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Un desertor escolar enfermizo podría convertirse en el primer santo puertorriqueño

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Meg Hunter-Kilmer - publicado el 15/07/17

El beato Carlos Manuel Rodríguez Santiago ya albergaba en su corazón la inspiración que el Espíritu Santo llevaría al Vaticano II

Un enfermo crónico que tiene que abandonar sus estudios universitarios parece un candidato improbable para ser el primer santo puertorriqueño, pero el beato Carlos Manuel Rodríguez Santiago nunca se preocupó demasiado por las expectativas de los demás.

Rodríguez, que nació en una devota familia católica en 1918, fue el segundo de cinco hijos. Dos de sus hermanas se casaron y otra se hizo monja carmelita, mientras que su único hermano varón se convirtió en el primer abad puertorriqueño.

Aunque el hogar familiar ardió hasta los cimientos cuando Carlos tenía solo seis años, sus padres respondieron con confianza en la misericordia de Dios, incluso durante los años que vivieron de la caridad de sus familiares.

El freno de la enfermedad

La madre de Carlos le inculcó un profundo amor por la Eucaristía y este muchacho notablemente inteligente esperaba poder convertirse en sacerdote, hasta que su salud le falló.

Diagnosticado colitis ulcerosa, un violento trastorno digestivo, Carlos tuvo que abandonar el instituto durante un tiempo y no se sacó su diploma hasta los 21 años.

Trabajó como administrativo durante siete años más antes de intentar continuar con sus estudios.

De nuevo, su enfermedad se lo imposibilitó, y a pesar de sus excelentes calificaciones, Carlos se vio forzado a abandonar la universidad.

Aunque la colitis ulcerosa complicaba su vida, no la controlaba. Carlos leía sin cesar, le apasionaba el senderismo y aprendió suficiente con un año de clases de piano como para tocar el órgano en la misa.

Fascinado por la liturgia

Estudió ciencias, filosofía y arte, pero el gran amor vital del beato Carlos era la liturgia.

En una época en la que la misa se celebraba en latín, Rodríguez ansiaba que los fieles entendieran más plenamente las oraciones.

Dedicaba su tiempo libre a traducirlas al español y con sus modestos ingresos las publicaba en revistas para hacerlas asequibles a los laicos, junto con otros artículos que explicaban la liturgia.

Organizó grupos de estudio, aprendió sobre la liturgia, dio charlas ante multitudes sobre la belleza litúrgica y dio clases de catequesis en el instituto.

Visión profética

Mucho del trabajo de Rodríguez pareció casi profético.

Aunque permanecía totalmente leal a la Iglesia, defendió el uso de la lengua vernácula e incrementó la participación de los laicos, unas reformas que llegarían menos de 20 años más tarde.

Su deseo, como el del papa san Juan XXIII, era abrir las ventanas y permitir que el Espíritu Santo llamara a más corazones a la santidad.

Su insistencia en la vocación universal a la santidad contagió a aquellos a quienes conoció, atrayendo a cientos de personas a una relación más profunda con Cristo.

Sobre todo, a Carlos le encantaba la Vigilia Pascual. Su lema casi constante era “Vivimos para esta noche”, recordando a quienes conocía que el corazón de la vida cristiana es el misterio pascual, la verdad de que el Dios del universo se hizo carne por nosotros, murió por amor a nosotros y se alzó de nuevo conquistando el pecado y la muerte.

De la oscuridad a la luz

A pesar de sus dolores constantes, el beato Carlos vivió con esperanza e invitó a sus conocidos a hacer lo mismo.

Durante siglos, la Vigilia Pascual se celebró la mañana del Sábado Santo. El beato Carlos rezó y defendió su regreso a su lugar apropiado, de noche, para que los cristianos modernos pudieran unirse a la antigua tradición de observar la luz de Cristo derrotar a las tinieblas.

En 1952, el papa Pío XII restauró la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo, con el consecuente regocijo de Carlos.

Pero no viviría para ver cumplidas sus otras esperanzas. Carlos murió en 1963, un año después del inicio del Concilio Vaticano II.

Su salud fue decayendo lentamente, aunque su espíritu nunca flaqueó; así, a los 44 años, el beato Carlos fallecía de un doloroso cáncer rectal.

Durante sus últimos meses, Carlos se sintió abandonado por Dios, viviendo en la oscuridad del Viernes y el Sábado Santos.

Pero, antes de morir, la luz de la Pascua volvió a su vida y, con ella, la alegría de saberse amado por Dios.

Beato Carlos, poderoso intercesor

Cuando falleció, fue recibido por coros de ángeles regocijándose en la liturgia celestial que Carlos había amado tanto y a la que había servido tan bien.

En muchos aspectos, la vida de este enfermizo desertor académico pudo parecer un fracaso, pero el beato Carlos Rodríguez Santiago era rico a los ojos de Dios y atrajo a Su pueblo para amarle más y mejor en la misa.

El 13 de julio, día de su festividad, pidamos su intercesión por los enfermos crónicos, para todos los que se sienten fracasados y por todos los que trabajan para crear liturgias solemnes, hermosas y dichosas.

Beato Carlos Manuel Rodríguez Santiago, ¡reza por nosotros!

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