A las pocas horas hubo un sorpresivo anuncio de una vuelta al diálogo entre oposición y gobierno, aunque no exento de dudas Mientras Naciones Unidas anuncia investigación contra el régimen venezolano por violaciones a los derechos humanos y la Eurocámara pide sanciones para los violadores, el canciller de Francia insta a un diálogo “creíble” entre gobierno y oposición.
Por su parte, Alfonso Dastis, ministro español de Exteriores, aseguró que apoya todo aquello que contribuya a la reconciliación entre los venezolanos, pero le advierte al gobierno de Maduro que el diálogo no es suficiente.
“Obras son amores y no buenas razones”, reza el dicho castellano al cual acudió el Secretario de Estado Vaticano, cardenal Pietro Parolin, cuando, a través de una ya célebre y muy mentada carta enviada al Palacio de Miraflores hace meses, leyó al mandante venezolano la cartilla de los remachados cuatro puntos los que, habiéndose comprometido cumplir, ignoró olímpicamente. Quien no siguió la pista a la crisis venezolana en clave de Santa Sede, no entendió cabalmente la reacción del papa Francisco a la pregunta sobre Venezuela en el vuelo de retorno a Roma.
Los intríngulis de esa breve, pero consistente respuesta, se encuentran en lo acaecido desde que la Santa Sede accedió, a solicitud de ambas partes –gobierno y oposición- facilitar la dinámica en una mesa de diálogo.
Sucedió que el gobierno no tenía entre sus planes colaborar para resolver nada allí y la oposición, buena parte de ella con otra agenda, ni pensaba en sentarse. Si la intención no era dinamitar aquella mesa, ese fue el resultado.
Cuando el pontífice dice que la Santa Sede ha hecho mucho y que él mismo ha hecho mucho, se refiere a un camino que desde hace un año se ha empedrado de dificultades y no precisamente incubadas en Roma.
El lenguaje corporal y verbal del Papa era elocuente. Sólo un cándido no se percató al instante de que su talante era de incomodidad y hasta de reclamo.
“Maduro que diga lo que tiene en su cabeza”. Él respondía sin ambages por la parte que le correspondió. Es obvio que quien gobierna a Venezuela tiene en mente cosas muy distintas a las que vende y el Papa lucía “jusqu’a la” -como suelen exclamar los franceses cuando algo los exaspera, llevando su mano a la frente cual si de rebanar se tratara-, en otras palabras, harto de que se juegue irresponsablemente con una situación que está rebasando los límites humanitarios para convertirse en una verdadera catástrofe nutricional y de salud pública.
Recapitulemos con detenimiento sobre algunos aspectos a resaltar de estas expresiones papales. No es común que un papa se prodigue hablando constantemente sobre temas de compleja actualidad en un lenguaje llano, cercano y hasta controversial. Emigrantes, refugiados, el clima, el Daca por solo citar unos cuantos…y Venezuela. Este país, como él mismo lo recordó, ha gravitado sobre varios Ángelus, momento en que suele referirse a los asuntos de preocupación internacional porque tiene la atención del mundo sobre Roma.
Por si fuera poco, su última referencia incluyó un llamado a las Naciones Unidas, urgiéndole hacerse oír para orquestar soluciones a la crisis venezolana justo en momentos en que este organismo, del cual El Vaticano no es miembro pero sí Observador Permanente, proclamaba que el gobierno de Maduro podría haber cometido crímenes de lesa humanidad. No es cualquier cosa que el Papa, en esta ocasión como jefe de un Estado, se dirija en esos términos a la ONU.
El Vaticano ha hecho mucho –puntualizó el pontífice- en otras palabras, hagan ustedes, haga más el mundo, haga más Latinoamérica, incluida la Iglesia continental. Hay más resortes que mover, más fuerza que mostrar, más emplazamientos que acometer, más presión que ejercer. Lo que está en juego es claro para Su Santidad, no sólo las libertades ciudadanas, la democracia perdida, sino por la inalienable dignidad humana.
