“Vivo en libertad, porque cada día persigo mi único anhelo: seguir amando a Dios”
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
“Cuando llovía, y crecía la quebrada, corría a casa”. Los vientos soplaban con fuerza a su alrededor. Frágil como una hoja, Elena Salvador Castillo recuerda que a los 12 años sentía como si el viento podría cargar con ella, hasta la cúspide más alta. Pero eso nunca pasó. Y es que Él siempre andaba con ella.
“Estuvo conmigo todo el tiempo en la huerta, en las montañas”, sin embargo era “yo quien no lo sabía”, comenta para Aleteia la joven aspirante a la vida religiosa de claustro.
Desde hace ocho meses el Monasterio de Santa Clara de Lima es su nuevo hogar. Ubicado en los barrios altos de la capital de Perú, en el distrito del Rímac, el recinto eclesial con más de 400 siglos de existencia, alberga a 28 hermanas, quienes en pleno siglo XXI decidieron seguir los pasos de pobreza de Clara de Asís, santa italiana que cautiva por su sencillez a las jóvenes peruanas.
Aprendió a convivir con la naturaleza en su pueblo Canchaque (distrito de la provincia de Huancabamba en la sierra de Piura), junto a sus 9 hermanos pasaba horas en la huerta. “Mis padres siempre me enseñaron a acercarme a Dios”, sonríe. Elena lo dejó todo. Ahora vive con sus hermanas de fe.
Vivir en libertad
A sus 17 años la joven peruana agradece a Dios por haberla llamado a la vida religiosa. Dedicada a la oración en comunidad por quienes viven fuera del monasterio, confiesa que el vivir entre rejas la acerca más al mundo. “Vivo en libertad, porque cada día persigo mi único anhelo: seguir amando a Dios”, explica.
Guardó en su corazón por mucho tiempo el deseo de seguirlo. La joven descubre cada día su rostro en las religiosas que guían sus pasos. Las profesas, formandas, junioras y las tres aspirantes a novicias viven entregadas al silencio y a la oración permanente.
Candados y rejas de fierro separan muchos ambientes al interior del convento, sin embargo su corazón permanece muy unido a las necesidades de los demás. ¿Se puede llevar luz desde el encierro?
Por ahora sólo está interesada en fortalecerse, como un motor que mantiene la luz encendida. Desde las 5:30 al iniciar el día, empieza a construir el tronco que sostiene la Iglesia. “Nosotras queremos ser ese tronco, en esta vida de clausura con la oración logramos sostener a las hojas que van por el mundo”, comenta.
Pan bendecido
Todo el año el convento permanece cerrado. Pero el viernes 11 de agosto sus puertas se abrieron para repartir más de 1.000 panecillos que se distribuyeron entre los visitantes. Los panes bendecidos por Raúl Chau, obispo auxiliar de Lima, fueron preparados por las hermanas clarisas el día anterior.
Las mujeres que optaron por la vida contemplativa durante el año se dedican a la preparación de deliciosos manjares; sus panetones “Santa Clara” son cada vez más conocidos, pero nunca tan deliciosos como sus turrones. Mujeres peruanas cautivadas por la sencillez viven felices en el claustro con la única meta de fortalecer la fe del mundo.