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¿Cómo puedo gestionar mis altibajos emocionales?

DEPRESSION
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Orfa Astorga - publicado el 11/07/17
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Si te parece que es imposible controlar los cambios de ánimo, date un respiro atendiendo al consejo de nuestra experta. Este texto está elaborado en respuesta a los emails que han llegado al consultorio de Aleteia

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Una tarde, a través de una ventana de mi casa, veía desplomarse el cielo en un torrencial aguacero y fuertes vientos que azotaron, doblaron, desmadejaron árboles,  plantas y todo tipo de vegetación. Sé por experiencia que al día siguiente tras las primeras horas de sol, empezarán a erguirse recuperando poco a poco un nuevo brío de vida para renovar su follaje, dar sus flores y frutos. Existe en ellos una fortaleza inagotable de vida que se alimenta de los golpes de la Naturaleza.

Pensé en mí, en lo que ha sido mi vida en la que también ha habido tormentas que me abatieron plenamente, estando a punto de perderlo todo.

Me pasaba que los vendavales y conmociones que trae  la vida arrasaban mis estados de ánimo y me causaban desequilibrios, miedos, entusiasmos o tristezas desproporcionados con la realidad, como quien es una veleta movida por el viento. Lo mismo podía tratarse de eventuales y fuertes pruebas que de las contrariedades de cada día.

Esto último era lo más dañino de mis actitudes.

Ante las dificultades de la convivencia mi temperamento se desbordaba, lo mismo ante una falta cometida por un hijo; la pieza de la vajilla rota por descuido; una de mis blusas maltratada…

Ojo con ese autodiagnóstico

Recurría al fácil autodiagnóstico de sentirme deprimida por el hecho de que a mí, ¡precisamente a mí! me pasaran tales cosas, recurriendo así a la frustración sistemática y a la simulación impotente de mis sentimientos. Si consideraba que se me había echado a perder el día,  pasaba factura a los demás.

Más que “baja inteligencia emocional” o un temperamento “muy activo y emotivo”,  lo mío era simple y llanamente una soberbia que habitaba dentro de mí sin que yo acabara de reconocerlo, y por lo tanto, de combatirla y expulsarla.

Era la soberbia la que abría las puertas a las exacerbadas reacciones que, siempre en acecho, me asaltaban y me causaban daño y desconcierto, con lo cual me dejaban más de una vez derrumbada como la tormenta a los árboles y plantas, solo que yo no me levantaba verdaderamente para dar de mí lo mejor.

No lograba relacionarme bien “conmigo misma” desde mi intimidad, y por lo tanto con los demás, ya que no conseguía  edificar en mi interior la armonía,  el buen orden y paz del espíritu. En vez de ello en mi interior solo se daba lo contrario.

Aparentaba entonces solo un falso optimismo.

Finalmente comprendí y acepté que tenía que cambiar y me dejé ayudar. De tal manera que para superar los hábitos adquiridos por mi egoísmo, empecé a concretar propósitos para desarrollar habilidades de contención de mis sobrerreacciones, y lograr así que las cosas buenas sucedieran a mí alrededor.

Tres propósitos

Estos fueron mis propósitos en tres grandes aspectos:

  • Buscar un tiempo de soledad diario para meditar y lograr mayor autoconocimiento.
  • Desarrollar habilidades para que las cosas que me pudieran alterar en lo ordinario, no penetren los muros de mi fortaleza: como cambiar de actividad y de escenario cuando sienta alteradas mis emociones, poniendo mi atención en algo gratificante que me distraiga.
  • Trabajar en mi autoestima con logros y virtudes que realmente me hagan ser mejor con los demás.

Hoy como todo ser humano tengo variaciones de carácter, pero tengo sobre ellos un recio y sano control. Esto no significa que en toda circunstancia esté de excelente humor por ser una súper mujer. Significa que he aprendido a aceptarlo y disponer sobre él en forma positiva, cualquiera que este sea.

No se trata de salirse de la realidad tratando de trasformar a toda costa un suceso triste o un día aciago en un día gozoso a fuerza de voluntad,  lo que solo quebranta el espíritu. Sencillamente he aprendido a aceptarme y tolerarme más en medio de cualquier circunstancia para sacar el mayor partido.

Todos los días son perfectos -aunque de diverso modo-, incluso aquellos que son perfectamente aciagos o imperfectamente dichosos.

Escríbenos a: consultorio@aleteia.org

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