El Papa, latinoamericano al fin, siente comprometido su pontificado en la contribución para superar los conflictos que padece el continente. Hoy, los caminos de todos esos conflictos parecen comenzar y terminar en la patria de Bolívar. No es difícil comprender que el problema más grueso que la Santa Sede encara en América Latina se llame “Venezuela”.
El destino de la democracia en este país es, hoy por hoy, un problema de todos comenzando, claro está, por los más cercanos geográficamente, los vecinos. El empeño en consolidar la paz en Colombia está afectado por la circunstancia venezolana. Baste decir que la archi-denunciada complicidad entre el ELN y las Farc en la frontera entre ambos países es razón más que suficiente para que Santos haga acopio de todos sus recursos en función de promover un cambio en Venezuela.
Si un país coloca en riesgo la seguridad de otros, esos otros procurarán lo que tengan a su alcance para protegerse y alejar el peligro. No es injerencia, es arbitraje por su propia estabilidad.
No faltarán quienes puedan ver en el reciente anuncio por parte de Francia de una vuelta al diálogo -entre oposición y gobierno de Venezuela- la coincidencia con las palabras del Papa en el citado vuelo en las cuales, por cierto y por primera vez, no pronunció la palabra diálogo.
Podría muy bien tratarse, esta vez, se trata de un intento de la comunidad internacional, a la que representantes de la oposición han acudido y probablemente también el gobierno, la que se moviliza para acercar a las partes a una solución para la grave situación. Ha sido una sorpresa el anuncio hacia la opinión pública.
No ha sido sorpresa que las opiniones se muestren, una vez más, divididas en torno a si acudir o no y en qué condiciones, especialmente del lado opositor ocupado en unas controvertidas elecciones regionales que han servido al gobierno para introducir fuertes diferencias entre los partidos y debido, sobre todo, a los resquemores hacia la “corte” de Maduro y su real disposición a cumplir en una mesa de negociación.
Recordemos que el 5 de septiembre pasado se canceló la intervención del presidente venezolano en la ONU sin explicación alguna. Posteriormente partió en gira por países asiáticos en procura de ayuda económica en momentos en que, para considerar la situación de Venezuela, se desarrollaba un foro organizado en Ginebra, Suiza, por la ONG UN Watch, encargada de supervisar el desempeño de las Naciones Unidas por el criterio de su propia Carta.
“Se van a unir la OEA y la ONU para hacer una recopilación que luego iría a parar ante la Corte Penal Internacional”, informó Diego Arria, venezolano, ex presidente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. A petición del propio Arria, los esfuerzos deben conducir a “declarar como criminales a los funcionarios del gobierno de Maduro”.
En las primarias para decidir candidaturas a gobernaciones y alcaldía que llevó adelante la oposición el fin de semana pasado, la afluencia fue muy pobre en comparación con los más de 7 millones de venezolanos que se movilizaron a las urnas para rechazar la ANC el 16 de Julio.
Podría superarse ese escollo abstencionista para los ya fijados comicios de mediados de Octubre, pero, más allá de elecciones y tras bastidores del juego político, está la verdadera Venezuela, esa otra que el Papa tiene en su preocupación y en sus oraciones y que describió como “la más dolorosa realidad” que aflige al país, ante la cual el gobierno sigue indiferente, renuente a abrir un canal humanitario.
Un llamado que debe escuchar el estamento político del otro lado de la acera de “Tanta gente que escapa o sufre. Hay un problema humanitario que tenemos que ayudar a responder. Creo que la ONU debe hacerse oír para ayudar”, fueron las palabras del Santo Padre. A buen entendedor, la crisis humanitaria tiene unas causas y hay que ir a las causas. Es muy difícil, no puede ninguno solo, así que no queda más remedio que hacer causa común.