“La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”. Jorge Luis Borges
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Hay momentos de la vida que cuestan de aceptar. ¿Cómo puede ser? ¿Por qué a mí? ¿Ahora? Quizás teníamos un presentimiento pero, en la práctica, la noticia inesperada de que estamos en la fase terminal de nuestra vida llega en un momento inoportuno: “En diciembre nacerá el hijo de mi hija y el año que viene Juan y yo cumplimos 30 años de casados. ¡Me queda tanto por vivir!”
Pero ocurre. En un instante la vida da un vuelco y todo adquiere otro sentido. Lo que ayer era fundamental e inaplazable hoy se ha convertido en un tema totalmente prescindible e innecesario. Por el contrario, cosas que estaban en el olvido o pendientes de resolver, se vuelven importantes.
Se dan también los casos de enfermos que de maneras diversas evitan el tema y no se dan la posibilidad de compartir el dolor que provocará, irremediablemente, la pérdida. En ambos casos, la invitación a la reflexión espiritual es un buen punto de partida para afrontar y vivir el proceso de esta última etapa de la vida.
Desde que nos iniciamos en la conciencia, sabemos que la muerte llegará, en un momento u otro, aunque, sin pensarlo con detenimiento, tendemos a proyectarla a largo plazo, a imaginarla en la vejez. Por de pronto hay tiempo por delante con tantos propósitos, ilusiones, deseos y anhelos.
Y sin embargo, la muerte forma parte de la esencia de la naturaleza humana. La vida nos reserva tres grandes acontecimientos vitales -el nacimiento, la vida y la muerte-. La muerte es la última en llegar. El momento no lo elegimos, aunque es cierto que, inconscientemente, hayamos vivido como si fuéramos inmortales.
¿Podemos o queremos oír la voz de la muerte cuando se acerca?
Es difícil encontrar las palabras precisas que expresen las emociones y los pensamientos que nos produce la enfermedad cuando es terminal. Se trata de una experiencia única, que nos devuelve al principio de nuestra existencia y, a la vez, nos sitúa en el punto de partida de un viaje desconocido, el duelo, un momento para aceptar la última pérdida. Quienes nos acompañan sienten miedo y también la impotencia de no poder interceder en el rumbo de la realidad que se impone.
Hay una gran producción literaria que desvela las claves del duelo para ayudar a sobrellevarlo y elaborarlo. Los autores coinciden en que la reacción inmediata que provoca el shock traumático es la negación que se manifiesta con resistencia a la aceptación. Afirmaciones tales como: “¡Parecía que todo iba bien! ¡No me lo esperaba! ¡Debe tratarse de un error!” son habituales y, a la vez, muy humanas.
Pero lo cierto es, que el enfermo cae en un estado de incertidumbre, de dolor profundo e intenso, incluso de honda preocupación.”¿Qué pasará conmigo?¿ y con mi familia?¡ Tengo temas pendientes por resolver! ¿Cuando llegue el momento qué sentiré?” La antesala de la muerte produce una tormenta de sentimientos que, indefectiblemente, viviremos, pasaremos y superaremos.
Sobre cómo aceptamos la muerte “consciente” en una fase terminal depende de muchos factores pero, fundamentalmente, está relacionado con la persona que somos y con la que nos hemos convertido a lo largo nuestra vida. Influye también en nuestra capacidad para el consuelo que nos reconforte y acompañe. Los testimonios de pacientes terminales y de profesionales de la salud en este ámbito inciden sobre los siguientes temas:
- Saber la verdad de lo que sucede para mantener la dignidad
- El derecho a tener acceso a cuidados paliativos que eviten el dolor físico
- Contar con el cuidado, la confianza y la aceptación de seres queridos;
- Poder manifestar y ejercer el derecho a un apoyo espiritual que proporcione sosiego y serenidad y ayude a que este momento se viva con plenitud.