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Recomendaciones para aprender a compartir marido y mujer el poder en casa

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Sempre Família - publicado el 03/07/17

Saber compartir el poder dentro de la familia es la clave para poner el bienestar de todos en el centro de la relación y garantizar la armonía del hogar

Las discusiones sobre el poder dentro de la pareja pueden llevar a roces innecesarios. En el pasado, el papel de los esposos estaba bien definido: los maridos eran los “proveedores” del hogar, los “jefes de familia” y las mujeres se ocupaban del cuidado de la casa y la crianza de los hijos. Uno no se entrometía en el terreno del otro. Pero eso está cambiando.

Ahora, ambos cónyuges trabajan fuera, comparten tareas y tienen que aprender a repartir las responsabilidades, lo que puede causar cierta confusión a la hora de establecer quién es el que tiene autoridad sobre el hogar. La mejor opción para garantizar el bienestar de toda la familia es repartir el poder entre los cónyuges. Pero ¿cómo hacerlo? Aquí algunas recomendaciones para garantizar el éxito en ese proceso.

Nada de autoritarismo

Cuando sólo uno de los esposos es el que manda, toma decisiones sin consultar al otro, sin pedir opiniones, ni consejos, determinando lo que se hace y cómo, sin tener en cuenta los deseos, necesidades y sentimientos de los demás miembros de la familia, transforma el hogar en un ambiente tenso, frío y temeroso.

En una familia sana debe existir una relación de complementariedad, donde la toma de decisiones sea consensual y los acuerdos sean comunes, de modo que se elija siempre lo que sea más conveniente para todos.

Cuando hay abuso de poder, cualquiera que sea el contexto, existe una relación de subordinación, lo que no es deseable. En el matrimonio, como en otras situaciones, lo que debe prevalecer es el trabajo en equipo. Marido y esposa tienen el deber – y también el derecho y la capacidad – de dirigir el hogar y educar a los hijos. La comunicación debe ser profunda y el poder debe ser distribuido entre ambos. En el caso contrario, los conflictos no tardarán en aparecer.

Repartir el poder

El poder y la autoridad no son negativos. Sólo hay problemas cuando el poder no se comparte, cuando toda la autoridad está concentrada en solo uno de los cónyuges y ya no hay consenso, sino imposición. También hay conflictos cuando los dos esposos quieren tener autoridad sobre una misma cosa, pues eso puede generar disputas.

Lo ideal es siempre negociar, debatir y argumentar dentro de un ambiente de respeto y apertura, escuchando al otro y después valorando los pros y contras de cada postura, para llegar a una decisión conjunta.

La división del poder no puede guiarse por una cuestión de sexo, sino de capacidades. Cada cónyuge tiene habilidades específicas – que tal vez el otro no posea. Lo que se busca es la complementariedad, que es la base para una convivencia armoniosa. Cada uno debe reconocer las propias limitaciones y, cuando sea el caso, dejar al otro la responsabilidad de lidiar con ciertos asuntos. Muchas parejas, por ejemplo, se dan cuenta de que quien lidia mejor con las finanzas de la familia son las mujeres, tarea que en el pasado tradicionalmente era atribuida a los hombres. Lo mismo puede suceder en varias áreas.

Difícil no es imposible

Sería engañoso decir que repartir el poder es una tarea fácil. Es necesario tener mucha humildad y dejar de lado la competición, tan común en el mundo actual. La negociación es la única forma de impedir los abusos de poder y para eso el diálogo es la mejor estrategia.

Como recuerda el profesor de psicopatología Aquilino Polaino-Lorente, de la Universidad Complutense de Madrid, en un artículo publicado en el sitio arvo.net, “hombre y mujer son diferentes y, sin embargo, iguales. El sentido de esas diferencias se encuentra, precisamente, en la complementariedad y no en la competitividad. Por eso deben buscar entre ellos la suma y la multiplicación, no la diminución y la división”. El profesor añade que es preciso “conocerse mejor a uno mismo y al otro, de modo que la distribución de funciones y papeles entre ellos se haga de acuerdo con sus habilidades y destrezas”.

Objetivo

Es normal que, una vez empezada una discusión, como seres humanos que somos, afloren nuestros egos. Llevamos la discusión hasta las últimas consecuencias. Esa actitud nos vuelve ciegos y hace que perdamos la dirección. Cuando esto sucede, hay que recordar lo que se busca y para qué. Seguramente, cuando la respuesta es el bienestar familiar, podremos poner el bien colectivo por encima del individual.

(via Sempre Família)

Tags:
amor de parejaconciliaciónfamilia
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