Su hijo, san Agustín, recuerda a su madre preparar este dulce para la fiesta de Todos los Santos
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San Agustín el hijo de santa Mónica recuerda en su libro “Confesiones”: “Así, pues, como llevase, según solía en África, puches (farinata), pan y vino a las Memorias de los mártires…no era la vinolencia la que dominaba su espíritu, ni el amor del vino la encendía en odio de la verdad como sucedía a muchos hombres y mujeres, que sentían náuseas ante el cántico de la sobriedad, como los beodos ante la bebida aguada.
Antes ella, trayendo el canastillo con las acostumbradas viandas, que habían de ser probadas y repartidas, no ponía más que un vasito de vino aguado, según su gusto harto sobrio, de donde tomara lo suficiente para hacer aquel honor. Y si eran muchos los sepulcros que debían ser honrados de este modo, traía el vasito por todos no sólo muy aguado, sino también templado, el cual repartía con los suyos presentes, dándoles pequeños sorbos, porque buscaba en ello la piedad y no el deleite.”
Este dulce que santa Mónica cocinaba y llevaba en ofrecimiento con tanta devoción a las tumbas de los santos, es una receta muy simple propia de la ciudad de Cartago (actualmente Túnez) de donde era la santa. De pocos ingredientes, pueden ser tantos dulces como salados y hay una gran diversidad de variantes.
Ingredientes:
150 gr. De harina
450 gr. De ricota
50 gr. De miel
1 huevo
350 ml. De agua
Preparación:
Disolver la harina en el agua, agregar la ricota y batir hasta que los ingredientes queden bien mezclados y homogéneos entre sí. Agregar el huevo y la miel y mezclar muy bien. Verter la preparación en un molde para horno o cuatro pequeños moldes individuales y cocinar la farinata en horno pre-calentado a 250 grados durante 30 minutos. Se puede servir caliente con aderezos de frutas o trozos de frutas de estación.