Suspiria: Importa menos cuanto podemos ver que cuanto se nos escatima, que es el signo de nuestros días.
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Puedo verlas y entenderlas, pero no explicarlas. Así comienza mi relación con las películas de Dario Argento, algo muy parecido a lo que me sucede con las del Fellini postneorrealista, las de Carmelo Bene, las de David Lynch y tantos otros.
¿Por qué? Seguramente porque en ellas hay una sensación de aplazamiento constante que ni siquiera el “The End” es capaz de mitigar, como si nunca terminasen y su rebelión contra las limitaciones del cine narrativo convencional fuese eterna. Funcionan en loop, rechazando la línea recta.
En ellas no importa quién es el asesino, importa el proceso para llegar hasta él, en mitad de un campo de minas sensorial donde -parafraseando a Rilke- los aspectos cinemáticos son el comienzo de lo terrible, el límite de aquello que todavía podemos soportar.
¿Se puede contar o resumir Suspiria? Podría hacerse si es con la sensación de dejarse en el tintero todo lo que la hace especial. Una bailarina americana (Jessica Harper) llega a una academia alemana donde las demás alumnas son perversas y la directiva tiene manos de acero, donde se cometen crímenes salvajes y en cada esquina parece ocultarse una amenaza o un misterio, donde las luces son intensas y los colores saturados, donde los sonidos se confunden con el réquiem pop de la genial banda sonora, y nada sobrenatural es ajeno. No es un lugar, es una atmósfera; no es una película, es una experiencia.
Y hay quienes adoramos la película y quienes la odian. Mientras los primeros carecemos de razones o nos limitamos a soltar chiquilladas, los segundos la acusan de ser una carnicería sin sustancia, Peckinpah sin la palabra «América» impresa en cada imagen, un carrusel dando vueltas rumbo a ninguna parte.
El problema, sin embargo, no es de la película sino de los cinéfilos, de los críticos, de los historiadores de cine y de los espectadores en general. A todos nos resulta más fácil jugar con las imágenes que dejar que ellas jueguen con nosotros, aterrorizados ante la posibilidad de convertirnos en testigos pasivos incapaces de controlar sus efectos. Cuando pensamos en Suspiria, a menudo no conseguimos entender cuál es su propósito al superar los contextos semirracionales de los giallos y entrar en el género de terror por la vía de lo sobrenatural.
Ese cambio puede observarse en la obra de Jacques Tourneur, cuando de sus tres clásicos producidos por Val Lewton para la RKO en la década de los cuarenta y donde siempre aparecían psicólogos u otros personajes capaces de interpretar los hechos por muy fantasiosos que fueran, le dio un giro de 180º a sus planteamientos cinematográficos en La noche del demonio (Night of the Demon, 1957) y obligó a su protagonista (Dana Andrews) a quedarse sin una explicación convincente sobre la amenaza que le persigue a lo largo de la película. Con Suspiria, Argento también acepta ese tipo de irracionalidad o de racionalidad lejos de nuestro alcance.
Las diferencias entre Tourneur y Argento son menos de las que podría creerse. Al fin y al cabo, el primero habla sobre las limitaciones del medio y el segundo sobre sus ilimitadas posibilidades, haciendo ambos un discurso acerca de la mirada con películas conscientes y no meros productos.
Suspiria, en ese sentido, interrumpe cualquier asociación lógica entre un plano y un contraplano, se niega a plegarse a las reglas del suspense más flexibles (dilatando y comprimiendo los tempos con más descaro incluso que Hitchcock), adopta perspectivas cenitales (gracias a murciélagos y presencias espectrales no visibles) y dinamita la armonía entre la luz y los colores (redescubriendo las posibilidades del Technicolor utilizado por Walt Disney en algunos de sus clásicos, un poco a la manera de Vincent Van Gogh en el marco de la pintura, donde convirtió el color en el gran personaje).
Guy Debord decía que “allí donde la realidad se transforma en simples imágenes, las simples imágenes se transforman en realidad”. Con eso quería decirnos que si nos acostumbramos a ellas y las convertimos en cadáveres para nuestras lecciones de anatomía forense, enseguida dejamos de entender que no hay nada más ilógico que la lógica para controlar el mundo a través de la mirada.
Una advertencia muy parecida es la que nos propone Argento con Suspiria y a lo largo de toda su carrera, saturando nuestros sentidos con imágenes en las que importa menos cuanto podemos ver que cuanto se nos escatima, que es el signo de nuestros días.
Ficha Técnica
Título original: Suspiria (1977).
País: Italia.
Director: Dario Argento.
Guión: Daria Nicolodi y Dario Argento.
Reparto: Jessica Harper, Stefania Casini, Flavio Bucci, Udo Kier, Miguel Bosé, Rudolf Schündler, Joan Bennett, Alida Valli.