Hace 518 años flotaba una tablita en el mayor lago de Sudamérica; hoy hay una ferviente devoción a Nuestra Señora de ChiquinquiráHace 308 años, una humilde lavandera restregaba su ropa en las orillas del lago más grande de Sudamérica y segundo más grande del mundo. Lo que ocurrió fue sorprendente y aportó el milagro que dio su patrona al Zulia y una gran devoción a Venezuela.
El inmenso lago se conecta al Mar Caribe a través del Estrecho de Maracaibo. Es el único lago de agua dulce en el mundo que tiene una conexión directa y natural con el mar.
Está ubicado en el Occidente de Venezuela, en el estado Zulia. Posee cerca de 13.820 km ² y una gran riqueza petrolífera en donde se extrae la mayor parte de la producción de crudo del país. Los más recientes registros geológicos demuestran que el Lago de Maracaibo es el segundo más antiguo del planetea, con una antigüedad entre 20 y 36 millones de años. Se trata de una de las zonas de mayor riqueza petrolífera del mundo con más de 15.000 pozos perforados en su cuenca desde 1914.
En esta área también se presenta el denominado Relámpago del Catatumbo, fenómeno que mediante 1.176.000 relámpagos por año, genera hasta cerca del 10% del ozono atmosférico del planeta.
El 24 de agosto pasado se cumplieron 518 años del descubrimiento del Coquivacoa (lugar de lluvias), como llamaban las etnias asentadas en la cuenca a este patrimonio de la región.
La historia refiere que en 1499, el navegante español Alonso de Ojeda penetró por las aguas del Golfo de Venezuela y, cautivado por el paisaje y los palafitos, lo denomina “pequeña Venecia”. De allí se inspiró el nombre para Venezuela.
Pero es el caso que tanta belleza y grandiosidad inspiró también a la Virgen. Ella escogió ese maravilloso paraje para manifestarse a un pueblo que hoy valora su lago por esa historia antes que por el mismísimo oro negro. Lo más sagrado que tiene un zuliano es su “Chinita”, como cariñosamente llaman a Nuestra Señora de Chiquinquirá.
La señora en cuestión se llamaba María Cárdenas. Era muy humilde y acudía junto con sus vecinas a lavar ropa a orillas del lago. Ese bendito día divisó una pequeña tabla blanca y lisa, pero estropeada, en la que nada llamaba la atención. Llevó la tablita a su hogar, ubicado en el número cinco de la calle que después se llamó “El Milagro” y la destinó para servir de tapa a la tinaja del agua de su uso.
Según relato del hermano lasallista Nectario María, gran investigador y naturalista, “un martes 18 de noviembre de 1709 se encontraba la señora María en sus quehaceres como molendera de cacao cuando escuchó, por tres veces, los golpes que provenían del cuadro. Temerosa se dirigió hasta donde estaba la tablita y se asombró al verla iluminada… para luego apreciar perfectamente la imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá. La señora no pudo evitar tanta emoción y corrió a la calle gritando: ¡Milagro! ¡Milagro! Los vecinos acudieron a la casa de la mujer y corroboraron la existencia de la sagrada imagen. Muchos certificaron el milagro pues habían visto la tabla con apagados colores y confusos contornos”.
Una vez aceptado el milagro por la Iglesia, las autoridades acordaron llevar la imagen desde la casa donde había sido iluminada (calle del Milagro) a la iglesia Matriz (actual Catedral).
Cuentan que, en el momento de cruzar la vía hacia el lugar convenido, las personas que llevaban la imagen sintieron que un peso inmenso se había producido sobre el retablo, al punto de no dejarlos continuar.
Finalmente, después de muchos ruegos al cielo y súplicas a la Virgen, uno de los presentes observó que posiblemente la Virgen quería que la llevaran a la ermita de San de Juan de Dios —que está en la misma vía, pero en sentido contrario de la entonces iglesia Matriz— y decidieron cambiar de rumbo.
Sólo así, la santa imagen se dejó conducir a su elegido aposento, hoy Basílica Menor dedicada a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y San Juan de Dios.