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Orar en familia, ¿misión (im) posible?

FAMILY PRAY

Corinne SIMON I CIRIC

Claire de Campeau - publicado el 18/11/17

La oración en familia, uno de esos momentos preciosos fuera del tiempo y del incesante fluir de nuestras vidas en el que grandes y pequeños se reúnen alrededor de lo Esencial. Nos viene a la mente la imagen idílica de una familia perfectamente reunida ante la Sagrada Familia, los más jóvenes de rodillas delante, los mayores de pie detrás, las manos unidas y las espaldas rectas... Pero en realidad es un gran reto para todos los padres, sobre todo cuando el único momento posible para reunirse es al final del día, justo antes de acostarse... ¿Es esta la única forma de rezar con los hijos?

Cuando el niño es pequeño, la voz de su madre lo consuela al entonar un Ave María. Cuando crece, expresa torpemente su amor incondicional por su peluche y sus padres. Más tarde vienen otras oraciones, más complejas en la forma, pero igual de hermosas e importantes en el fondo.

El niño crece en su familia al tiempo que crece en su fe. La familia cristiana es, debe ser, el primer lugar de educación para la oración, tal y como se recuerda en el Catecismo de la Iglesia Católica.

Nuestras familias, esas pequeñas iglesias domésticas, tienen –de forma similar a nuestras parroquias– cada una su historia y su sensibilidad particulares.

Hemos tratado este tema con padres y madres que han compartido con nosotros su vida de oración con sus hijos y hemos podido constatar que los hábitos difieren mucho según los hogares.

¿Rezar de rodillas… o en las rodillas de papá?

¿Hay que imponer a los niños una cierta postura durante la oración?

Para Nolwenn, madre de dos pequeños de corta edad, lo esencial no está ahí.

Esta joven tiene como prioridad inculcar a sus hijos el gusto por la oración: “Nosotros no imponemos ninguna postura especial, no quiero dirigirles; quisiera inspirarles un clima de amistad y confianza con Jesús, no de temor ni de obligación. A veces ya están acostados o sentados en su cama con nosotros o incluso en nuestros brazos”.

Evidentemente, hay que tener en cuenta la edad de los niños y los hábitos personales de los padres.

Los hijos de Marie-Hélène tienen entre 7 y 18 años y se reúnen todas las noches para rezar, “en general de rodillas delante del rincón de oración, aunque algunos se sientan con las piernas cruzadas. Sí pedimos tranquilidad, que favorecemos con un canto seguido de silencio”.

Adoptar una postura especial (de rodillas, por ejemplo, o sentados en un taburete especial para los más pequeños) puede ayudar a los niños a darse cuenta de que salen de la actividad diaria para entrar en un momento más especial, con el Señor.

La posición de rodillas puede simbolizar también la humildad que tenemos cuando venimos a entregarle nuestras oraciones al Señor.


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Sin imponer reglas en cuanto a “la forma”, puede ser interesante profundizar en “el fondo” e inculcar a los niños la importancia y el significado del lenguaje corporal cuando nos dirigimos a Dios.

Nuestros hijos también pueden sorprendernos en el momento de las oraciones: “A veces ellos mismos se inclinan imitando a quien inició la postura”, nos explica Maude.

De rodillas o sobre las rodillas, lo principal parece ser, por unanimidad, aliviar la presión del día, instaurar un estado de calma y ponerse en condición de conversar con Dios.

Favorecer el recogimiento con silencio y un clima tranquilo y agradable

¿Qué hacemos cuando oramos? Prestamos atención a Dios, una atención particular a Él. Si desconectar de las preocupaciones cotidianas no es necesariamente fácil para nosotros como padres, lo mismo ocurre con nuestros hijos.

Por lo tanto, hay un paso que debemos dar, como padres, para enseñarles a abstraerse de todo lo que no es Dios.

Por este motivo, Caroline decidió utilizar el canto: “Empezamos con una señal de la cruz y luego cantamos: ‘Señor, aquí estoy ante ti simplemente en silencio’”.

Otros optan por imponer un minuto de silencio o un minuto de música religiosa para calmar las mentes y los cuerpos inquietos.

Proporcionar a los niños un entorno especial (un rincón de oración) también puede ayudarles a entrar en el tiempo de oración.

A veces, el niño, a pesar de las miradas de desaprobación de mamá y las advertencias de papá, no puede quedarse quieto.

Cansancio, excitación, cualquiera que sea el motivo, parece que la mejor solución es pedirle que abandone la habitación, según explica Hélène: “Si se ponen demasiado molestos, se van”.

Y como el objetivo no es privarlo de esta alegría de la oración, ¿por qué no ir luego a buscarlo junto a su cama, individualmente, para hacer una pequeña oración o cantar un Ave María?

Por lo que respecta a Marie-Emmanuelle, ella no duda en acortar el tiempo de oración en caso de agitación general.

Sin duda, hay que evitar las irritaciones y los castigos para preservar la belleza de este tiempo especial, “fuera del tiempo”, para toda la familia.

Tened cuidado de no desanimaros tampoco, el aprendizaje de la oración en familia puede ser largo y laborioso… ¡Y eso es normal!

