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Quiero confiar en Dios, pero ¿por qué no me quita el sufrimiento?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 28/11/17
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Si puede quitarme la cruz, ¿por qué no lo hace?

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Me gusta creer en la fidelidad de Dios. Él me busca, nunca se olvida de mí.

Dice el profeta: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré Yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Yo mismo apacentaré mis ovejas, Yo mismo las haré sestear. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido.

Me gusta ese Dios cercano y personal que viene a mi vida a buscarme. Allí dónde yo estoy me sale al encuentro. Me gusta pensar en un Dios siempre fiel. Un Dios que no olvida. No me deja solo. No me abandona.

Esa fidelidad de Dios me parece maravillosa. No imagino cómo Dios puede ser infiel. Pero es verdad que tantas veces no siento su presencia. O me parece ausente cuando sufro. Estoy convencido de que Dios no me manda cruces para educarme, o para probarme.

No creo en ese Dios que juega con el hombre. No me manda dolores para ver si aguanto. En realidad Dios siempre me acompaña cuando sufro y sabe sacar algo bueno de una desgracia. Sabe sacar luz de la oscuridad. Y risas del llanto.

Creo en ese Dios que se abaja a mi vida a buscarme. No me quita las cruces que detesto. Por mucho que uno se diga a sí mismo: Si Él quisiera podría hacerlo.

Ese pensamiento, más que animarme y consolarme, me amarga. Si puede, ¿por qué no lo hace? Es lo que pienso. ¡Cuántas veces he escuchado este comentario!

Hasta yo mismo me he pillado haciéndomelo. ¿Por qué no interviene? Hay tantas injusticias en el mundo. Hay tantas muertes absurdas, sin sentido. ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? ¿Por qué ese niño tan pequeño? ¿Por qué otra vez a esta familia tan herida? Si Dios es fiel, ¿por qué no hace algo ahora mismo para mostrarme su fidelidad?

En realidad son preguntas muy humanas las que brotan del alma. Y reconozco que no me gusta la enfermedad, ni la justa ni la injusta. No me agrada la muerte, ni la temprana, ni la que se retrasa en exceso. No me gusta la ira, ni el odio.

No me gusta la guerra, porque siempre es injusta. No me gustan las críticas, porque me hieren muy dentro. Detesto la agresividad y las palabras hirientes, duele el alma. No quiero el corazón endurecido que me trata con desprecio, habiendo dado antes yo amor. No me parece bien el abandono, cuando no lo he querido.

No me contento con los sueños que no se realizan, porque había soñado tan fuerte. No acepto la renuncia impuesta, cuando no la he elegido. Me molesta el frío en un abrazo, cuando quise ser cálido.

Y no quiero las palabras vacías de contenido, estando las mías tan llenas. No me gustan las apariencias que a veces yo mismo busco. Ni amo ese deseo de poder tan profundamente arraigado en el alma, que de repente siento.

No quiero el desprecio que está a flor de piel, ni en los otros ni en mí mismo. Ni la soledad obligada, queriendo yo compañía. No me gusta el fracaso, la derrota, la humillación, habiendo luchado con todas mis armas por el triunfo. Detesto los gritos y las voces altas, cuando yo guardo silencio o hablo pausado.

En todo ello veo a veces la injusticia. Y quisiera acabar con todo lo que no quiero. Busco a ese Dios fiel que actúa. No lo veo. No ocurre lo que deseo. El mundo sigue su ritmo. Yo el mío.

Y veo que Dios es fiel aunque no cambie nada en los acontecimientos de mi vida. Sigue amaneciendo cada mañana. Cae el sol cada tarde. Es curioso, lo que cambia es mi vida al tocar su amor. Lo que cambia es mi mirada al ser mirado de otra forma.

Quiero aprender a vivir, porque se me olvida pronto. Busco responsables a mis causas perdidas, a todos mis males. Y siempre es Dios el que sale culpable. Porque si puede y no lo hace, es que no me quiere tanto.

Y no entiendo el absurdo de una cruz en lo alto de un calvario. El aparente olvido de Dios. El abandono más cruel. La dureza de la noche y el silencio. Y si no noto su abrazo creo que ya es infiel. O se ha olvidado de mí sin yo saberlo.

Quiero buscar a Dios en mi camino. Quiero encontrar su abrazo. Porque sé que su fidelidad no depende de que acabe con todo lo que detesto. Sólo sé que en medio de mis muertes logra una obra de arte y sabe sacar lo mejor para mi vida. Sabe cambiarme por dentro cuando yo me resisto al cambio. Y me abraza.

Hoy el P. Kentenich me invita a mirar a María que siempre es fiel: «Le regalamos nuestra disponibilidad y ella nos regala su disponibilidad. Le regalamos nuestra fidelidad y ella nos regala su fidelidad. Presentamos a María nuestro desvalimiento, y ella nos regala su desvalimiento, pero también su disposición a ayudarnos. ¿Qué pide en cambio de nosotros? Reconocer nuestro desvalimiento».

Reconozco mi incapacidad para ser fiel siempre. Reconozco mi desvalimiento para aceptar las injusticias. A cambio de mi entrega Ella me hace confiar y creer más en mí. Y cambia mi alma por dentro cuando me resisto a aceptar sus planes.

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