Cuando una pieza deja de ser algo que simplemente usas para vestirte
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Parece mentira, pero hace años un pedacito de tela era capaz de hacernos sentir emociones más intensas que, incluso, otro ser humano. Lo sé, en principio suena muy extraño o muy superficial, pero me refiero a esa capacidad que tenemos de asociar recuerdos con una prenda.
El vestido de nuestra graduación de la escuela, los zapatos que usamos para aquel viaje de ensueño, la cartera que usamos para aquella primera cita… eran simples objetos a los que dotamos de un gran poder por lo que nos recordaban, llegando incluso hasta sacarnos una pequeña sonrisa o una lágrima.
Eran piezas que jamás se nos hubiera ocurrido desechar y podíamos usar una y otra vez, al punto que casi que hubieran podido salir corriendo de nuestro clóset.
Pero desde hace un par de años, con la llegada de las grandes cadenas de fast fashion, parece que las mujeres poco a poco nos hemos ido divorciando emocionalmente de nuestra ropa, importándonos únicamente comprar lo último de los anaqueles y llevarlo de la mejor forma posible, porque es cuestión de verse y no necesariamente sentirse bien.
El ritmo es tan acelerado que no nos da tiempo de enamorarnos de nada. Es como si se tratara de estos programas de citas donde conoces a un chico durante un minuto, suena una campana y pasas al siguiente hasta encontrar uno con el que sientas una química inmediata.
Sí, claro que puede pasar que haya un amor a primera vista, pero las probabilidades son bajas. Compras algo, lo usas por un par de semanas y ya hay algo nuevo en el mercado que te hace desecharlo u olvidarlo en lo más profundo de tu armario.
Nos acostumbramos a la ropa desechable (trendy y económica), a comprar más, a fijarnos en lo que lleva la gente… apreciamos la moda y las tendencias, pero ya no la ropa en sí… lo que una pieza en particular puede decirte, transmitirte y hacerte sentir.
Antes comprar una pieza podía ser una tarea de días, se pensaba en cuánto uso se le daría en un futuro e, incluso a veces, dependiendo de su precio, hasta a quién se la podrías heredar (esto pasaba mucho sobre todo con las madres y sus hijas).
Ahora la compras online sin ni siquiera medírtela, hay mujeres que ni siquiera le quitan la etiqueta para usarla una vez y devolverla, y pensar en heredarla ni siquiera pasa por la mente.
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Este desapego nos ha hecho más consumistas y es lo que ha desencadenado todo este círculo vicioso de cadenas de ropa explotando laboralmente a mujeres y niños en Asia, más contaminación ambiental y nosotras gastando más dinero a largo plazo porque nos enfocamos en la cantidad y no la calidad, mucho menos en lo emocional.
Basta con hacer un ejercicio sencillo para darnos cuenta la relación que tenemos con nuestra ropa. Abre tu clóset y analiza cada prenda: ¿La asocias rápidamente con un recuerdo? ¿Dónde compraste esa camisa que usas una y otra vez y bajo qué circunstancias? ¿Has pensado en heredarle algo de tu guardarropa a alguien? ¿Tienes cosas que ni siquiera recuerdas haber comprado? ¿Piezas que todavía tienen la etiqueta?
Es hora de volver a aquellos tiempos donde las historias no sólo se escribían en lápiz y papel, sino también se tejían con la ropa que usábamos.
Algunas personas ya han comenzado a hacerlo, optando por diseño de autor o ropa vintage que ya viene cargada de anécdotas, pero lo cierto es que tú tienes el poder de usar tu ropa a manera de diseñadora de arte o de vestuario para crear tu propio guión y lograr un guardarropa con menos compras impulsivas y con más historias y buenos recuerdos.