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Cómo aprendí que estar embarazada significa “disminuir”

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Kate Madore - publicado el 09/09/17
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El sentido de “perderse a sí misma” se transforma en algo maravilloso gracias a san Juan Bautista

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Al final tuve el valor o la locura de decir lo que siento durante un embarazo: aunque nunca he experimentado un dolor extremo, he sentido cada vez un sufrimiento mental particular.

Las patadas del quinto niño son más pesadas que las del primero. He visto la belleza y la brutalidad del trabajo de parto ya cuatro veces, y he sacado de mí a mis hijos e hijas. Mis lágrimas han inundado las cabecitas de mis hijos húmedos y arrugados en cuanto se apoyaron en mi pecho. He esperado con la respiración entrecortada oír esos pequeños pulmones zumbar con las primeras respiraciones. He mirado cuatro veces, en el dolor que se mezcla con la inmensa alegría, a una persona que me conocía y deseaba sólo a mí en el mundo entero. La promesa de todo esto está en cada golpecito de mi quinto hijo.

Como siempre, mientras sigo creciendo y se acerca el parto, no se quién soy. Estoy abrumada por esta presencia, por esta persona, mi hija; ha tomado el control, y siento que al final me perderé a su favor.

Mi sentido de “perderse” no tiene que ver con las limitaciones externas de los comportamientos en base a las recomendaciones médicas. Olvidarse del sushi y el vodka no es agradable, pero no altera mi concepción de mí misma. Hablo de algo interno e inamovible, de la incapacidad de olvidar al otro ser envuelto en mi carne, y cómo esto colorea mis pensamientos.

Cuando estoy embarazada me encuentro alejada de las amistades. Mi corazón a menudo parece pertenecer a dos mundos: uno trabaja, estudia y ama a su nueva bebé, que no ha visto aún, mientras el otro está prisionero del dolor o en la lucha cotidiana de sentirse perdida dentro de ella misma, y los dos corazones en general llegan a una tregua y me encuentro sin tener nada que decir.

¿Por qué? Porque lo que “yo” quiero hacer o pensar o decir está inevitablemente envuelto en el “nosotras” – nosotras das representadas por mí. Mi comprensión de lo que me constituye en ese momento es fluctuante – mi cuerpo cambia, pero lo hacen también mi corazón y mi mente – y estoy empezando una relación completamente nueva. ¿Cómo me cambiará? ¿Quién soy ahora?

En los momentos mejores me deja estupefacta esto. Esa pequeña duda que se abre camino en mi mente antes de comportarme no como una mujer, sino como una mujer con un bebé es un don, es una alegría, y no puedo contemplarlo lo suficiente. Señor, estoy abrumada por tu belleza.

En los momentos peores me siento alienada. Quiero comportarme como mí misma, sólo yo, y no considerar “lo que está haciendo la mujer embarazada”. Quiero que al entrar a mi casa los ojos fijen la atención en mi familia y no estén sólo analizando mi panza o la manera en que hablo y me muevo. ¿Puedo detenerme sólo por un momento y sentir mi “yo”, que Dios ha creado de manera particular, irrepetible? Me hace falta. Lo he perdido.

Pero mientras llevo dentro de mí a este quinto bebé, mi hija, entiendo que la “pérdida de mí misma” es la definición equivocada.

Estoy experimentando una disminución del yo – una contracción, una hibernación – que es la respuesta adecuada y correcta a la obra de otra persona que se prepara para entrar en el mundo.

Este año he encontrado alivio contemplando la disminución de alguien que conocía bien el propio yo y el propio objetivo, un hombre fuerte. Me refiero obviamente a Juan Bautista. Escogió la disminución pero no por eso se volvió débil, mostrando en cambio la fuerza que reconoce las cosas eternas mientras daba un paso atrás. La explicación de Juan – “Él debe crecer y yo, en cambio, disminuir” – deriva de ese ser enraizado en el Señor que no necesita explicaciones.

Juan Bautista disminuyó de manera que Cristo pudiera crecer – como si esto no pudiera suceder sin la rendición de Juan -, pero porque Cristo estaba ahí, en el momento establecido. El momento de mi hija es éste, está sucediendo ahora, en mi carne, en mis tejidos y en mis músculos. Su presencia está necesariamente en primer lugar, y como mi hermano Juan Bautista me siento disminuir, reducirme, detrás de mi bella panza.

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