60.000 asistentes acudieron al acto en Detroit
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Con una multitud de casi 60,000 asistentes al estadio Ford de Detroit, Michigan (Estados Unidos), se celebró el pasado sábado 18 de noviembre la beatificación del fraile capuchino Solanus Casey, “un discípulo de Cristo humilde y fiel, incansable en servir a los pobres”, según el decreto firmado por el Papa Francisco el pasado 11 de noviembre.
La Misa de beatificación fue presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, acompañado, entre otras muchas personalidades de la Iglesia católica de Estados Unidos y de los frailes capuchinos, por el arzobispo Allen Vigneron de Detroit y el arzobispo Christophe Pierre, nuncio apostólico de la Santa Sede en Washington.
El memorial litúrgico de este que es el segundo beato estadounidense elevado a los altares en menos de tres meses –junto con el padre Stanley Rother, de Oklahoma—se ha establecido para el 30 de julio, en vísperas del aniversario de su muerte ocurrida 31 de julio de 1957.
Además, el padre Casey es el segundo sacerdote beatificado que es nativo de Estados Unidos. El anterior fue el propio padre Rother, quien fue martirizado en Guatemala, por lo que el fraile capuchino es el único, hasta hoy, que “ganó” su beatificación viviendo su vocación de ayuda a los más necesitados en su país de origen.
Falto de música, pero no de virtud
En su homilía en Detroit, el cardenal Amato dijo que el padre Casey basó su ministerio en el servicio. “Otros, sobre todo los pobres”, continuó el cardenal Amato, “no fueron vistos por él como un peso o un obstáculo para su ascenso a la perfección, sino como un camino hacia la luz del esplendor de Dios”.
Con fama de pésimo músico, el cardenal Amato recordó, no sin humor, en la remembranza del nuevo beato que el padre Casey “para no molestar a sus vecinos, el domingo por la tarde iba a la capilla con su violín y tocaba canciones religiosas irlandesas frente al tabernáculo; el Señor lo escuchaba pacientemente, porque a nuestro beato le faltaba música, pero no virtud”.
El cardenal Amato concluyó su homilía diciendo: “Al elevar al capuchino estadounidense a los honores de los altares, el Papa Francisco lo señala a toda la Iglesia como un fiel discípulo de Cristo, un buen pastor. Hoy la Iglesia y la sociedad aún necesitan el ejemplo de las obras del padre Solanus”.
Con esta Misa de beatificación obtienen recompensa los trabajos de cientos de personas de la arquidiócesis de Detroit que han estado involucrados en su proceso desde fines de la década de los cincuenta del siglo pasado. Fray Solanus fue conocido en vida como un “hacedor de milagros” y miles han acudido a él para pedir su intercesión.
Curación milagrosa
La reliquia que se llevó en procesión durante la Misa de beatificación, fue una reliquia de primer grado que portaba quien recibió un milagro por parte del padre Casey: Paula Medina Zárate, de origen panameño, que fue curada de una rara enfermedad de la piel acogiéndose a las oraciones del fraile capuchino.
El beato Solanus Casey es recordado por su trabajo entre los pobres y los olvidados, sobre todo en su ministerio como portero del monasterio capuchino de San Buenaventura, en Detroit. Desde su modesta oficina en la portería ofreció consejo espiritual a todos los que lo buscaban, a menudo los olvidados y marginados.
Detroit, “la ciudad del motor”, sufrió mucho durante la Gran Depresión de 1929. Entonces, el padre Solanus abrió un comedor en el que se alimentaba a cientos de necesitados diariamente. Aunque la Depresión pasó, el comedor comunitario fundado por él siguió funcionando. Y sigue hasta nuestros días.
Curiosamente, al padre Casey le prohibieron sus superiores confesar, pues según ellos estaba muy corto de inteligencia para hacerlo. Sin embargo, el día de su beatificación, varios centenares de asistentes se confesaron en las inmediaciones del estadio Ford. Su legado continúa.
Con información de Michael R. Heinlein, editor de The Catholic Answer / OSV Newsweekly