Las palabras del Papa sobre el DACA y la controversia en Estados Unidos por la definición de ser (o no) pro-vida
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Hace año y medio, en febrero de 2016, de vuelta a Roma desde México, en su habitual conferencia con los periodistas que cubrieron su viaje al país azteca, el Papa Francisco dijo, refiriéndose al entonces pre-candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano Donald Trump, que si era cristiano no debía de pensar en construir muros; que un cristiano debería pensar en construir puentes.
La referencia al tema de campaña preferido de Trump era clarísima. El 19 de febrero de 2016 acababa el Pontífice de dejar Ciudad Juárez, población fronteriza con El Paso (Texas) y la construcción de un muro que dividiera –y pusiera un alto a los que después llamaría “bad hombres”– la frontera común entre México y Estados Unidos, más aún, entre Estados Unidos y, hacia el sur, el resto de América, parecía en esos momentos previos a su nominación un ardid electoral que una posibilidad.
Pero Francisco, fiel a su estilo de no darle la vuelta a las preguntas de los periodistas, dijo: “Y, además, una persona que piensa solo en construir muros, sea donde sea, en no construir puentes… no es cristiana”.
Trump respondió entonces arguyendo que él era un súper cristiano y que el Papa Francisco se estaba metiendo en política, sobrevalorando la inmigración ilegal y subestimando lo que sus compatriotas querían ya: la necesidad de construir una frontera fuerte al sur Estados Unidos. Tiempo después, ya como presidente, en mayo de este años, Trump visitó Roma. Habló en el Vaticano con el Papa, dijo que “no olvidaría” lo que Francisco le había aconsejado y que ambos eran “pro-vida”.
De hecho, según la delegación estadounidense, el Papa Francisco y Donald Trump se centraron en temas pro-vida durante sus conversaciones que duraron poco menos de media hora. La foto del Papa adusto y serio al lado de Trump dio la vuelta al mundo, aunque parecía que lo que se había roto, estaba a punto de soldar en el lado estadounidense.
Pero la correa de transmisión entre Francisco y el presidente Trump puede volverse a atorar. Ahora fue en el vuelo de regreso a Roma desde Colombia. El asunto no podía ser otro que la eliminación del DACA, el programa de acción diferida para los que llegaron a Estados Unidos siendo infantes, que Trump echó abajo (como lo ha hecho con tantos otros programas u órdenes ejecutivas de su antecesor, Barack Obama).
O, más bien, Trump, azuzado por los procuradores de 10 estados republicanos que iban a someterlo a juicio por no derogar el DACA, transfirió la responsabilidad de echarlo abajo al Congreso de mayoría republicana, mismo que tiene los próximos seis meses para encontrar una salida legal y humanitaria para cerca de 800,000 jóvenes “dreamers” (“soñadores”) que han emprendido la lucha para no ser deportados a sus países de origen, muchos de los cuales apenas si los conocen o hablan su lengua.
En el avión que lo llevaba a Roma desde Colombia, tras finalizar su apoteósico y algo accidentado vigésimo viaje pastoral de su pontificado, el Papa retomó el tema de la derogación del DACA y dijo que esperaba que Trump lo reconsiderara: “El presidente de Estados Unidos (…) se presenta como un hombre que es pro-vida. Si es un buen pro-vida, entiende que la familia es la cuna de la vida y uno tiene que defender su unidad”. Y es que, señaló el Papa, “al final, los jóvenes sienten que no tienen esperanza. ¿Y quién les roba la esperanza? Las drogas, otras adicciones, los suicidios –los suicidios de jóvenes son muy altos– y esto ocurre cuando son alejados de sus raíces”.
La controversia ha surgido en Estados Unidos. Para algunos, ser pro-vida se dirige solamente a cuestiones de aborto, defensa de la familia tradicional, eutanasia, pena de muerte… Para otros, la cuestión pro-vida abarca todas las manifestaciones que constituyen la dignidad de la persona humana, el pleno respeto a sus derechos y la aceptación de la familia como cuna de la identidad, escuela del respeto y plenitud del amor gratuito.
En una entrevista con la revista Crux, en julio de 2016, el obispo Daniel E. Flores, de Brownsville, Texas dijo algo que está detrás de las palabras del Papa Francisco: “Por alguna razón todavía hay un abismo en términos de cómo los católicos en los Estados Unidos interpretan la política en torno al aborto e interpretan la política en torno a la inmigración”, dijo Flores. “Creo que es importante subrayar la prioridad de la dignidad humana como base de ambas enseñanzas”.
La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, apenas conocer el fin del DACA propuesto por el presidente Trump sacó un comunicado firmado por el presidente y el vicepresidente de la misma, el cardenal de Galveston-Houston, Daniel D. Di Nardo, y el arzobispo de Los Ángeles, José H. Gómez, en el que consideraban “reprensible” la decisión de Trump y avisaban a los “dreamers” que la Iglesia católica los iba a proteger y a apoyar siempre.
Por su parte, el obispo de la californiana diócesis de San Bernardino, Gerald Barnes, escribió lo siguiente, como colofón del rostro que quiere dar a este tema del DACA la Iglesia católica: “Cuando miramos las Sagradas Escrituras sabemos que el viaje del inmigrante siempre ha sido difícil, desde los israelitas hasta la Sagrada Familia. Pero Dios ha dado una fuerza especial de fe y una esperanza al inmigrante que ha enriquecido mucho a los Estados Unidos y al mundo. A pesar del dolor de cada nueva generación, seguimos siendo una nación de inmigrantes. Es tiempo que nuestros legisladores lleven este manto en su trabajo de política pública para el beneficio de todos”.
También es tiempo de que la definición pro-vida se vuelva hacia la dignidad humana. Y hacia la unidad de la familia, cuna de la vida, fábrica de humanidad que diría Chesterton.