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¿Por qué Dios me perdona donde yo no me perdono?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 22/09/17

El secreto está en quebrantar el corazón: Él se conmueve al verme tan herido

Sé que para perdonar tengo que haber experimentado antes el perdón. Tal vez me falta tener una conciencia muy clara del perdón que recibo. Hay pecados que cometo que me parecen imperdonables.

Me parece imposible creer que Dios pueda perdonarme del todo y olvidar. Creo que de ahí parte mi juicio. Yo mismo no me creo el perdón de Cristo. No me creo digno. Ojalá pudiera experimentar siempre en mi vida el perdón de Dios como una gracia inmerecida, como un don infinito e inabarcable.

Decía el P. Kentenich: Dios está frente a mí como el océano de la bondad, de la misericordia y el perdón. ¿No es acaso una fuente de alegría cuando el sacerdote pronuncia el yo te absuelvo? Dios lo pronuncia. ¿No lo es acaso si la bondad de Dios toca tan profundamente mi miseria y la eleva hacia sí? [1].

Dios es misericordioso. No lleva cuentas del mal. Perdona siempre. Olvida siempre. Cuando me perdona mi carga se hace más ligera. Con lo que me cuesta pedir perdón. Es curioso porque el perdón de Dios es infinito.

No hay tiempo, no hay pecado por grande que sea que Dios no me perdone y olvide si se lo pido con el corazón quebrantado. No hay nada que haya podido hacer en mi vida, aunque a mí me parezca horrible, que Dios no lo perdone con su amor si se lo suplico. Jesús ya murió por eso, ya cargó con eso, mi pecado ya está clavado en su cruz.

Necesito tocar ese perdón como el hombre de la parábola: El reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: – Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.

Dios perdona así. Tiene lástima y perdona mis ofensas. Perdona mi mal. Me mira y ve la belleza escondida en mi alma. Y se alegra al verme arrepentido ante Él.

Tal vez me falta a veces arrepentirme de verdad, de corazón. Mirar mi vida, mi pecado, mi pobreza y entender que Dios me abraza en mi debilidad. Se conmueve al verme tan herido. Perdona todo lo que hago mal. También lo que creo imperdonable.

Una persona rezaba: Te pido perdón, Jesús, por todas mis infidelidades. Tú sabes cuáles son y cuántas. Te pido perdón por dejar de estar atento al que más sufre. Porque a veces me da pereza cuidar su vida. Dejo de lado a los que sólo piden. No soy digno de tu perdón.

Quiero aprender a pedir perdón realmente arrepentido. Mirando mi corazón con humildad y abriéndolo a la misericordia de Dios. Conmovido. Entregado.

A veces pienso que el mayor obstáculo para percibir el amor de Dios es que yo mismo no me perdono. Creo que he actuado mal y no acepto un perdón sin condiciones. Es el perdón más difícil. El mío.

Tengo que aceptar que soy así. Soy pecador. Me parece imposible que Dios pueda quererme como soy. Pero es así. Aunque no sea digno.

[1] J. Kentenich. Las Fuentes de la Alegría

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