“El amor no es el que desilusiona. Lo que desilusiona son las expectativas”.
Hace poco una amiga muy querida de mi corazón a quien respeto y admiro entrañablemente -Ana Mary M.- me hizo llegar un maravilloso video -“ How To Love People For Who They Are”- que me invitó a la reflexión por su contenido tan lleno de sapiencia, pero sobretodo de compasión.
Me llegó a las entrañas porque de alguna manera me vi reflejada en él… Durante años compré la idea de que tenía que hacer cosas que a los ojos de los demás eran buenas y aceptables. Así lograría “comprar” amor, en especial el de mi familia. Es muy injusto condicionar el amor. Ahora agradezco el haberme dado cuenta del grave error en el que me encontraba porque el salir de él me ha permitido amar y aceptar a las personas de una manera compasiva, libre y sin condicionamientos personales. Hoy puedo decir que no tengo expectativas de nadie y que acepto el amor que cada uno me quiera entregar porque entiendo que todos damos aquello de lo que está lleno nuestro corazón. Es decir, nuestra capacidad de amar es diferente en cada uno, ni buena ni mala, simplemente distinta.
Estamos inmersos en un mundo donde no solo hay que trabajar para ganarse el pan nuestro de cada día, sino para hacernos dignos del amor de las personas, muchas veces hasta del de los padres, quienes se supone que nos aman de una forma incondicional. Es decir, hay que hacer para merecer.
¿Por qué sentimos que hay que ganarse el amor humano? Con esta ideas muchas veces actuamos siendo quienes no somos, aparentando lo que no, fingiendo talentos y virtudes que no poseemos, protegiéndonos detrás de máscaras porque si descubren quienes en realidad somos corremos el riesgo de que nos rechacen, de que ya no nos acepten, nos repudien, no solo en el círculo social donde nos desenvolvemos, incluso en nuestra propia familia.
Es realmente un reto amar a las personas por quienes son hoy, en este momento, con virtudes y vicios, con cualidades y defectos, con todas sus áreas de oportunidad y no por lo que nosotros queremos que sean o por lo que pensemos que puedan ser.
No perdamos de vista que también nosotros estamos incluidos: tú y yo también necesitamos aprender a amarnos por quienes somos, por lo que realmente vemos reflejado en el espejo y lo que nos dicta nuestra conciencia y no por lo que los otros nos han dicho que somos.
Necesitamos aprender a abrazarnos en nuestro todo, con nuestras caídas, tropezones, debilidades, fortalezas y éxitos. Amarnos y aceptarnos tal y como somos es nuestra gran tarea porque, de la misma forma en que practicamos esa visión hacia nuestra persona será como la ejecutemos hacia los demás. El primer paso para realmente aceptar a los demás de una forma incondicional es aceptándonos a nosotros mismos de la misma forma, por completo y sin condicionamientos.
“El amor no es el que desilusiona. Lo que desilusiona son las expectativas”.
Es cierto, es muy difícil amar y aceptar a cada uno de nuestros semejantes tal y como son porque -erróneamente- tenemos expectativas de ellos, mismas que se basan en las nuestras. Este es un gran error al que nos enfrentamos, creer que es nuestro derecho tener perspectivas de los demás.
Nunca le pidas a un manzano que te dé naranjas. Cada uno de nosotros somos producto de nuestra historia y daremos lo que tenemos para dar, ni más ni menos.
Dime algo, ¿cuál es tu actitud hacia una persona con la que convives y a quien reiteradamente le cuesta sonreír o ser agradable? Acaso te alejas pensando “¡Vieja loca, que la aguante su suegra!” O te sigues acercando a ella de una manera compasiva porque de alguna manera entiendes que está pasando por algo difícil. O ¿qué tal esa amiga que es particularmente conflictiva y comunicativa?, ¿qué haces? ¿Te alejas completamente y haces de todo para nunca más acercarte a ella o bien, no le sacas la vuelta y la tratas con cariño y compasión? Eso sí, aceptando con prudencia lo que sí y lo que no puedes platicar delante de ella.
Padres e hijos
En este asunto de las expectativas los papás necesitamos estar muy atentos y educarnos al respecto. ¿Cuántas vidas frustradas por no cumplir con las expectativas que los padres tenían de ellos! ¡Cuántos vacíos y fracasos, muchos acompañados de suicidios por el desamor demostrado!
Es absurda la creencia de que hay que seguir con el linaje familiar: si todos hemos sido doctores, el hijo doctor será, sin importar si no es su vocación. Y que al hijo ni se le ocurra decir que no porque lo hacen sentir indigno de pertenecer al clan familiar, lo desheredan y hasta le retiran el habla. ¡Eso no es amor papás, es egoísmo puro!
Amemos y aceptemos, no solo a nuestros hijos, a todos, simplemente por el regalo que son para nuestra vida y dejémonos de enfocar en si cumplen con nuestros estándares… Como si nosotros fuéramos perfectos…
Si cambia, si lo acepto. Si fuera menos enojón, le amaría más. Si fuera más culto… Si creyera lo que yo creo… Siempre un amor condicionado olvidándonos que de todos -ricos y paupérrimos, cultos e ignorantes, ateos y creyentes- aprenderemos algo.
Seguimos necios en querer que las personas cambien a nuestro gusto creyendo que así “debe ser” porque honestamente a nosotros nos ha funcionado. Pero perdemos de vista que todos tenemos nuestros tiempos y ritmos para hacer mejoras, para crecer, dependiendo de nuestras virtudes, capacidades y talentos, entre otros. Seguramente hay muy buena intención en nuestro deseo de querer que cambien, de que sean mejores.
Demos un voto de confianza a todas las personas, especialmente a las que sean muy difíciles de ser amadas. Empujémosles para sean la mejor versión de ellas mismos. Cuando una persona se siente amada, aceptada, valorada por ser como es y no por lo que se espera de ella, se le quita un peso enorme de la espalda y el camino hacia el éxito le resultará más ligero, muy llevadero porque irá recorriendo el camino con la certeza de que sí hará y dará lo mejor ella, pero el amor, el respeto y la admiración personal no dependerá lo que logre, sino de ser quien es: una maravillosa persona digna de amor, aceptación y respeto incondicional.