Quizás Poe nunca se convirtiera al catolicismo, pero sí encontró un gran consuelo en su relación con los jesuitas de Fordham.
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Escuchad el tañido de las campanas…
De las campanas, campanas, campanas
— Edgar Allan Poe, Las campanas
Los investigadores de Literatura siguen debatiendo sobre cuáles exactamente eran esas campanas que aparecen en el famoso poema de Edgar Allan Poe. Algunos dicen que eran de la iglesia de la Gracia en Manhattan. Otros aseguran que eran de la iglesia de la Ascensión, también en Manhattan. Hay quien declara que su sonido venía de la Universidad de Fordham en el Bronx, no lejos de la casita de campo de tres habitaciones donde el ya enfermo poeta vivió sus últimos años. Los alumnos de Fordham de cierta edad gustaban de defender que la campana de la iglesia de la universidad, ahora conservada en los archivos, fue la inspiración del poema.
Ninguna de estas aseveraciones ha sido probada de manera definitiva, aunque ciertamente Poe visitó Fordham (fundada en 1841 como St. John’s College) durante su estancia en el Bronx y llegó a entablar una buena relación con los jesuitas. Le caían bien, según decía en una carta a un amigo, porque eran “caballeros y eruditos altamente cultivados, fumaban y bebían y jugaban a las cartas, y nunca decían una palabra sobre religión”. En sus visitas al campus, el depresivo Poe encontraba algo de confort y consuelo para su soledad.
En el verano de 1846, Poe junto con su joven esposa Virginia y la madre de ella, habían alquilado una casa en lo que ahora es la sección de Kingsbridge del Bronx. La zona todavía era predominantemente rural, con un puñado de granjas a lo sumo, y ofrecía un aliento de esperanza de comodidad y estabilidad. Sin embargo, a los pocos meses, Virginia, a quien los locales recordaban como frágil y hermosa, falleció. El viudo azotado por el dolor encontraba algo de solaz al visitar su tumba y en sus largos paseos.
En ocasiones, esos paseos le llevaban a la universidad jesuita St. John’s College. Entre el hogar de Poe y la universidad (antes mansión colonial) no había nada excepto bosque. Un escritor de principios del siglo XX comentó: “Fordham es una localidad todavía tan encantadora y rural que podemos imaginar que fuera el auténtico hogar para un poeta antes de que las primeras intrusiones de una ciudad que avanzaba con rapidez quebrantaran su tranquilidad”.
Un antiguo jesuita de Fordham recordaba a Poe como una “figura familiar en la universidad (…). Parecía que le calmaba la mente pasear libremente por el césped y los hermosos jardines traseros de los edificios del campus”. Otro escribió: “Uno de los grandes dones de Poe era que podía hacer amigos allá donde fuera. Conocerle significaba quererle (…). Era un placer verle y todavía más escucharle”.
Sin embargo, un biógrafo reciente de Poe señala que, más que un paisaje, el escritor “encontraba compañía intelectual y espiritual” con los jesuitas de la universidad. En esta comunidad escasamente poblada no había muchas personas con las que Poe pudiera conversar sobre literatura. Los jesuitas, que simpatizaban con este inquieto artista, le invitaron a cenar muchas noches y le permitieron utilizar su biblioteca. Después de comer, solía leer tranquilo en la biblioteca o jugar a las cartas con los jesuitas, que en su mayoría eran de origen francés.
Normalmente regresaba a casa sintiéndose mejor, pero a veces no podía soportar volver. En esas ocasiones, cuando su dolor era demasiado palpable, uno de los jesuitas lo acompañaba caminando a casa. Ocasionalmente pasaba la noche en la universidad. Un joven jesuita de origen canadiense, Edward Doucet, mantuvo una relación muy estrecha con Poe. Doucet, que más tarde sería rector de la universidad, era conocido y respetado por su “discreción (…), su carácter franco y su enorme simpatía”.
Por su parte, Doucet recordaba al poeta como “extremadamente refinado (…), un caballero por naturaleza y por instinto”. Doucet llegó a ser casi un confesor para el afligido artista. En sus paseos por el campus, Poe abría las numerosas penas de su corazón al joven sacerdote mientras conversaban en francés. Quizás Poe nunca se convirtiera al catolicismo, pero sí encontró un gran consuelo en su relación con Doucet y los demás sacerdotes que habitaban esta pequeña universidad en los agrestes bosques del Bronx.
Tristemente, Poe murió bajo misteriosas circunstancias en Baltimore en 1849. Aunque es cuestionable que sus campanas poéticas repicaran desde la iglesia de la Universidad de Fordham (entonces conocida como de Nuestra Señora de la Misericordia), los jesuitas sí tuvieron un papel significativo aunque pequeño en sus últimos años. Le ofrecieron una audiencia literaria, un oído atento, cenas y compañía.
Hasta un punto en gran medida ignorado, también ofrecieron cuidado pastoral a un alma aquejada e infeliz necesitada de amistad y compasión. No importaba que Poe fuera católico o no. Aunque supusiera un pequeño pie de página en la vida de Poe, además de en la historia de Fordham, la conexión entre Poe y Fordham ilustra la forma en que los jesuitas han vivido su carisma de ser “todas las cosas para todo el mundo”.
Este artículo de Patrick McNamara, PhD se publicó on line en 2011 y ha sido republicado en la Edición Inglesa de Aleteia con el amable permiso de su autor.