablo II.
Gabo estaba preocupado por los desaparecidos en Argentina. Era finales de 1978 y ya se confirmaba que rondaban las 10.000 víctimas. En la esfera internacional, ningún país ni autoridades relevantes solicitaban una investigación rigurosa sobre el asunto. Así que a Gabriel García Márquez se le ocurrió acudir al Papa. Estaba, por lo que parece en sus memorias, lleno de prejuicios sobre el poder temporal de la Iglesia pero le impulsaba la voluntad de que se hiciera justicia en Argentina. Juan Pablo I acaba de morir, para su contrariedad, pero enseguida el cardenal Paulo Evaristo Arns le consiguió una audiencia con Juan Pablo II.
«En el aire inmóbil no se sentía Dios, como yo lo hubiera deseado, pero sí se sentía el poder de sus ministros», escribió Gabo acerca del Vaticano. Esperó, según recordaba, en «un salón pequeño, con poltronas y frisos dorados y terciopelos mustios», hasta que apareció el Papa: «De pronto se oyó un carrillón invisible cuyo sonido no podía ser sino de oro, un hombre esclarecido por la luz oblícua de la Navidad inminente, con una túnica deslumbrante y un solideo deslumbrante, abrió de su propia mano la puerta del fondo…».
El cambio que se produjo en Gabo
Pero a García Márquez le cambió la perspectiva sobre el Papa por dos cosas. La primera, porque le sorprendió el enorme parecido de Karol Wojtila con el escritor Milan Kundera, incluso por los gestos y el timbre de voz. La segunda, y de mayor enjundia: le conmovió el gesto del Papa, que le puso la mano sobre el hombre con fuerza para acompañarlo al escritorio donde iban a mantener la audiencia de 10 minutos.
Juan Pablo II comenzó a hablarle en español (porque en breve iba a emprender su viaje pastoral a México, que comenzaría el 26 de enero de 1979). Gabriel García Márquez le preguntó entonces a qué se debía que conociera tan bien la lengua española. En ese momento, el Papa le explicó que había hecho la tesis sobre San Juan de la Cruz y al comenzar a estudiar la poesía del místico se empeñó en poder leerlo en la lengua original. Con cierta imprecisión, Gabo recuerda: «Me contó de entrada que había estudiado el castellano en la escuela secundaria, porque estaba escribiendo una tesis sobre San Juan de la Cruz y quería leerlo en el original».
El conocimiento de la lengua española y de San Juan de la Cruz se hizo patente en México y algo después en el viaje de Juan Pablo II a España, en 1982, donde el Papa celebró en Ávila la misa del IV centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús, el 1 de noviembre de aquel año. A su paso por Segovia, Juan Pablo II visitó la tumba de San Juan de la Cruz en el convento de las Carmelitas Descalzas y gloso su figura. Era el 4 de noviembre.
Gabo se dio cuenta de que habían transcurrido ya 5 minutos de audiencia con el Papa y no le había hablado de los desaparecidos en la Argentina, así que le entregó una carta en francés que resumía el horror y la petición de justicia. Juan Pablo II fue asintiendo con un “Ah, oui oui”. El Nobel anota: “Aunque era una lectura dramática, no perdió ni un instante su buena sonrisa, y al final me devolvió la carta como si regresara de un viaje que conocía de sobra, y me dijo en un francés fluido: “Esto es idéntico a la Europa oriental“».
Para Gabo, que había entrado en el Vaticano con cierto resquemor, aquella experiencia no le resbaló: «A medida que aquel recuerdo se sedimenta en mi memoria lo evoco menos como una derrota sin batalla y más como un recuerdo de la infancia que merece ser contado», concluye en sus notas memorísticas.
El texto completo de Gabriel García Márquez puede leerse en la revista Diners, que publicó el especial “Recordando a Gabo” en 2014.
Los archivos de Gabriel García Márquez han sido digitalizados por el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas y ya son públicos desde este mes.