El símbolo del barco ha permanecido de forma consistente en la Iglesia durante siglos
Santa Teresa de Lisieux escribió en su autobiografía que “el símbolo del barco siempre me complace y me ayuda a soportar el exilio de esta vida. ¿Acaso no dice el Hombre Sabio ‘La vida es como un barco que atraviesa las olas: cuando se marcha, no queda rastro de su paso?”.
Los barcos han aparecido en el arte cristianos desde los primeros tiempos, comenzando por las catacumbas. Era una de las imágenes preferidas de los Padres de la Iglesia, que percibían el barco como un símbolo de la Iglesia.
La analogía queda clara en las Constituciones apostólicas, documento escrito en el siglo IV.
Cuando convoques a la Iglesia de Dios, exige, como el capitán de una gran embarcación, que cada uno cumpla rigurosamente con la disciplina. Di a los diáconos que, como marineros, asignen sus plazas a sus hermanos, los pasajeros, con la mayor atención y dignidad.
En primer lugar, que el edificio sea alargado y esté orientado hacia oriente, con las sacristías a ambos lados hacia oriente; de este modo se parecerá a un barco. En medio estará situada la sede del obispo; a ambos lados se sentarán los sacerdotes; los diáconos estarán a su lado, atentos y vestidos con ropas amplias, como corresponde a los marineros y patrones del barco.
No es ninguna coincidencia que la parte de toda iglesia donde se sienta el pueblo se llame ‘nave’. Esta palabra deriva del latín navis, o barco, y su función es retratar la realidad de la Iglesia como navío, protegiendo a los que lleva en su interior del oleaje y los azotes del mundo.
En el arte cristiano antiguo, el arca de Noé se usaba normalmente para representar a la Iglesia, aunque artistas posteriores recurrieron al episodio de Jesús calmando las olas del mar.
Es más, la Iglesia a menudo recibe el sobrenombre de “barca de Pedro”, con el papa al timón del navío dirigiéndolo hacia las eternas orillas del Paraíso.
Por último, los barcos se han usado en el arte en relación a la Santísima Virgen María y su título de “Estrella del Mar”.
San Buenaventura describió esta analogía cuando escribió: “Oh, pobres pecadores perdidos, no desesperéis; levantad los ojos hacia esta hermosa estrella; respirad con renovada confianza, porque os salvará de esta tempestad y os guiará hasta el puerto de la salvación”.
Los barcos son una bella imagen que ha permanecido de forma consistente con la Iglesia durante siglos.