La mujer que supone ser puente entre las dos eras del tenis femenino, la de la elegancia y la de la potencia.
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Algunas de sus colegas no habían nacido, y ella ya era la sorpresa del tenis mundial. Suiza y el tenis no siempre fueron sinónimo del gran Roger Federer. Antes estuvo ella, Martina Hingis, que el sábado perdió su último partido como profesional del tenis en el Abierto de Singapur.
La suiza, número 1 del mundo en dobles, cayó en sets corridos junto con la taiwanesa Chan Yung-Jan ante el binomio de la húngara Timea Babos y la checa Andrea Hlavackova.
Martina Hingis supo ser puente entre dos eras en el tenis femenino, la de la elegancia y la de la potencia. Compartió courts con Steffi Graf y Mónica Seles, y luego con el inicio del reinado de las hermanas Williams.
Su talento se percibía en todos sus golpes, precisos, imposibles…
Su vida personal no estuvo exenta de conflictos, y su arrogancia en las declaraciones le hacían una fama de pocos amigos, pero se reinventó en lo deportivo, y este fin de semana, a los 37 años, se despidió (nuevamente) definitivamente del tenis.
Las preseas hablan por sí solas: 43 títulos en singles, 64 en dobles. Número 1 del ranking en singles, número 1 del ranking en dobles. Debutó a los 14 años, y antes de los 16, ya tenía en su haber un título de Grand Slam, el dobles de Wimbledon.
Pocos meses después, Australia en categoría individual, y por primera vez, la cima del ranking en singles. En 1998 llegó a liderar en simultaneo ambos rankings, y fue la indiscutible dominadora del deporte mundial. Aunque irreverente en lo personal, fenomenal en lo deportivo.
Las lesiones pusieron un primer freno a su meteórica carrera, y a los 22 años, siendo ya una veterana en el deporte, anunció su retiro, por primera vez. No había desaparecido de las mejores, pero ya lucía cansada, como fastidiosa.
Tres años duros, ese primer retiro, antes de que a los 2006 regresara con ímpetu renovado. Sin embargo, Wimbledon 2007 confrontó a Hingis con un paredón: doping positivo por la permanencia de un supuesto rastro de cocaína. Ella admitió los resultados, aunque negó públicamente haber consumido alguna vez esa droga.
Con la sanción cumplida y actividades deportivas entre veteranas, pese a ser apenas una treintañera, hacia 2013 comenzó a atisbarse la posibilidad de un nuevo regreso. Luego de cinco temporadas sin actividad, Hingis, la niña meteorito, regresaba al tenis. Más serena, y visiblemente feliz. En esta nueva Hingis no se veían las presiones de la juventud, que tanta factura le pasaron.
La decisión de regresar sólo para el dobles probó ser una buena decisión, en lo personal y en lo tenístico. Este año ganó el US Open tanto en dobles femeninos como en dobles mixtos.
Pero ya a los 37 años, Hingis miró hacia atrás, y volvió a decir basta. Esta vez parece que para siempre. Esta vez como número 1 indiscutida en la categoría dobles. Nadie la empujó a decidirlo; por el contrario, todos albergaban la ilusión de verla competir en individuales. Martina Hingis ya había probado al mundo y a sí misma que podía regresar con el talento que desperdigó a los 16 años.
Uno de los capítulos más maravillosos de la historia reciente del tenis acaba de cerrarse. De él se pueden extraer muchas notas y apuntes, sobre todo aquellos que tengan que ver con cómo conducir el talento de los jóvenes para que su exposición mundial no los termine perjudicando, en lo físico y en lo espiritual. Pero queda el recuerdo de una todo terreno, bajita y fuerte, con un talento inigualable. Para siempre, Martina Hingis.