El respeto por los derechos de los campesinos en Paraguay y soluciones de fondo, una exhortación recurrente
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En las últimas semanas Paraguay ha sido escenario de una fuerte movilización campesina que ha generado la atención de varios sectores de la sociedad, entre ellos de la propia Iglesia católica.
El principal motivo tuvo que ver con la exigencia de una respuesta de parte del gobierno a raíz de la crisis económica suscitada por la pérdida de cosechas. Uno de los puntos más álgidos del conflicto fue el veto de parte del presidente Horacio Cartes sobre una ley de condonación de deudas de los productores rurales, quien a través de un comunicado salió a dar sus argumentos y motivos.
“El costo de esta ley puede pasar los 3.200 millones de dólares, aproximadamente 25% del Presupuesto General de la Nación”, expresó entre otras cosas.
Luego de este pronunciamiento los campesinos continuaron con sus protestas en Asunción, la capital, hasta el pasado jueves 17 de agosto, instancia en la que el veto presidencial tenía que ser analizado por el Senado. La votación parlamentaria no prosperó, se pospuso y con ello los campesinos retornaron a sus comunidades de momento y a la espera de soluciones de fondo, entre ellas la del análisis de una propuesta realizada por sus dirigentes con respecto a un sistema de agricultura familiar.
Sin embargo, más allá de los aspectos coyunturales, la Iglesia católica ha seguido de cerca esta situación y el pasado 11 de agosto, a través de representantes de la Conferencia Episcopal Paraguaya, se emitió un comunicado pidiendo soluciones de fondo.
“El debate sobre la deuda campesina, y sobre las diversas propuestas de leyes para afrontarla, reflejan la vigencia del conflicto y la falta de soluciones estructurales a un problema social crónico que es la necesidad de un apoyo integral a la agricultura familiar campesina”, expresan en la misiva titulada “Tierra, trabajo y condiciones para una vida plena”.
“Se debe cuidar e impulsar el desarrollo de los más débiles, de los más desfavorecidos, que por generaciones han encontrado en la agricultura familiar la oportunidad de ofrecer trabajo a sus miembros y de producir alimento sano, que necesita crecer para ofrecer respuestas a las nuevas generaciones en sus demandas de educación, salud, recreación e infraestructura, para el arraigo en la propia tierra, porque allí encuentran la oportunidad para una vida plena y feliz”, prosiguen.
Los obispos paraguayos también llamaron a implementar recursos modernos a través del “uso de la tecnología amigable con el medio ambiente” y “los aportes de la producción ecológica y sustentable”.
“Son nuestros hermanos”
Pero la voz de aliento de parte de la Iglesia no se quedó en un solo comunicado, sino que también mereció consideraciones en otros ámbitos, como el de la fiesta de la Asunción de la Virgen el pasado 15 de agosto.
El propio arzobispo de Asunción, monseñor Edmundo Valenzuela, señaló que “la sociedad paraguaya no puede perder a los campesinos” y que debe contemplar la situación de la agricultura familiar, pero también debe haber una “respuesta de fondo”.
“A los campesinos los debemos ver como hermanos. Ellos como nosotros buscan una vida más digna para sus familias y sus comunidades. Rezamos por ellos, les decimos que los queremos, que son hermanos nuestros”, expresó el arzobispo de Asunción.
A lo largo de los últimos años el tema campesino no ha estado exento de polémicas en Paraguay y el reclamo por el respeto de sus derechos suele ser recurrente. Uno de los elementos más comunes como herramienta de trabajo de estas personas es el palo, que en los últimos tiempos se ha transformado en símbolo de lucha durante las protestas, aunque las autoridades policiales han intentado prohibirlo.
Lo cierto es que en este momento lo que debería prevalecer es que el palo vuelva a ser símbolo de trabajo y que se vea al campesino como a un hermano. Ese es el llamado más urgente, la solución pacífica y la mirada con ojos de cercanía para con quien está atravesando una situación de necesidad.