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Perder a un hijo no nacido: ¿Cómo vivir el luto?

mujer embarazada triste

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Mathilde De Robien - publicado el 08/07/17

En su libro “No dije adiós a mi bebé”, la pediatra Catherine Radet ayuda a los padres que lloran la muerte de un hijo que se fue demasiado pronto para que pasen la prueba del duelo prenatal

Una mujer de cada dos ha perdido, en el transcurso de su vida, uno o varios hijos, ya sea por un aborto natural espontáneo, una interrupción del embarazo o una muerte fetal tardía. Catherine Radet, pediatra y miembro del comité de ayuda a la reflexión ética en el centro hospitalario de Cholet (Francia), invita en su libro Je n’ai pas dit au revoir à mon bébé [No dije adiós a mi bebé] a que las parejas afectadas por la pérdida de un hijo no nato realicen un trabajo de duelo.

La obra va dirigida también a los allegados de los padres de luto, ofreciendo herramientas para comprender el duelo prenatal y dando consuelo con las palabras justas.

Reacciones diferentes según las mujeres

La autora asegura haber visto reacciones muy diversas por parte de mujeres enfrentadas a una muerte prenatal, sin correlación con el estadio del embarazo, sino más bien dependiendo de la representación mental que se había hecho cada mujer del ser que llevaba en su interior.

Algunas pasan por un duelo muy doloroso después de un aborto natural, mientras que otras pueden parecer más serenas, aparentemente, después de una muerte fetal in utero a los 8 meses. Sin embargo, esta última reacción a veces puede ser resultado de una negación, para protegerse de un sufrimiento insoportable.

Las mujeres pueden experimentar también culpabilidad por no haber logrado llevar un embarazo a buen término; y angustia, por la idea de revivir ese momento una vez más, o incluso un sufrimiento ligado al vacío dejado por el feto y a la pérdida de quien potencialmente habría podido ser el niño de haber vivido. También pueden verse inundadas por la ira, la envidia o la agresividad.

Todas estas reacciones, normales y legítimas, delatan el caos interior ligado a la muerte de un hijo no nato. De ahí la necesidad, según explica la autora, de iniciar un proceso de duelo, al encuentro de su hijo y de sí misma, para abrir un camino que posibilite el consuelo, la curación y la esperanza.

Métodos que ayudan a decir adiós

Los avances en el ámbito de la psicología han enseñado a los equipos de maternidad que la primera etapa del duelo es el encuentro con el cuerpo del hijo. La legislación ha evolucionado (en 2008 en Francia) y permite a los padres que lo deseen declarar en el registro civil, dar nombre y sepultura de su elección a todo niño nacido muerto a partir de las 15 semanas (es decir, 3 meses de embarazo).

La doctora Catherine Radet anima a poner nombre al hijo. El nombre le confiere una identidad propia, le da un lugar en la historia familiar y evita el riesgo del síndrome del hijo de reemplazo si después nace un segundo hijo.

La doctora recuerda la importancia del rito para poner en marcha el proceso de duelo: realizar un rito funerario, elegir una estrella en el cielo, plantar un árbol, escribir una carta, hacer un grabado en una joya… Hay muchos gestos que asignan al difunto un lugar en un mundo diferente al de los vivos.

De modo que recomienda procesos actuales, sobre los cuales el personal sanitario está cada vez mejor formado, que ayuden a decir adiós a ese hijo que se ha marchado demasiado pronto y que, por tanto, facilitan el duelo: tomarlo en brazos al nacer, vestirle, hacerle fotos, conservar recuerdos (huellas dactilares en una tarjeta, un mechón de cabello…).

Una madre da testimonio: “Las fotografías son una prueba real de que existió; su cuerpo existió y yo no lloré a un hijo imaginario”.

¿Es posible la felicidad a pesar de todo?

Blanche Streb, una madre de familia que perdió a su pequeña Marie a las 23 semanas, da una respuesta llena de esperanza en su testimonio al comienzo del libro:

“Comprendí que el sufrimiento no impide la felicidad, sino que la felicidad se construye con y alrededor de ese sufrimiento. También pude evaluar la parte de decisión interior que podía ejercer para continuar mi camino conservando como un tesoro la certidumbre de que, un día, todo iría mejor, que sí, que la vida todavía podía sonreírme. Comprendí que aunque no escojamos las adversidades que debemos vivir, sí podemos escoger cómo vivirlas”.

La autora concluye con sus palabras: “Solamente con que una mujer o un hombre consiga decir por primera vez, después de la lectura: adiós, mi bebé, y sentirse así mamá o papá, entonces esta obra habrá encontrado su razón de ser”.

Se hace eco del testimonio de Blanche Streb: “Nuestra lengua francesa, por rica que sea y capaz de nombrar todas las cosas con gran delicadeza, no ha inventado palabras capaces de describir a quien ha perdido a su hijo. (…) Hoy, he comprendido por qué no hay una palabra particular para designar al hombre o a la mujer que pierde un hijo; porque esas palabras ya existían, desde siempre: padre, madre. Así de simple”.

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