Rezar todos juntos puede resultar agotador”, confiesa Ophélie, madre de 7 hijos, 5 de ellos muy “activos”.

Así que ella favorece las oraciones individuales con sus hijos o incluso incluye la oración en la vida diaria de todos: “unas decenas por aquí y por allá a lo largo del día, en el coche, sobre todo durante largos trayectos, o quizás en la sala de estar”.

Hacer que los niños sean activos en su oración

Héloïse explica con mucho acierto la importancia de hacer que los niños hagan gestos para acompañar sus oraciones: “El lenguaje gestual tiene el beneficio de que los contiene, les permite expresarse y, sobre todo, encarna la oración y la hace mucho más viva. Los gestos pueden ser variados: unir las manos, hacer el signo de la cruz, repasar papelitos con intenciones escritas en ellos, encender o soplar la vela, etc.”.

La joven madre guía realmente a sus hijos en sus oraciones para ayudarlos a mantener el interés: “También les enseñamos, por ejemplo, a mirar la estatua de María durante el Ave María”.

Como en muchas familias, en casa de Héloïse, el niño es un actor en la oración familiar: “El mayor abre la caja de oraciones, cada uno escoge una oración. Las leemos tranquilamente con mi esposo y a veces las reformulamos con palabras más sencillas. Entonces damos gracias por… perdón por… y por favor por... Luego ponemos las dos oraciones bajo la estatua de María hasta el día siguiente para que ella pueda llevar estas oraciones”.

Marie fomenta el lenguaje gestual incluso hasta llegar a los besos: “Además de soplar la vela, los niños besan los iconos y la estatua de Jesús en la Cruz”.

¿Cómo adaptar una oración para toda la familia?

Para la mayoría de nosotros, la oración en familia es más fácil de entender y practicar diariamente que la oración en pareja.

Monique lleva casada 30 años y no ha tenido la alegría de tener un hijo. Ella nos confiesa lo difícil que es para ellos orar en pareja, excepto cuando entran en una parroquia o durante un retiro.

Cuando los niños vienen, la oración parece más accesible porque se aborda desde el ángulo más sencillo posible: una conversación con Dios, con toda humildad y apertura de corazón.

La trilogía “Gracias… Perdón… Por favor” que menciona Héloïse es un ritual que adoptan rápidamente los niños, además de un auténtico apoyo para ellos.

Estas simples palabras pueden hacer nacer oraciones muy emotivas de la boca de nuestros hijos. Y también de los labios de los adultos…

Por eso es bueno vivir esos momentos de oración familiar por los hijos, claro está, pero también por el hogar, porque crea una discusión especial, conversaciones auténticas y “crudas” entre esposo y esposa a través del Señor.

Juan Pablo II lo recordaba con frecuencia: “Esta plegaria [familiar] tiene como contenido original la misma vida de familia…”.

Por tanto, no nos sintamos culpables de hablar de nuestra familia en primer plano, antes de ampliar el espectro de la oración.

Así, Caroline hace que sus hijos participen mucho en la oración y recomienda que les dejemos hablar, que no les interrumpamos ni les frustremos aunque sus palabras nos planteen dudas: “Nuestro hijo Arthur reza regularmente por su osito de peluche…. ¿Le dejamos hacerlo…?

Sonríe esta madre antes de continuar: “Más concretamente, damos gracias por los momentos especiales del día, luego rezamos por todos los miembros de nuestras respectivas familias (abuelos, padrinos, madrinas, etc.). Luego vienen las intenciones más específicas para un periodo determinado (por ejemplo, un nacimiento próximo). Agradecemos a nuestros ángeles de la guarda por velar por nosotros”.

La señal de la cruz, el Padre Nuestro y el Ave María parecen ser tres elementos que se encuentran en casi todos los testimonios de oraciones en familia.

Pero luego, las vivencias son muy diferentes, como hemos mencionado: cada familia tiene sus costumbres.

Hélène propone una decena de coronilla o una lectura del Evangelio, la yaya Tiwi propone a su hija Adèle una lectura de la Biblia para niños, mientras María recita con sus hijos una sencilla oración concebida para ellos:  “Buenas noches, Señor Jesús, buenas noches dulce Virgen María, te doy mi corazoncito, siempre seré muy bueno. Bendice a papá, a mamá, a mi hermano, a mi hermana… Bendíceme a mí y a todos los que amo”.




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Otra madre de familia con 7 hijos de 1 a 10 años logra rezar por la mañana y por la noche con su familia, basándose en la liturgia de horas: Laudes por la mañana, completas por la noche.

Entrar en el fondo del corazón de los niños 

La oración en familia no debe ser vista como un ritual imposible de instaurar, ya que lo esencial es reunirse todos juntos, como nos recuerda san Mateo: “Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos” (Mt 18,20)”.

Juan Pablo II nos recordó perfectamente nuestra misión parental: “Elemento fundamental e insustituible de la educación a la oración es el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres; sólo orando junto con sus hijos, el padre y la madre (…) calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar” (Juan Pablo II, Familiaris consortio § 60).

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