“Con el kitesurf aprendí a conocerme mejor, saber dónde están mis límites”, afirma
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Vistiendo traje de neopreno, equipado con su tabla, arnés y vela apropiada para el ‘kitesurf’ Daniel Esquivel Elizondo no está para nada fuera de lugar en las playas de Montpellier. Tiene el físico y presencia de un surfista habitual, aunque un detalle revela algo más de este mexicano: lleva una pequeña cruz al cuello colgando sobre su traje.
En septiembre próximo Elizondo –que traducido significa “el que está cerca de Dios”- ingresará al seminario de Toulouse donde le formarán como sacerdote para la diócesis de Montpellier (Francia).
Nació en León (México), a mitad de camino entre los océanos Pacífico y Atlántico, quedando “impresionado” ante la inmensidad del mar, señala en revista Famille Chretienne, cuando pudo verlo por primera vez. “Recuerdo haber tomado consciencia de la profundidad del océano desde un primer momento” -señala-, y agradece a los tiempos vividos entre las olas el haber “aprendido a conocerme a mí mismo”, confidencia al digital francés.
El océano comenzó a ser un destino habitual en las vacaciones familiares del verano. Gustando el desafío, Daniel privilegió dedicar tiempo al encuentro lúdico con el mar. “Me pasaba los días explorando esa amplitud, esperando aquella ola que podría navegar con mi bodyboard. Me fascinaba… era al mismo tiempo atractivo e intimidante, a veces fuerza de vida o fuerza de muerte”, comenta.
Cosas de la “Divina Misericordia”
En septiembre de 2000 los estudios llevaron a Daniel lejos del océano y de México, llegando con sus maletas hasta Grenoble (Francia), al pie de las montañas. Al verlas sintió el mismo respeto que ante el océano. “Me impresionaban por el tamaño, por supuesto, pero también porque la creación está llena de la presencia de Dios”, dice este hombre que habiendo sido católico desde la infancia, tenía una fe poco arraigada. Cuestión que cambiaría al leer el libro Santa Faustina Apóstol de La Divina Misericordia, pues le permitió “conocer el amor del Amado”, puntualiza.
“Ese fue el ´kitesurf’ que me condujo a prepararme para el sacerdocio en la Diócesis de Montpellier”, dice riendo Daniel quien conoció esta disciplina deportiva en Bélgica gracias a un amigo. “Disfrutaba que podía navegar todo el tiempo, sin tener que esperar la ola correcta”, agrega.
El año 2015, buscando los vientos alisios que favorecen la práctica del kitesurf, Daniel decidió pasar sus vacaciones de verano en las conocidas playas de Cabo Verde.
En esta isla encontró a otros kitesurfistas y fue uno de ellos quien llamó su atención… porque era además sacerdote. Se trataba de padre René-Luc (imagen a la izquierda) co-fundador de la escuela de misión CapMissio y cuyo vibrante testimonio de conversión Daniel pudo descubrir en el libro Dieu en plein cœur.
Al poco de conocerlo padre René en un tono de humor le dijo un día, desafiándole: “Si tú quieres servir en una diócesis donde poder practicar el kite, ¡pues la mina está reclutando!” Tras un tiempo de reflexión Daniel tomó sus maletas y se fue a Montpellier. Tomó en serio la palabra.
El Espíritu Santo impulsa su vela
Una vez ordenado sacerdote diocesano, dice Daniel, su prioridad será acompañar a hombres y mujeres en sus vidas cotidianas; aunque no esconde que también le gustaría poder hacer del kitesurf “una parte del futuro ministerio… Dar tu vida a Dios siendo sacerdote es también poner tus pasiones al servicio del Evangelio”, remarca, compartiendo luego trazos de la espiritualidad que con la práctica de este deporte ha ido reforzando…
“Con el kitesurf aprendí a conocerme mejor, saber dónde están mis límites. El kitesurf me llevó a decidirme por el sacerdocio. La vela y el mar también me han permitido crecer en valentía y prudencia. (Aprendí) a sólo contemplar la belleza de la creación… Dios es tan humilde que desaparece detrás de todo lo que Él da. La vela del kite simboliza nuestra fe. Ella te permite capturar el viento del Espíritu Santo que nos hace avanzar”.
Artículo originalmente publicado por Portaluz